Primero: No se puede entrar a la escuela. El Ministerio de Hacienda no ha construido, ni dotado el número de escuelas que sea equivalente al número de niños y jóvenes en edad primaria, secundaria, y universitaria en todo el territorio nacional. La construcción de instituciones escolares está centralizada en ciudades grandes, pero ni siquiera en ellas hay suficiente oferta. Un caso claro es el de Bogotá, por ejemplo en la localidad de Ciudad Bolívar no hay ni un solo centro para la educación superior, ni técnico, ni tecnológico, ni universitario. Esta misma situación se repite en 15 de las 20 localidades de Bogotá. No hay instituciones suficientes ni en la capital de la República. ¡Inversión en escuelas!
Segundo: No se educa con otros medios. Con dificultades de acceso por la geografía, la desidia administrativa y las guerras; la radio y la televisión colombianas, pioneras en educación en el continente desde los años 50, deberían responder con una presencia contundente, con parrillas extensas y atractivas, con metodologías y temáticas pertinentes para la formación de los y las colombianas en todo el territorio, pero no lo hace, no hay presupuesto, ni voluntad en el Ministerio de Educación. ¡Televisión educativa de excelencia!
Tercero: No hay suficientes cupos universitarios. Los cupos que hay para entrar a la educación superior son ridículos, apenas algo más de un 12 % de los bachilleres encuentran una silla, un aula, y un docente que los formen en una profesión. ¿Qué camino toma el 88% que es excluido de la educación? ¿A quién le interesa sacarlos de la escuela y enredarlos en las calles? Por otra parte, ese 12% no encuentra las mejores condiciones en sus instituciones. ¡Que el Gobierno destine rubros suficientes a la educación! ¡Cupos educativos para todos!
Cuarto: No hay suficientes maestros. Miles de licenciados se encuentran desempleados. Los empleos en docencia no siempre son bien remunerados. Se recarga a los docentes de escuela básica y media con formatos que aportan cifras de crecimiento y calidad para que las Oficinas del Estado exhiban como resultados, dejándolos sin tiempo para pensar interdisciplinariamente su labor. Cerca del 50% de los docentes universitarios no tienen estabilidad laboral, deambulan de U en U, sobreviviendo. ¡Ampliación de las plantas docente!
Quinto: No hay subsidios. Las posibilidades de permanecer en el sistema educativo son escasas, la poca oferta y alto costo del transporte, sumado a la ausencia total de subsidio a la alimentación, minúsculo soporte a la vivienda de quienes viajan de provincia, ningún asomo de incentivo para la inversión en bibliografía, poco apoyo para la participación de grupos de discusión e investigación, desatendido el presupuesto para las publicaciones, desaniman a los jóvenes, empujándolos a desertar. ¡Subsidios educativos!
Sexto: Se hacina a los chicos como en las prisiones. Las aulas están atiborradas, se encuentran cursos de pre-escolar con 70 niños, cursos de pregrado con 100 jóvenes. Aún cuando todos sabemos que un grupo debe tener entre 15 y 20 niños o jóvenes para asegurar que entre ellos, que en ese colectivo, surjan las mejores cualidades humanas de respeto, cooperación, afecto, discusiones y aportes reflexivos; y no menos importante, para que los y las docentes puedan hacer seguimientos, acompañamientos y dar apoyos a tiempo en lo referente a la formación académica y la orientación emocional. ¡Presupuesto para cursos pequeños!
Séptimo: Falta formación en metodologías. Una vez en el sistema, asistiendo, superando las dificultades para estar en la institución escolar, las metodologías no son las mejores. Con avances importantísimos en teorías para el desarrollo del pensamiento, de las inteligencias científicas, artísticas y sociales, en el aula, la tendencia es a encontrar maestros que reprimen, dictan, atiborran, no explican, no acompañan, y como si fuera poco evalúan con colador en mano, convencidos de que su labor es segmentar el curso entre buenos y malos, inteligentes y deficientes. ¡Presupuesto para capacitación en metodologías humanizantes!
Octavo: No estudiamos a Colombia. Los programas de formación no están actualizados. En ninguna ciudad del país se responde a las necesidades y posibilidades de desarrollo regionales. En las costas, cuna de Shakira y el Joe, no hay programas de formación en músicas del caribe. En la Guajira no hay programas que capaciten a los nacionales para el estudio y aprovechamiento sostenible del carbón que produce el Cerrejón en cientos de toneladas y millones de dólares que vuelan al extranjero. No hay carreras de pregrado que se dediquen a estudiar las decenas de lenguas indígenas que se hablan en el país. Las facultades de medicina que han incorporado el tema de las medicinas tradicionales son pocas y no tienen apoyo del Estado. No conocemos la Amazonía, no hemos estudiado los Llanos, no entendemos cómo se vive en los Andes, ignoramos la creatividad vibrante de las Costas. ¡Presupuesto para pensar el país!
Noveno: Falta autonomía. Una educación realmente responsable debería educar para la autonomía. Los estudiantes deberían encontrar su camino a más temprana edad. Los ciudadanos que han pasado por la escuela deberían ser más educados, creativos, críticos, propositivos y autónomos. Sin embargo, en concordancia con los requerimientos para hacerse obrero de la industria, se forma a los niños, niñas y jóvenes para obedecer, repetir, depender, no dudar, y consumir juiciosa y sistemáticamente. ¡Educación para la autonomía!
Con este panorama es apenas lógico que los más inteligentes, los más decididos, los más críticos, nuestros mejores jóvenes opten por abandonar la escuela, no porque hayan encontrado su vocación sino porque, entendiendo que el mundo les exige ser ricos y poderosos, rápidamente reconocen que estas cualidades las ganarán rápida y seguramente en la delincuencia que ofrece tantos cupos, tantas tendencias, y tiene tanto apoyo mediático.
¡Educación para todos de calidad y gratuita!