A las nueve de la mañana, algunos días antes, empieza el ruido de los zorros –el nombre con el que los recicladores se refieren a sus carretillas de madera– en el Centro de Reciclaje de La Alquería. Un ruido plástico y oxidado, un ruido que en muchos casos era su única compañía en los recorridos nocturnos que hacían en busca de plástico, vidrio y cartón, aluminio, por las canecas plásticas de la ciudad. “Desde que nos organizamos tanto en nuestras asociaciones como con el Distrito muchas cosas han cambiado. Una muy importante es que ahora tenemos rutas establecidas y no tenemos que andar buscando por toda la ciudad el material para el reciclaje”, dice Virginia Anzola, una de las recicladoras que trabaja en el Centro de Reciclaje.
Mientras acompañan a algunos de los más 55.000 recicladores que hay en Colombia, según los censos de la Alcaldía, varias mujeres cabezas de familia se quedan preparando todo para la jornada que las espera. Una jornada para bien del medio ambiente y en contra de la contaminación. Desde que la Corte Constitucional en 2003 sentenció que todas las administraciones locales debían apoyar la formalización de los recicladores y garantizarles condiciones dignas de empleo, muchos han visto cómo la formas en que hacen su trabajo cambiaron para bien.
Patricia Pinzón, subdirectora de aprovechamiento de la Uaesp, afirma que una de las políticas distritales fundamentales para lograr esto ha sido la atención que se le ha prestado a las políticas de inclusión para que los recicladores se formalicen en empresas de reciclaje: “Nosotros lo que hacemos en la Uaesp es ayudar a los recicladores en todo su proceso de formalización. Desde enseñarles temas comerciales de cómo conseguir un cliente, cómo manejar los temas contables, cómo se constituye una empresa hasta cómo se inscriben en un RUT. También tenemos unas bodegas en arriendo, donde están varias organizaciones de recicladores y se les entrega un apoyo para que puedan desarrollar su actividad. Porque entendemos que en el aprovechamiento de materiales una de las actividades más costosas puede ser el arrendamiento de una bodega”. Aunque la tarea no ha sido fácil, Virginia, que lleva más de 35 años dedicados al reciclaje de plástico y otros materiales, es consciente de ese esfuerzo por parte de las autoridades: “El solo hecho de que no tengamos que estar al rayo del sol y podamos resguardarnos de la lluvia es un cambio del cielo a la tierra. Yo que antes trabajaba en el botadero del Cortijo sé de lo que le estoy hablando”.
El centro de reciclaje es un híbrido entre un parqueadero y una bodega. Hay espacios decorados con jardines que tienen las plantas en macetas hechas con llantas recicladas. También hay unos espacios con sillas para el descanso, pero lo que predomina en el paisaje son los residuos. El trabajo en el centro de reciclaje empieza cuando las 15 mujeres que trabajan allí reciben los residuos reciclables o los residuos no reciclables que traen sus compañeros recicladores. Estos residuos ya deberían llegar solo con materiales reciclables seleccionados desde las casas o los edificios de oficinas, algo que no siempre pasa. La labor de estas recicladoras consiste en clasificar, almacenar y comercializar todo lo que allí llega. Virginia, que está trepada sobre montículos de plástico, como los de la película Wall-E, se encarga de la máquina que comprime el plástico que sus compañeras ya han clasificado. “Aquí nos dividimos el trabajo. Mientras algunas separan el plástico, que subdividimos hasta por colores, el Tetrapak, el cartón y el vidrio, otras nos encargamos ya del empaque y dejarlo todo listo para quienes lo vengan a comprar”. Aunque allí son conscientes que su trabajo es fundamental para ayudar al medio ambiente y reducir la contaminación, recalcan que lo que más valoran es que su trabajo se ve dignificado. “Darles uniformes, por ejemplo, es vital para que la imagen que la ciudadanía tiene sobre los recicladores empiece a cambiar” comenta.
Luego de los zorros y su basura aparecen los globos, unos costales gigantes en los que se empaca todo lo que ya está listo para vender a las empresas que compran material para reciclaje, como los kilos de plástico PET, en Bogotá. Estos globos tienen un sonido más seco, un sonido más cercano al eco. “Aunque el precio del PET y del cartón ha bajado, esto sigue siendo nuestro sustento y muchos no queremos dejar este oficio. Mi hijo, que me ayuda de vez en cuando aquí, está estudiando en una universidad gracias a mi trabajo como recicladora. Y varias de las mujeres que trabajan conmigo son las que sostienen a sus familias”, dice Virginia. Los globos vienen y los recogen diversos clientes que reutilizan todos los materiales que aquí se separaron y se dejaron listos para reciclar.
A las cuatro de la tarde empieza a desocuparse el centro y esas montañas de residuos, que por un momento parecían devorar toda la bodega, se han convertido en pequeños montículos. Luego, las madres cabeza de familia que trabajan en el centro de reciclaje cambian sus overoles por su ropa diaria y salen por el portón verde oscuro por el que entraron los diferentes vehículos a lo largo del día. “Salvemos el planeta”, piensan sin decirlo. El medio ambiente tiene un alivio gracias a su trabajo.