Agudo y genio como era, Galileo Galilei simplemente observó que una lámpara que descolgaba del alto techo de la catedral se movía en su parte baja de lugar y asumía un balanceo. Esto ocurrió en la catedral de Pisa en el año 1583. El balanceo iba de un lado para otro. Galileo apenas iba a cumplir veinte años. Esa observación lo conduce, entre otras cosas, a probar el movimiento de los astros y de todo el cosmos, que antes se entendía que obedecía a una tierra plana y quieta. Bueno, Galileo era un genio. Y fue así como de su observación se fue llegando a tantos descubrimientos en el campo de la física y del universo.
Pero hay un punto más significativo aún: esto que ocurre en el campo de la física, también ocurre en el campo de la historia y en el desenvolvimiento de los pueblos. Estos discurren entre distintas concepciones de gobierno, siempre ensayando y siempre buscando lo que a juicio de la experiencia puede ser mejor. Y así nace la democracia y, curiosamente, las ideologías.
De modo que de un sistema político que va dejando de ser bueno, surge su contrario y opuesto; y el pueblo adopta otro, en el ensayo permanente de la búsqueda de lo mejor. Esa, ciertamente, es una regla de oro que siempre está ocurriendo -a menos que haya una dictadura- y de ninguna manera es novedad.
Explica entonces que de un conservatismo que inicia la señora Margaret Thatcher veinte años atrás en el Reino Unido se pase ahora nuevamente al laborismo y que en Francia, cuando va a ganar el conservadurismo de la señora Marine Le Pen, se crezcan varios grupos entre ellos el socialismo democrático de Jean-Luc Mélenchon del Nuevo Frente Popular. Hay lo que podría llamarse oleadas de opinión que juegan por épocas, como ha ocurrido en Argentina con Milei y en El Salvador con Nayib Bukele y ahora, seguramente, puede ocurrir con Biden y Trump en USA en la dramática contienda actual.
Lo más seguro es que esté ocurriendo -según lo muestran las encuestas- en Colombia, con un gobierno nuevo que ha fatigado las expectativas y ayudado a generar un odio interno, en el que se ha empeñado el señor Petro con un lenguaje desbocado y cargado de un abusivo “toque revolucionario”, en el que él se cree el héroe -nuevo Stalin-, sin importarle la economía que va al traste, ni la moral pública cuando jamás ha habido más desenfreno, latrocinio y corrupción. Que tal el nuevo ministro de Educación, Daniel Rojas, un fedallín de la vulgaridad y el insulto. Pero él es el héroe que gasta -igual que su familia- y goza, como si estuviera viviendo “Las mil y una noches”.
O algo peor: su deliquio o arrobamiento por los placeres ocultos y a veces no tanto, como el de Panamá. Todo este sueño está desvanecido en la opinión pública que repudia la constituyente que propone en aras a la perpetuación de sus ambiciones. Esa locura abierta de la megalomanía, sus viajes constantes de exhibición y de placer unidos a sus delirios de grandeza.
Es la que llamó el poeta Porfirio Barba Jacob “La balada de la loca alegría”, en la que el bardo antioqueño intuye y palpa a un hombre como el actual presidente de Colombia y escribe: “Flaminio... busca para Heliogábalo en las termas muchachos de placer...” Bueno, ante toda esta miseria humana, menos mal que Galileo descubrió la ley del péndulo y se abrió el compás para que los pueblos cambien su destino y puedan elegir.