Siempre soñó con ser policía. La familia se unió para mandarlo desde Toledo, Norte de Santader, hasta Bogotá para que fuera a estudiar, en el 2005, en la Escuela General Santander de Bogotá. No llevaba un mes cuando tuvo la mala suerte de llamar la atención del coronel Jerson Jair Castellanos. El oficial se desempeñaba como jefe de seguridad del Congreso y había asumido una tarea que aún no se sabe quién le encomendó: Identificar jóvenes cadetes bien plantados y sus fotografías las reunía en un álbum que guardaba en la guantera de su auto. De estas imágenes congresistas, cuyos nombres comienzan a rumorarse, escogían a los cadetes que Castellanos se encargaba de facilitarles. Allí cayó Ányelo Palacios.
Como él cayeron otros diez muchachos, entre cadetes y alférez seducidos por los cantos de sirena: un maletín lleno de billetes, invitaciones a restaurantes de lujo, motocicletas y regalos de toda índole.
Era uno más del grupo hasta que Castellanos lo señaló como el primer escogido. En una tarde de noviembre del 2005 se lo llevó a jugar bolos al Club Militar, un lugar frecuentado solo por oficiales con trayectoria en la institución. La conversación en el carro, según el cadete, versó en torno a la promesa de un futuro brillante pero solo “si se portaba bien”. Tendría por delante una autopista de éxito con una carrera sin dificultades y meteórica que coronaría con los soles de un gran general. A Ányelo Palacios le llamó la atención el maletín del que no se despegaba el oficial.
El segundo encuentro fue alrededor de unas cervezas. Le advirtió ya en la ruta, que habría una parada en un cajero automático, que el joven tomó con naturalidad. El coronel regresó al vehículo que manejaba él mismo con una botella de agua que le ofreció al cadete, quien después de los primeros sorbos se sintió mareado. Lo poco que recuerda Ányelo fue haberse detenido en una casa, subir unas escaleras del brazo del coronel y terminar acostado en una cama en la que ya había otra persona, así como del ojo vigilante de alguien, que como una sombra se movía detrás de una cortina. Y hasta allí, porque después cayó dormido.
El amanecer lo sorprendió con un insoportable dolor en el coxis y huellas de sangre en las sábanas. Estaba solo en el cuarto.
El Coronel regresó sin reparos a su sitio habitual en la escuela. Allí se lo encontró Ányelo y decidió frentearlo. La respuesta de Castellanos fue una sonrisa cínica acompañada de una supuesta broma: “De qué se queja si nos hicimos rico”, además le recordó que él no era más que una hormiga y él un superior que lo podía aplastar cuando se le diera la gana.
A partir de allí el cadete comenzó a sentirse mal. Le sobrevenían continuos desmayos y hemorragias nasales. Castellanos y algunos oficiales que lo acompañaban, se burlaban preguntándole si estaba embarazado. Había caído en sus garras. Se percató entonces que no era el único cuando en una parada militar, la alférez Lina María Zapata se le acercó y le preguntó, a quemarropa, si él también había sido una víctima de lo que se conocería después como la Comunidad del Anillo.
Zapata, de 21 años, había empezado a frecuentar a un alférez llamado John Cifuentes Lozano. Este le contó que Castellanos se había obsesionado con él. Desde que un oficial se lo presentó en la plazoleta de comidas de la Escuela y supo que se trataba de un coronel, no vaciló en darle el número de su celular. Una decisión que le pesó cuando empezó el asedio de Jeison Jair Castellanos con invitaciones a su apartamento a escuchar música, conversar y desocupar botellas de aguardiente llanero, su trago favorito, y a las ferias de Manizales del 2006, en donde le presentaría a Sebastián Castella, el mejor torero del mundo. Cifuentes no le aceptó una sola de las invitaciones. En la Escuela General Santander se habían regado las historias homosexuales con Castellanos como protagonista.
Sin embargo, Cifuentes terminó cediendo. El 29 de diciembre del 2005 accedió a montarse junto a dos compañeros de la Escuela en la Burbuja negra del coronel. Terminaron en un centro comercial vecino del barrio Banderas. El coronel los invitó a estrenar zapatos, Cifuentes escogió unos tennis de 245 mil pesos y luego en un almacén de perfumes, el alférez se antojó de una fragancia que costó 160 mil. Con billetes que sacó del maletín, el coronel pagó las cuentas.
Lina María Zapata supo del suplicio que cargaba encima Ányelo Palacios porque su novio el alférez Cifuentes le contó de la existencia de un álbum con fotos de decenas de jóvenes entre los que encontraba el joven cadete. Las imágenes de jóvenes atléticos, rubios, de ojos claros eran la carta de presentación del coronel frente a personajes adultos que cubrían la gama del poder en Colombia, desde congresistas, magistrados y altos oficiales de la policía. Junto a la foto aparecían los precios que Castellanos le ponía a los cadetes y que oscilaban entre uno y cuatro millones de pesos. La cadete Zapata se armaba cada día de valor, dispuesta a denunciar lo que sabía para salvar el nombre de la institución.
El cadete Palacios volvió a saber de Lina María Zapata el 25 de enero del 2006 cuando fue encontrada muerta dentro de la escuela General Santander. La Policía presentó el dramático hecho como un suicidio, contrariando la versión de Medicina Legal cuyo cadáver no mostraba huella del arma accionada por ella misma; la psicóloga de la Escuela, por su parte aportó un dictamen en el que negaba síntomas de depresión. El caso se cerró. Pero la presión de la familia de la alférez logró que la Fiscalía reabriera el caso en el 2014, y en este mes de febrero, después de dos años de investigaciones, su cuerpo seré exhumado para determinar si fue asesinada.
El coronel Jair Castellanos no tiene solo las denuncias del cadete Palacios y el alférez Cifuentes encima. Los alféreces Marín, Cortés, Arboleda, y otros 30 muchachos más le contaron de los abusos y presiones que les imponía Castellanos al capitán Edwin Orjuela Pimienta, comandante de la compañía Carlos Holguín y suboficial de planta en la General Santander. Orjuela terminó condenado a 28 años cárcel que paga en La Picota culpable de secuestro extorsivo, y guardó silencio hasta mediados del 2014 cuando decidió colaborar con la Fiscalía y dar su versión juramentada.
El coronel Jeison Jair Castellanos se le anticipó a la justicia y pidió la baja de la Policía en el 2007. Vive en Yopal con su esposa, con la que lleva 25 años de casado, y encontró una nueva vida en la política. Se matriculó en Afrovides, el partido fundado por Yahir Acuña. No solo logró ser nombrado en la gerencia del Instituto Financiero del Casanare, sino integrar la terna para reemplazar en el 2013 al destituido gobernador Nelson Ricardo Mariño. El Presidente Santos lo escogió y fue así como el coronel señalado por distintos testigos de estar en el centro de la Comunidad del Anillo terminó coronado gobernador del Casanaré.