“Podrían empezar por no hacer retenes arbitrarios en vías neurálgicas de Bogotá, agravando el ya constante trancón, y más bien colaborar con dirigir el caótico tráfico de esta ciudad” habría sido una respuesta creativa y pertinente.
Pero el daño estaba hecho y decir eso no era una opción. Un papel de mi amiga no estaba en orden y ella se enfrentaba así a una multa de casi un millón de pesos —según el policía le señaló— y a que le “inmovilizaran el carro”, agregándole a esto los gastos de la grúa.
Por supuesto que está mal no tener los papeles en orden. Pero está mal también que un policía insista en un “cómo hacemos”, donde la alternativa está bien lejos de ayudar al ciudadano y simplemente advertirle que prenda las luces o que el papel ese se le venció hace tan solo unos días. Está también mal que la calamidad ante la que uno se encuentra —la multa— sea de tal tamaño que los incentivos sean suficientes para considerar todo tipo de respuesta al “cómo hacemos”, desde llorar a fingir un ataque de asma o, por qué no, abrir la billetera delante del agente para que vea qué hay y qué quiere.
Creo que la escena de la que les hablo tiene vistos extorsivos —a pesar de que no es delito de extorsión, creo que es cohecho y que va tanto para el funcionario como para el ciudadano implicado— y creo que es culpa de la forma como están redactadas las normas sancionatorias. ¿Por qué? Por dos motivos.
Por un lado, la persona que debe recibir la sanción se enfrenta a demasiados incentivos para esquivarla: las opciones están entre pasarle un poco de plata al policía o tener que sacar el carro de patios y pagar una multa de casi un millón de pesos, sumado esto al hecho de que es muy, muy poco probable de que lo investiguen y que por tanto la infracción pase a mayores. El cálculo es simple: son más los dolientes si actúo como buen ciudadano.
Pero por otro, son también muchos los incentivos para que el policía deje de cumplir con lo que yo creo que sería una parte esencial de su función, ayudar a la convivencia y armonía ciudadana, y volverse un perseguidor de infractores menores, a ver quién se asusta con una multa millonaria (todos) y cómo se consigue así una pequeña (o no tanto) propina. Y es este incentivo del policía y la pregunta de “cómo hacemos”, que no admite ruego en contrario, el que pareciera hacer que toda la escena tenga pinta de extorsión. En otras palabras, el mensaje es este: deme plata o le clavo una multa costosísima y me le llevo el carro.
Afortunadamente acá todavía es una amenaza que se dispara con el incumplimiento (en otros lugares, se le inventan a uno el delito y da igual si los papeles están en orden o no). Pero es una clara invitación a delinquir y además es un castigo para el buen ciudadano, porque ahora resulta que al que decide no sobornar al policía lo que tiene es que soportar un costo altísimo, muchas veces desproporcionado respecto a la infracción.
Creo que el primer error es del legislador, insisto, porque sería distinto si la multa por cometer una infracción relativamente menor, fuera también relativamente menor. Creo que mucha gente estaría más dispuesta a pagar una multa de, yo qué se, unos $150.000 por pasarse media hora en el pico y placa que a pasarle 50 a un policía (una tercera parte). Pero cuando la multa es muchas veces más el monto anterior, más atractivo se vuelve el negociar activamente con la autoridad. Así, a pesar de que la altísima sanción busca desincentivar cualquier tipo de incumplimiento —y probablemente lo hace— tiene un efecto negativo evidente: invita a funcionarios y ciudadanos a negociar la sanción.
Lo más triste del asunto es que yo creo firmemente que son más los policías, los funcionarios y los particulares honestos que deshonestos. Pero creo que lo que una persona se tira en un segundo opaca y casi destruye lo que cinco hacen bien.
Así, estaría bien empezar por leyes sancionatorias razonables, para que puedan ser aplicadas razonablemente por funcionarios y sin que haya incentivos ridículos para actuar indebidamente. Mientras tanto, tendría más sentido que dejara de haber tantos retenes en toda Bogotá que en realidad solo congestionan más las vías, viendo a ver a quién cogen, y que los esfuerzos de la fuerza pública se concentraran en hacer de esta ciudad un poco más segura —siguen los atracos— y un poco más ordenada. Falta le hace.