Dentro de la participación democrática a la que nos tiene acostumbrada la política colombiana seguimos observando las prácticas políticas y electorales de aquellos a quienes hemos elegido o aspiramos a elegir próximamente.
Llevamos demasiado tiempo hablando de transparencia, de un cambio exhaustivo en las creencias como una nueva concepción de la libertad; en el cambio social por aquello de las desigualdades sociales; el cambio de un Estado que viene de mal en peor; y a cambiar ese aprendizaje diario debido a la experiencia en el desarrollo de la mal lograda democracia. (Gaviria, 2021)
La existencia del ser humano es atemporal, vamos y venimos dentro de esa utopía y distopía ante la incertidumbre del futuro, y en especial ese desánimo colectivo que se vislumbra en el ambiente; igualmente, la rapiña de curules y puestos, de candidatos al Senado, la Cámara y hasta para presidente, todos con planteamientos diversos, y en especial sin acuerdos generalizados, cada uno por su lado.
Se han perdido esas virtudes republicanas en donde había diálogo civilizado, pero se ha visto una degradación del debate público, unos desde su punto de vista inverosímil y otros recordando los vicios de otros; la mentira y la calumnia han mostrado la pestilencia de la sociedad llevando a una violencia física e ideológica.
La resistencia se ha convertido en una herramienta esencial para elevar el espíritu humano, en espera de un cambio social en el que las emociones tengan cabida en la política, pero lo que se ve es miedo y rabia ante las propuestas y patrañas utilizadas por aquellos que aspiran a los nuevos cargos apoyados por el Estado, el cual busca sostenerse y cuidar sus intereses.
Es menester respetar éticamente a quienes piensan distinto, los que con argumentos debaten los pros y los contras del manejo del Estado, de las políticas económicas y sociales, de la interpretación del pluralismo como reflejo de la ignorancia (Byung, 2021) y la contradicción con el consecuente perjuicio frente a las necesidades de una sociedad que pide a gritos solución.
Una voluntad férrea y un método estratégico para combatir ese modelo corrupto que no ha sido posible mejorar, frente a discursos disfuncionales que niegan cualquier progreso y en el cual la razón pura de la que hablaba Kant dista mucho de ser interpretada.
Una demagogia que campea por todos los sectores de la sociedad (Zizek, 2020), menoscabando el orden político y la confianza en las instituciones. Una resistencia a esas nuevas ideologías que vienen desde la juventud que nunca había sido oída, formando grupos de conversión y buscando participar en esa visión de largo plazo en defensa de la libertad por un lado y, por el otro, la evolución del pensamiento para poder llegar a la representación democrática participativa.
Y es que esa seguridad ciudadana lograda a sangre y fuego por gobiernos anteriores, sostenida por medio de los diálogos con grupos guerrilleros, se ha visto trastocada por intereses mezquinos de los políticos y sus secuaces que estigmatizan el sentir de un pueblo de unidad, de no exclusión y hasta xenofobia.
El crecimiento de una sociedad que enfrenta riqueza y pobreza, salud y falta de trabajo, educación e ignorancia (Rousseau 1998) desata esa amenaza existencial para la humanidad, en donde la responsabilidad no es otra que parar aquello que no protege, ir hacia cambios sustanciales en la economía, administrar los impuestos para que no sean invertidos en lo que no se debe o, mejor, para que no se los roben, énfasis en la búsqueda de incentivos hacia esa transición que requerimos para convertirnos en líderes sociales a todo nivel y superar esa crisis ambiental que nos agobia.