La modernidad es una tormenta que se va llevando todo a su paso. Ya no existe el mundo con el que crecimos desde pequeños. Para bien o para mal, este es otro ecosistema, otra manera de vivir. Ya no existen las serenatas. Se ha cambiado todo, hasta las formas de amar. Por eso, lo que ha hecho Carlos Julio Jaya desde los ocho años es digno de admirar. A esa edad daba sus primeros conciertos de rancheras. Su papá admiraba a los tres grandes de la canción mexicana: Pedro Vargas, Pedro Infante y Jorge Negrete. Sin embargo, él es un imitador integral de otro de los gigantes aztecas, José Alfredo Jiménez.
Carlos Julio tiene una oficina en la Calle 57 con la Avenida Caracas, en el sector antes conocido como La Playa. Ahí, durante un fin de semana, pueden aparecer casi 200 personas movidas por el negocio de la música. Todavía siguen buscando talentos como el suyo.
Una serenata puede costar entre 350 mil y 650 mil pesos y puede tocar diez canciones en una hora. A veces, viaja a los pueblos de Cundinamarca, Tolima y Meta. Sólo trabaja los viernes, sábados y domingos. Lo que ha ganado le sirvió a su esposa para graduarse de contadora pública, una hija ingeniera, otra abogada y la más joven es experta en idiomas.
En su oficina, Carlos nos atendió y nos contó su historia:
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