Cómo enfrentar los trancones en la vía

Cómo enfrentar los trancones en la vía

Las horas pico son un viacrucis para cualquier conductor. La frustración se expresa en la sinfonía de bocinas que suenan rabiosas por todos lados...

Por: Joel Peñuela Quintero
noviembre 08, 2023
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Cómo enfrentar los trancones en la vía

Las horas pico son un viacrucis para cualquier conductor. La frustración de la mayoría de ellos se expresa en la sinfonía de bocinas que suenan rabiosas por todos lados, es entendible, por un lado, el reloj corre de prisa y la meta de llegar temprano a sus destinos se enmaraña, pero, por el otro, el encono producido por la envidia hacia los que van en motocicletas, puesto que contamos, y me incluyo, con un efectivo recurso para sortear la dificultad: siempre hallamos un hueco por donde escabullirnos del trancón.

En mi caso, sus pitos afanan el recorrido de mi sangre; siento la cabeza a punto de explotar y me pregunto: ¿Por qué la mayoría de conductores usan sus cláxones para mover a los demás? ¿No ejerce justo el efecto contrario? Nunca he visto a un conductor, que vaya a la vanguardia del tránsito en una ciudad, que reaccione favorablemente frente al pitazo del que va detrás, lo contrario es lo obvio: en un acto reflejo, baja el ritmo, mira por los espejos para ver quién es el bullicioso y, algunos, más iracundos, bajan los vidrios para manotearle e incluso echarle un madrazo al desesperado impertinente.

Sin City

Los motorizados somos una especie que aumenta exponencialmente, debido a esto, el resto de usuarios de las vías, en especial de las calles, nos ven como una plaga. Para empeorar el decorado, somos especímenes territoriales y estimamos la calle nuestro feudo, y por si esto fuera poco, siempre vamos en manada. Cuando uno de nosotros se ve involucrado en un accidente, en solo unos segundos se reúne la jauría, justificando a priori al colega.

Sin que suene a disculpa, el asunto es hasta fácil de comprender: en nuestros genes va inscrita una natural animadversión hacia policías y conductores en general. Son ellos los que no entienden que esto es parte de nuestra biología, por ello somos capaces de meternos por cualquier recoveco y salir del embrollo, incluso, si algún conductor se hace «el gordo» empujándonos contra el sardinel, «corremos un poco las líneas éticas» usando la zona peatonal sin el menor asomo de vergüenza.

Ahora bien, no crean que las relaciones entre nosotros son una luna de miel, cierto es que formamos un cardumen ante la urgencia de enfrentar a los depredadores de las vías, pero entre nosotros hay una lucha por la hegemonía en las calles y existe un estatus relacionado con la habilidad para acometer el día a día. Yo tengo doble identidad: soy motorizado, pero también conductor, por ello comprendo bien cómo se percibe el asunto de lado y lado.

Esta condición me ha permitido salir airoso en los desencuentros con los conductores o motorizados que intentan salirse con la suya quitándome el derecho a la vía, cuando no hay un semáforo que regule el uso de la misma, pero al mismo tiempo entiendo la dinámica mental de cada parte. Puedo asegurar que existe un principio general que controla la acción del conductor o motorizado eficiente: hay que presionar al otro para que ceda el paso y no importa si a uno se lo asume como si estuviera loco.

En los últimos meses voy en motocicleta. He logrado una habilidad para zigzaguear que por lo general me ubica a la cabeza de la fila de conductores y motorizados. Durante este lapso no he tenido accidentes, pero he sido objeto de una decena de miradas llenas de odio e incluso, una que otra palabra no digna de ser expresada en este lugar. Buena parte de mi éxito se debe a que he aprendido a proyectar la imagen de un conductor irresponsable.

Cuando viene un vehículo, ya sea carro o motocicleta, que amenaza con tomarme la delantera en el uso de la vía, volteo un poco la cabeza en la dirección contraria a la suya (claro que, con el rabillo del ojo, estoy pendiente de todo lo que pasa dentro de mi periferia visual), el otro, que no es un loco incapaz de medir las consecuencias de atropellarme, termina pensando que yo sí lo soy, o quizá, en el mejor de los casos, que soy algo pendejo y por ello no lo he visto, mientras tanto, mantengo la velocidad, aunque atento por si debiera frenar en el último momento.

¡Me funciona a la perfección! Solo una o dos veces, en más de un año, he pasado rozando al otro vehículo; por lo general, ellos frenan y desisten de presionarme hasta un punto de no retorno.

Por cierto, mi motocicleta tiene la bocina dañada hace tanto que ni me acuerdo cuánto, pero poco me importa pues en realidad no la necesito. Sin ella logro llegar a mi destino en un tiempo menor al que me llevaría si fuera totalmente cuerdo.

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