Ahora, cuando está en la cima del mundo, cuando se convirtió en el artista vivo con más descargas en Spotify, J Balvin está dispuesto a ayudar a todos los que necesitan recuperarse de la enfermedad que casi lo mata: la depresión. Balvin tiene una línea directa en redes sociales para todos aquellos que piensan que la vida se les puede acabar por culpa de la tristeza. Balvin, desde muy joven, vivió infiernos que lo condenaron a la depresión.
Cuando tenía 14 años y su padre Álvaro Osorio perdió, por una traición de sus socios, la pequeña fortuna que había acumulado gracias al buen ojo que tenía para los negocios, José Álvaro Osorio Balvin soñaba con algún día volverse un referente de la música y ayudar a su familia. Desde que era un niño tocaba la guitarra, hacía covers con sus amigos del colegio y hasta dirigía su emisora. Tenía talento pero nunca pensó que algún día se llamaría J Balvin y que una canción cantada por él, Ay vamos, iba a tener 460 millones de reproducciones en Youtube o que otra, 6 de la mañana , tendría 380 millones, y que la totalidad de sus canciones en redes se habrían de escuchar dos mil ochocientos millones de veces. En sus sueños más atrabancados no sucedía que Vin Diesel, la estrella de Rápido y furioso, una de sus películas favoritas, lo iría a visitar a su estudio en República Dominicana solo para tomarse una foto con él; que Enrique Iglesias, Pitbull, Pharrel Williams y Justin Bieber se lo disputarían para hacer música a su lado; que incluso la Universal le propusiera hacer un pequeño papel en la nueva entrega de Transformers. No, no soñó con tantas cosas buenas y lo que más lo sorprendió es que esa avalancha de éxitos que le llegaron terminaría por aplastarlo en una depresión que casi fue mortal.
En el 2013, antes que Maluma y Kevin Roldan se hicieran famosos, J Balvin era el portaestandarte del reguetón colombiano ante el mundo. Era tal el pedido y las ganas de triunfar, que este paisa nacido en 1985 era capaz de programar en un fin de semana diez conciertos. La entrega desmedida le terminaría por pasar factura. Una mañana de junio, Balvin no quiso levantarse de su cama. Lo convencieron y casi que a rastras lo llevaron hasta el aeropuerto, pero ante el fragor de la gente que se le arrodillaba como si se tratase de un dios pagano, empezó a tener miedo y lloró. Lo llevaron de nuevo al hotel y, según un testigo presencial, “temblaba como cuando a un niño lo sacan de una tina”. Lloraba, no paraba de llorar y el pánico que lo embargaba le hacía pensar en cometer una locura.
Nunca había tenido tanto miedo, ni siquiera cuando a los 17 años, mientras se encontraba de intercambio estudiantil en Oklahoma, Estados Unidos, la señora donde se quedaba, que también era la directora del colegio donde estudiaba, decidió secuestrarlo. Frustrada al no tener hijos, la mujer decidió adoptarlo a la fuerza. Balvin no tenía teléfono ni internet para denunciarla. En un descuido de ella le sacó el pasaporte que reposaba en uno de sus sacos y salió huyendo para Nueva York, en donde vio de frente todo el poder del hip hop, la música urbana y conoció ese nuevo sonido llamado reguetón. En esa época alguien le dijo una frase que solo años después entendería: “Ten cuidado con lo que desees porque lo puedes conseguir”, y sí, ahí estaba, postrado ante el éxito.
Sí, las endorfinas que le daba a sus fans terminaron haciéndole falta para su vida cotidiana, como si toda su alegría y su energía se la llevaran los demás. Se aferró a Cristo, a la virgen, a las enseñanzas de Monseñor José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei de quien es devoto. Todo fue inútil, ninguna ayuda sobrenatural lo pudo sacar del pozo depresivo en el que la fama lo había metido. Tenía que dormir abrazado a alguien, rehusaba a salir a sitios públicos, lo asfixiaba la gente y, sobre todo, no paraba de llorar. En cuatro meses adelgazó 30 kilos. Sus familiares empezaron a creer que a José Álvaro le estaban haciendo brujería.
Un psicólogo y un médico lo ayudaron. Se sometió a una dieta muy rigurosa y a tomar quemadores de grasa. Lo medicaron y a comienzos del 2014 ya estaba en los escenarios del mundo haciendo su trabajo: enloqueciendo al público y haciendo desmayar jovencitas. Dos años después, J Balvin es el amo y pocos músicos latinoamericanos han crecido tanto como él. Sus giras en Estados Unidos cubren cerca de 30 ciudades y despierta tanta euforia como las giras de los Rolling Stones en los años setenta. Su canción Guinza ocupó, a las pocas horas de ser lanzada, el primer lugar en Billboard, la biblia de la música. Fue llamado por los productores de La voz para ser jurado junto a Alejandro Sanz, en donde el par de músicos han sabido crear polémica. Se dio el lujo de rechazar la invitación de Miss USA para cantar en protesta por la xenofobia galopante del dueño del evento, Donald Trump. Puso a cantar a su lado al rapero Pitbull y próximamente hará lo mismo con Justin Bieber, cosa que tiene feliz al cantante canadiense que ha expresado una y otra vez la admiración que le despierta el paisa.
Sí, los malos días han pasado ya casi que definitivamente. Libre de amores, este mujeriego empedernido se refugia, cuando sus giras lo permiten, en una casona en las afueras de Medellín con lo que él llama La familia que es su círculo más íntimo: El productor Alejandro Ramirez Suarez de 23 años, el ingeniero Carlos Alejandro Patiño de la misma edad y Rene David Cano Ríos, quien es el hombre que compone los éxitos de Balvin. Ese parche casi adolescente y descomplicado es el epicentro de la música urbana más potente que se está haciendo en el continente.
Con J Balvin, el reguetón ha despejado dudas, ha abandonado su primera juventud y demuestra que ya no es una moda pasajera: que ha venido para quedarse. Y eso, más que los millones en un banco o en su cuenta de Youtube, es lo que mantiene al gran José Alvaro Osorio Balvin lejos de los demonios que alguna vez le susurraron al oído.