Desde el arte de la guerra de Sun Tzu se infiere que la paz no es ausencia de la guerra y por tanto las diferentes expresiones comunicativas del hombre tienen que estar ausentes de complacencias, vale decir, comunicar y expresarse no solamente bajo el sol del momento histórico. La ontología del dolor, según palabras de Byung-Chul Han “es el estado de ánimo general de la finitud humana. Heidegger lo piensa desde la muerte: El dolor es la muerte en pequeño. La muerte es el dolor en grande” (La Sociedad Paliativa , 2021).
En la era republicana de Colombia se han evidenciado 54 guerras civiles: 14 de conservadores contra liberales, 2 de liberales contra conservadores y 38 de liberales contra liberales (UN, 2015), conflictos bélicos que son pequeñas muertes por el dolor engendrado entre los combatientes, sus familiares, amigos y generaciones actuales, al tiempo que 40.787 muertes de combatientes y 177.307 víctimas civiles de acuerdo con el Centro de Memoria Histórica publicado en 2013, para el periodo 1958 y 2012; sin contar con los desaparecidos entre 1981 y 2010 que fueron 25.000, el de secuestrados 27.023 y el de asesinatos 150.000 concluye el citado informe; que han representado y siguen representando el dolor en grande y en pequeño para los progenitores, viudas, hijos y el progreso de la sociedad en general.
El dolor como la muerte en pequeño, es la representación de las desigualdades sociales somatizadas en los rostros y en la psique de mujeres y hombres, al no tener acceso a la salud, la alimentación, la educación, la vivienda; y sufrir en silencio la violencia de género, racial, religiosa, cultural, económica y política. Estas pequeñas muertes son la causa primigenia de todo tipo de patologías singulares que fluyen por los diversos canales hacia el ancho y profundo mar de la sociedad generando malestar y todo tipo de turbulencias, que en circulo vicioso, perpetúan de forma subliminal la muerte en pequeño de la sociedad colombiana.
Los nacionales colombianos siempre han clasificado en los cuartos de final del ranking mundial de padecer el dolor cargando a sus espaldas a la pequeña y asfixiante muerte, muy a pesar de las treguas, la reincorporación a la vida civil, tanto de los combatientes alzados en armas contra el Estado y sus gobiernos de turno, como de delincuentes comunes; desde los Comuneros en la Villa del Socorro (entonces provincia de Santa fe), el Quintín Lame, el EPL, el M-19, las FARC y la esperanza actual de lograr la dejación de armas por parte del ELN. El dolor como muerte en pequeño trasciende la terapia de la industria de la guerra y exige transformaciones profundas en las estructuras de la sociedad añeja patriarcal en todas sus dimensiones.
Entre las transformaciones radicales está a la orden del día el cambio de mentalidad de todos y cada uno de los ciudadanos para encontrar nuevos significados a la experiencia del vivir en sociedad; en particular, desmontar la mentalidad guerrerista impuesta por los diferentes imperialismos a lo largo y ancho de la historia fincados en la acumulación material, y la explotación del hombre por el hombre, como estadio hacia la felicidad humana.
En esa dirección, los mecanismos de dominación del sistema neoliberal del siglo XXI no son la excepción, y es así como en la línea del tiempo, las sociedades mártires de la era republicana devienen en la actualidad en sociedades disciplinarias, sociedades del rendimiento, sociedades “Disponibles” con el imperativo de consumir y sociedades apáticas a la realidad dado el analgésico aplicado desde la avanzada digital que torna obsoleto la paciencia, la imaginación y la capacidad de espera ontológica del Ser, que lo hace diferente al ente conducido por la tendencia puesta en marcha de la megapresa de la información, como es la amenaza del panóptico del metaverso cimentado en la inteligencia artificial carente de engendrar el aprendizaje experiencial entre sus objetos: el fin de la civilización humana y el advenimiento de la vida inorgánica en manos del avatar.
La era digital con su paso avasallador, día a día, hace disponible las cosas en la realidad virtual, en un intento por desmaterializar a la misma naturaleza humana en su función ontológica de Ser en Acción, desde su vida activa hasta su vida contemplativa sobre las preguntas existenciales dentro y fuera de la realidad objetiva, o de la dimensión del espacio-tiempo al mejor estilo de la relatividad de Einstein. La inmersión en la dimensión digital conecta a los sujetos, pero al mismo tiempo los incomunica, pues la comunicación en términos del lenguaje se reduce a las emociones gráficas, a la sobrecarga de sí mismo (narcisismo), cercenando la capacidad de interactuar con el otro mediante el don de la palabra, que, atrapada en los pulgares, busca de manera ágil el emoticón de turno para llegar al top de los likes que dan status e inclusión a los cibernautas del siglo XXI.
El mutismo que florece ante las frías pantallas de cristal de los dispositivos móviles y la mirada pérdida de la generación “HOT” hombrecillos con los Oídos Tapados, renuncian a la oralidad pues son incapaces de mirar hacia el satélite natural como fuente de inspiración, que desde tiempos inmemoriales ha sido la Luna, entre paganos y hombres de ciencia para potencializar los periféricos o sensores biológicos, que para estar dentro de los neologismos tecnológicos, nos referimos a los cinco sentidos del Ser humano.
Renunciar a la oralidad, la crítica y la creación verbal como vehículo hacia la humanización implica cuestionar la pertinencia, ¿los objetivos y al servicio de quién? están las estructuras analgésicas que dan soporte al contrato social vigente.
En ese cruce vectorial, es donde se concentra el direccionamiento estratégico de los primeros meses del gobierno de la “Colombia Humana” para cimentar los cambios que devengan en la paz total con movimientos tectónicos a nivel de la aprobada reforma tributaria de corte progresista, la compra de tierras de engorde y de ganadería extensiva que atenta contra la estabilidad planetaria.
El coraje y el riesgo asumido por la valiente ministra de minas y energía, en medio de la selva materialista del capitalismo rabioso sin sentimientos, mediante la pedagogía sobre la transición energética, se convierte en el centro de las transformaciones que determinen el cambio de mentalidad de los colombianos al revisar el sistema de creencias sobre el Ser, el Aquí y el Ahora en esta casa finita.
Para empujar el Sistema Metro Nacional de la paz total es imperativo recuperar el carácter de lo público y el derrame social del sistema educativo y de la salud que hasta la fecha han estado en manos del capital privado articulado al capitalismo financiero global. Sin duda alguna, la recuperación de los sectores estratégicos para el crecimiento económico y el desarrollo de la calidad de vida digna de los colombianos implica la unidad técnica y el convencimiento del cambio de estructuras de parte de la actual generación gestada en el dolor de pequeñas muertes y en la muerte como dolor en grande en la tierra del realismo mágico.
Del poder bárbaro de las armas al poder de la palabra en torno a la pedagogía de la paz total, Colombia reclama la internacionalización para apropiar los avances de la construcción colectiva del hombre en términos del conocimiento, la ciencia, la tecnología, la técnica y la innovación, todo lo anterior, bajo políticas públicas que prioricen el ecosistema nacional a lo largo y ancho del territorio y el marentorio; en esa dirección se vienen dando acercamiento con los países del mundo, con América Latina y se ha implementando la reapertura de la frontera y las relaciones con los hermanos venezolanos después del oscurantismo y la inquisición política emanada de los centros de poder del capital criollo hincado al capitalismo internacional.
El recorrido fluido por las infinitas líneas elevadas y subterráneas del Sistema Metro Nacional de la paz total para Colombia deben articularse desde la educación y el aprendizaje experiencial abordado en la familia, el barrio, la escuela, la universidad del trabajo y el compromiso con la civilidad a partir de la diversidad de narrativas en un país que debe nutrirse de esas diferencias en lugar de ser permisivos con la existencia de regionalismos que nos dividen en lugar de elevarnos como sociedad. La cultura de la civilidad nos exige a todos los usuarios del Sistema Metro Nacional de la paz total el compromiso ético y moral al tenor de una democracia donde prevalezca el bien general sobre los intereses de clase.
Los egos individuales determinan los intereses de clase los cuales riñen con el protocolo del usuario comprometido del Sistema Metro Nacional de la paz total, en la medida que minan la cohesión y el tejido social que da sostenibilidad al sistema de equidad, seguridad e inclusión social, económica, cultural, étnica y política entre los colombianos y la sólida cooperación e interacción internacional. Los usuarios del Sistema Metro Nacional de la paz total son llamados a bordo desde las diferentes estaciones de la soberanía educativa, de salud, alimentaria, jurídica, política, militar y policial.
De manera especial el abordaje se hará desde la estación con posibilidad de conexión hacia la distribución de los beneficios de la productividad económica y el bien_estar de todos los ciudadanos del sistema bajo estándares de transparencia y el amor por lo colectivo; donde el estándar no sea la sociedad homogenizada paliativa sino el estar de pie para el mantenimiento, mejora y defensa del Sistema Metro Nacional de la paz total para las generaciones de colombianos del año 2123, que crean a través de la lectura, que hubo un país que estuvo inmerso en grandes dolores como la muerte y en pequeñas muertes como el dolor de las desigualdades sociales.