Vuelve y juega: Antioquia será decisivo para definir la elección presidencial, ¿o no lo será?, al menos, así lo consideran expertos y analistas.
Personalmente, considero que Antioquia, dado su enorme peso electoral (el censo electoral es de 5.115.071 ciudadanos), es importante, pero su carácter decisivo resulta siendo relativo, ya que, Petro solo necesita seguir consolidando su crecimiento —entre las primeras vueltas de 2018 y 2022 creció 443.842 votos— e impedir que Rodolfo le tomé mucha ventaja, y por el lado del ingeniero, casi que, por inercia, solo necesitará conectar con la tradicional mentalidad conservadora del electorado antioqueño y valerse de un arraigado antipetrismo muy extendido en algunas subregiones.
Para esta segunda vuelta los antioqueños no podrán elegir un jugador local. Y con jugador local no solo me refiero a un candidato nacido en Antioquia, ya que Duque, nacido y criado en Bogotá, jugó de local en 2018, pues tiene raíces en el municipio de Gómez Plata y hasta su papá llegó a ser gobernador, con jugador local me refiero a un candidato apoyado abiertamente por el uribismo.
En esta oportunidad la decisión se reduce a un santandereano desconocido y a un costeño harto conocido, y con varios agravantes para el tradicional regionalismo antioqueño; entre ellos: ninguno de los candidatos es un camandulero conservador (como le gusta al antioqueño promedio); ambos apoyan la implementación del acuerdo de paz y manejan propuestas, con matices y énfasis, progresistas.
No dudaría en afirmar que el tradicional elector antioqueño se encuentra en una encrucijada.
Y se encuentra en una encrucijada porque el candidato “más conservador”, el portentoso ingeniero Hernández, se tomó el atrevimiento de decretar la muerte y entierro del uribismo —una afrenta para muchos uribistas purasangre—, no recibirá por la puerta grande a los dirigentes del Centro Democrático y no buscará —al menos públicamente- asidero entre las fuerzas del conservatismo paisa.
Además, en la reciente actualización de su programa —muy cercano a lo que plantea el Pacto Histórico—, el ingeniero no problematiza la cuestión del aborto (se mantiene en lo establecido por la corte), el matrimonio entre parejas del mismo sexo o la legalización de la marihuana. Temas muy sensibles para la tradicional mentalidad conservadora del electorado antioqueño.
Sin embargo, Hernández tampoco es visto como un “comunista” o un izquierdista, ese mote ya se lo eternizan a Petro, y el tradicional elector antioqueño, en su afán por salir de la encrucijada, realza la “capacidad gerencial” del ingeniero; su carácter explosivo —tan cercano al de Uribe dicen algunos—; la importancia de evitar que el comunismo se tome el poder (con esa consigan hicieron campaña dos congresistas paisas) y hasta aluden a la probabilidad de “domesticarlo” desde los sesgos propios en su edad.
La realidad es que, con la salida de Federico Gutiérrez, el tradicional electorado paisa quedó a la deriva, pero idealmente más inclinado hacia Hernández —vuelvo a repetir: por inercia—.
Además, al ingeniero no le fue nada mal en el departamento (sacó 521.390 votos), ganó en varios municipios (Dabeiba y Anorí) y en varias subregiones quedó en segundo lugar (Norte, Suroeste, Bajo Cauca) y con la posibilidad de crecer tras la salida de Federico.
A su favor juega el antipetrismo (algo en lo que Fico le abonó terreno al basar toda su campaña en el miedo a Petro) y su percepción como un “hombre de mano dura” y frentero. Dos atributos exaltados hasta el éxtasis en la conservadora y doblemoralista mentalidad antioqueña.
No obstante, Petro no puede descuidar Antioquia, su principal tarea debe ser reforzar las subregiones donde obtuvo mejores resultados, especialmente el Urabá (81.488 votos), el Bajo Cauca (26.276) y el oriente (54.420). Asimismo, amplificar su crecimiento en Medellín y el área metropolitana (445.483 votos). Creería que reforzar subregiones extremadamente conservadoras como el Norte, el Magdalena Medio y el Suroeste donde Rodolfo quedó de segundo, sería “votar pólvora en gallinazos”.
En términos generales, Petro debe evitar que Antioquia le desequilibre la balanza y que el ingeniero le tomé una amplia diferencia, algo así como 500 u 800.000 votos, cifra que lo pondría en aprietos y que lo obligaría a compensar con la costa, el Pacífico o Bogotá (teniendo presente que también deberá restar la diferencia que Hernández le saqué en el centro-oriente).
Creería que, desde la elección de Uribe en 2002, Antioquia no se veía sin un jugador local o de peso en una segunda vuelta. De peso porque Uribe apoyó a Santos en 2010, a Zuluaga en 2014 y a Duque en 2018, ahora, la que podría ser su única carta, prefiere darlo por muerto y bajo ninguna circunstancia pública le pediría apoyo en el departamento.
Al “presidente eterno” no le queda más que recordar sus antiguas faenas electorales confinado en su finca en Llanogrande. Es la fotografía más cruda de su absoluta decadencia.