Los niños, unos 2200 millones que hay en el mundo, y los jóvenes, aproximadamente 1.200 millones entre 15 a 24 años, entienden el cambio climático en la medida que se les presente adecuadamente a su edad; en la certeza que es la mayor amenaza que los acecha para su futuro, que podría llegar a finales de este siglo, comprometiendo el planeta que van a heredar sus hijos, nietos y demás generaciones. La NASA, la Agencia de Estados Unidos de La Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio, que dispone de recursos adaptados a la infancia sobre el tema, asemeja a la tierra a una nave espacial en nuestro viaje “precisamos controlar las funciones vitales de nuestra nave y mantener la Tierra en óptimas condiciones”.
Los niños tienen que pagar los platos ratos de los adultos, porque no han cuidado el planeta y se recalienta cada vez más, ocasionando fenómenos climáticos como ciclones (que afecta a 400 millones de niños), escasez de agua (920 millones de niños) huracanes, inundaciones costeras (240 millones de niños), inundaciones fluviales (330 millones de niños), incendios forestales, lluvia, nieve, olas de calor (820 millones de niños), sequías, tornados y tormentas.
La nave espacial en la que viajan los astronautas cuenta con aire acondicionado para normalizar la temperatura, la Tierra, no, “cuenta con el tiempo” que transcurre a cada instante. El sistema de control de nuestra nave –La Tierra- son el aire, animales, energía solar y plantas, todo siempre y cuando funcionen en armonía.
Esa armonía, esa fraternidad entre los que van en la nave “Tierra”, se rompe porque a los adultos les ha encantado siempre entre otras costumbres, transportarse en miles y miles de carros que ruedan por la superficie y de aviones que circundan los cielos, iluminar sus casas y trabajos, gracias a combustibles “sucios”, que contaminan. Todo ese ir y venir “emiten gases de efecto invernadero a la atmósfera que envuelven al planeta en una especie de burbuja y provocan un aumento de las temperaturas”.
Sin anhelarlo los niños, unos mil millones, ubicados en los 33 países considerados de “muy alto riesgo” por su exposición a los efectos del cambio climático, son los más afectados por el desorden narrado que toman al principio e juego de los adultos por la “precariedad de los servicios esenciales que reciben, como el agua y el saneamiento, la atención médica y la educación”.
Esos gases forman una especie de caparazón alrededor de la “nave” en que viajamos –La Tierra-, produciendo el aumento desmedido de las temperaturas. Ejemplos recientes de ese efecto son las intensas lluvias presentadas en Colombia, afectando notablemente población, viviendas y carreteras.
El mundo conoció a finales del año pasado el Índice de Riesgo Climático de la Infancia de UNICEF (El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), “el primer análisis exhaustivo de los riesgos climáticos desde la perspectiva de los niños”.
Los especialistas en el tema, para no hacer más gravosa la situación, recomiendan tratar el tema en el hogar con niños, adolescentes y jóvenes, con el fin de adoptar medidas simples como “reducir la generación de residuos en el hogar, ahorrar agua, reciclar y apagar las luces o los aparatos que no estén utilizando”.
El ICBF (Instituto Colombiano de Bienestar Familiar) aconseja que “Observar un árbol, una nube, una telaraña, un pájaro o una hormiga puede ayudar a las niñas y niños a desarrollar curiosidad y asombro por el entorno natural. También se puede sembrar una semilla para comprobar cómo crece una planta.”