Alguna vez un niño me preguntó ¿qué era machismo? Él estaba preocupado porque había escuchado a sus padres discutiendo y su madre le repetía a su padre: ¡Usted es un machista!
Le respondí a ese niño lo básico: es cuando un hombre cree que es superior a una mujer.
Quise haberle dicho más, pero me frenó una idea: ¿Qué tan “fácil” pueden aprender estos niños el concepto de machismo cuando están rodeados de un montón de señales y ejemplos que ponen a la mujer en posiciones inferiores? ¿Cómo dar estas lecciones cuando vivimos en un sistema social que facilita toda esa “supremacía natural del hombre” desde la televisión, la publicidad en las calles, las charlas que escuchan de los adultos a su alrededor, el día a día en sus casas…?
Desde ese episodio me cuestiono más sobre cómo estamos educando, como sociedad y desde los hogares, a nuestros niños y niñas, en términos de igualdad y trato entre géneros.
Lo cierto es que si bien el movimiento feminista, las conmemoraciones y reclamaciones del 8 de marzo, el #metoo y tantos otros actos valientes de miles de mujeres, en la historia y en el mundo, han servido para visibilizar las difíciles realidades de ser mujer, claramente puedo ver que no avanzaremos más allá de esto si olvidamos que este mundo sigue siendo de hombres y que nuestro propio futuro depende de cómo los criemos a ellos.
Gústenos o no, el impacto y el alcance de nuestras luchas dependen ampliamente de la aceptación que estas tengan por parte de los hombres, ya que siguen siendo ellos los líderes mayoritarios que aceptan o no nuestras peticiones y quienes deciden si se comprometen o no a resolverlas.
65 años después del primer sufragio femenino en Colombia, en el congreso, por ejemplo, hay solo 56 congresistas mujeres de un total de 258 escaños dados para crear las leyes del país. Entonces, ¿qué tan efectivo es promover mujeres fuertes y capaces de llegar a esos puestos si su entorno sigue lleno de hombres que no votan por ellas, que no creen en sus demandas o que las ponen en estos puestos solo para cumplir con cuotas de género?
Es innegable que hemos conseguido avances importantes a través de las constantes luchas femeninas por participar en la sociedad en pie de igualdad con el hombre. Pero la tergiversación y satanización del término feminismo ha hecho que se deje a un lado una idea primaria: la construcción conjunta de la igualdad. Y, qué mejor forma de sembrar la semilla de la igualdad que desde las familias.
Es preciso recordar que el hogar es un frente que no podemos descuidar, de igual valor y poder transformador que las luchas en las calles. Por ahí dicen que “todo empieza por la casa”, porque ha sido siempre este el campo moldeador más poderoso de la sociedad. Y si bien la fuerza con la que las mujeres salieron de sus casas a reivindicar sus derechos y valores ha movido el mundo, estaría incompleta esta tarea si se pierde este terreno donde podemos tener una importante influencia.
Entonces… ¿cómo educar en términos de igualdad y trato entre géneros?
No es precisamente el ejemplo de “berraquera” más transformador que se deba seguir reproduciendo en los hogares, el hecho de que en el grueso de las familias colombianos las mujeres salgan a trabajar 8h y vuelvan, como lo confirman informes de desarrollo humano de Naciones Unidas, a trabajar en promedio 6h más en su irrenunciable y mal remunerado trabajo de ama de casa, siendo casi esclavas de sus esposos e hijos, con los llamados trabajos invisibles que sostienen la vida cotidiana y la economía.
Por el contrario, sí ha sido muy fructífera esa educación de género para las niñas que se ha venido dando en los últimos 50 años desde nuestros hogares y desde la sociedad, en la cual se ha logrado algo grandioso: Redefinir el significado de ser mujer. Ha sido tremendamente asertivo decirles a las niñas que pueden hacer cualquier cosa, que pueden ser cualquier persona, desafiando estereotipos y abriendo caminos.
Lo decía Michael Ian Black hace un año, en su columna del New York Times, cuando señalaba cómo ser niña significa ser la beneficiaria de décadas de conversaciones acerca de las complejidades de la feminidad junto con la conciencia de los muchísimos obstáculos a los que se deben enfrentar. Y como, a su vez, a las mujeres de los últimos 50 años se les ha brindado un paquete gigante de valores y preparación que las ayuda a estar cada vez mejor equipadas para superar dichos obstáculos.
En ese mismo sentido hay mucho que hacer con los hombres-por los hombres. Se trata de un trabajo de educación de género que va muchos más allá del “hay que respetar a las mujeres” o “a la mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa” de siempre.
Tengamos en cuenta que no ha surgido un movimiento proporcional a nuestro feminismo que ayude a los hombres a reflexionar mejor sobre las condiciones de su género. Citando la misma columna del New York Times, los hombres han estado atrapados por los siglos de los siglos en “el mismo modelo sofocante y obsoleto de masculinidad en el que la hombría se mide en fuerza, en el que no hay manera de ser vulnerable sin emascularse, en donde la virilidad se trata de tener poder sobre los demás”.
Ciertamente, desde el feminismo se pueden promover roles positivos masculinos y ayudarlos a romper las propias cadenas de su género, que de paso nos afectan a nosotras. Para esto, es importante recordar que los movimientos feministas no pretenden "arrebatar nada" a los varones, ni buscan una actitud de prepotencia de las mujeres respecto a los hombres, tampoco se trata de acabar con la caballerosidad. Se trata simplemente de un camino más para alcanzar las libertades del ser y respetarlas.
Sin embargo, seguir inculcando estos valores a solo ese 50% que representa la población femenina, significa tener a una parte del mundo que logró hablar de su género, redefinirlo y crear nuevas reglas en la sociedad en constante choque con ese otro 50% de hombres que se han quedado sin ningún tipo de educación de género, inmersos en las mismas reglas de su repetido modelo de masculinidad, por el cual creen en ideas de derechos y privilegios especiales obtenidos por el acto mismo de nacer. Ideas que muchas veces son reforzadas por mujeres desde su crianza.
No cabe duda que las mujeres hemos tenido que formarnos y prepararnos mejor para alcanzar esos “privilegios” y oportunidades que los hombres, incluso sin riquezas o poder alguno, tienen garantizado solo por estar entre una cultura que otorga poder a su condición. Pero esto ha sido un arma de doble filo para ellos, ya que los ha rezagado en la comodidad de su género, haciéndolos cada vez menos preparados, menos inteligentes.
En definitiva, solucionamos mucho si corregimos ese trato privilegiado y diferenciado por género. Si nos tomamos el tiempo de explicarles y enseñarles el mundo con ojos de igualdad. No obstante, se trata de no asfixiarlos con más reglas que busquen volvernos “sacrosantas”, llevándolos al punto en el que cada vez sea más difícil para ellos saber cómo relacionarse con nosotras, porque nos venden como un cristal que con cualquier cosa se rompe y así tampoco es.
Mejor vuelvan a sus hogares y promuevan niñas y niños conscientes, empáticos, respetuosos de las libertades del otro. Enséñenles a todos a ser lo que quieran ser, a decir lo que opinan en realidad, a hablar de sus miedos y sentimientos, a que si algo les incomoda se quejen, a ser más dueños de sí mismos, más libres.
Según el Foro Económico Mundial, aún faltan 170 años para cerrar completamente las brechas de género a nivel mundial ¿qué tal si desde ya empezamos a fijarnos más en esas luchas chiquitas que podemos dar en el día a día? No hay nada más educador que el ejemplo y es esa nuestra arma más poderosa como mujeres: Seamos ejemplo de valentía, de fuerza y de inteligencia, para nuestros niños y niñas, para nuestros novios, hermanos, esposos, colegas; en nuestras familias, en nuestros trabajos, en las calles. Hagamos mujeres más determinadas y capaces, pero también, junto con ellas, hombres más inteligentes y conscientes que puedan creer en nuestras luchas y apoyarlas fighting like a girl.