Como es de difícil distanciarse de las emociones y buscar un análisis objetivo o neutro —y sobre todo constructivo— de lo que vive Colombia.
Ante todo porque recibe uno más elementos de desinformación que de información. También por la ignorancia que se tiene de quiénes son los verdaderos poderes decisorios detrás de cada escenario. Y por supuesto, no ayudan las confusiones deliberadas o involuntarias que se presentan en cada tema que se trata.
Si nos referimos al conflicto armado, no se entiende la estrategia de la guerrilla de arreciar los ataques, pasando incluso a terrenos que afectan mucho más su imagen y el eventual apoyo que puedan tener en algunos sectores populares o nacionales e internacionales de intelectuales de izquierda.
En cuanto a sí están a la búsqueda de la paz, es evidente que esa escalada en sus acciones la dificulta; la justificación desde su punto de vista sería lo que pudieran ganar en la posición negociadora; pero, como hasta ahora no se han fijado los puntos de diferencia que se dejaron pendientes en lo ya negociado, parece que el propósito fuera más el de mostrarse fuertes que el de sustentar la conveniencia, legitimidad o racionalidad de su posición en lo que no ha logrado definirse.
Se supone que para ellos lograr un diálogo de igual a igual era la meta, puesto que esperar una toma del Estado por la fuerza se ve imposible, pero con este accionar podría deducirse que ellos no piensan así.
Más desconcertante aún resulta como estrategia si en sus proyectos de una eventual reinserción se incluye el interés de participar como actores electorales; imposible que no calculen que pierden simpatías o posibles futuros votos con los daños que causan al buscar demostrar la debilidad del Gobierno probando que no puede proteger los bienes colectivos —entre ellos la seguridad ciudadana—.
Por supuesto el Gobierno no facilita las cosas. No acordar un cese el fuego es diferente a hacer énfasis en la retórica de guerra y de que no hay tregua ni suspensión de la persecución porque lo que son es 'bandoleros'. Cae en la misma contradicción de sus opositores de ofrecer como alternativa al diálogo la continuidad de la solución de la vía armada —por lo tanto complementándola y reforzándola—, y en el laberinto jurídico de no tratarlos como insurgentes sino como delincuentes; y lo que es peor, justifican la mayor actividad de la guerrilla como respuesta a esa posición; bien podría disminuirse tanto la intensidad o por lo menos la publicidad de los ataques, en vez de ponerlos en la mesa como elemento de persuasión.
Si no se aclara a qué título se sientan a la negociar las partes y si cada una sigue insistiendo en mantener o imponer a la contraparte sus premisas autistas —según las cuales el otro es el enemigo porque es el 'malo'—, y si, en vez de tratar de entender los motivos que a juicio del interlocutor justifican sus posiciones y actuaciones, dan más importancia a satisfacer su convicción de que es un perverso que lo que pretende es desconocer la razón que uno tiene, hay muy pocas posibilidades de lograr conciliaciones y sacar algo adelante.
No depurar la opinión individual de la tendencia a analizar en función de las simpatías o antipatías personales es difícil, aunque es de suponer que cada cual intenta lograrlo. Pero parece inexplicable no hacerlo —o peor, ni siquiera intentarlo— a nivel de lo que se pretende debe ser la motivación para tomar decisiones a nombre de la colectividad cuando se llega a un propósito de buscar una solución a un enfrentamiento.
Mientras el establecimiento (o quienes se expresan en su nombre) siga pensando que se está juzgando a unos delincuentes y no asuma que lo que se está buscando es un tratado para terminar un conflicto armado; mientras la guerrilla no acepte que su visión —de que es justa su causa porque a su juicio los gobernantes actúan como enemigos de la población— ni es compartida por los colombianos, ni se acepta que justifique sus actos; mientras las partes no se olviden al sentarse a la mesa de la opinión que tienen del contrario y de la validez que asignan a sus propias convicciones, y por el contrario crean que se trata de probar la maldad y la falta de razón o de legitimidad del contrario para justificar lo que cada cual hace, no existen muchas posibilidades ni caminos para que Colombia salga del atolladero en que se encuentra.