Cómo enferman y mueren los médicos (I)
Opinión

Cómo enferman y mueren los médicos (I)

Por:
septiembre 07, 2013
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Inspirado por el doctor Ken Murray y su artículo “¿How doctors die?", me di a la tarea de explorar el tema: ¿Cómo enfermamos y morimos los médicos? Me han ayudado amigos diversos, especialmente médicos internistas, una de las especialidades que con más frecuencia consultamos, por aquello de las repercusiones cardiovasculares del estrés. Sí, como aduce el doctor Murray, parece que los médicos tenemos nuestra especial forma de enfrentar enfermedad y muerte, diferente a lo que practicamos, distinto a lo que aconsejamos, lejano en ocasiones a las decisiones que tomamos ante el paciente y su familia. Los invito a un recorrido por este mundo.

Somos muy buenos en menospreciar los síntomas, las alarmas que el cuerpo nos da. Sentimos dolor, mareo, cólico u otros tantos y comenzamos a decir "no es nada", "es solo que he tenido mucho trabajo",  e ingerimos un analgésico, un antiácido, para continuar con la rutina. Esto no es lejano a lo que cualquier persona hace, la diferencia estriba en que alargamos más que cualquier otro el "ya pasará", le restamos importancia al malestar, tal vez por miedo a lo que inconscientemente sabemos que puede venir. Sí, el temor a descubrir la realidad nos hace consultar tardíamente.

También el mismo temor, o la informalidad, nos conduce por una senda de las más peligrosas: la consulta de pasillo al amigo médico. Nos encontramos en el hospital, y como si no fuera mayor cosa, vamos queriendo lograr una consulta mientras caminamos, tomamos un café o almorzamos. Peligro grave, porque la consulta queda necesariamente a medias; por la prisa no se profundiza, el lugar no permite el examen físico, y seguimos restando valor a lo que sentimos. El diagnóstico sigue oculto y la enfermedad no ceja su curso. Son mayúsculos los sentimientos de negación en los estados iniciales no discapacitantes de la enfermedad.

Somos reticentes a practicarnos exámenes. Los aplazamos  por el temor al resultado y en ocasiones para evitar el dolor que pueden traer consigo. Si conocemos como son, no los queremos para nosotros. Como anota el doctor Murray en su artículo, hacemos menos gasto médico a las aseguradoras, al sistema general de salud, tanto por la consulta con el amigo que no nos cobra —bella práctica de colegaje que estimulo— como por menor uso de los recursos diagnósticos, y como veremos más adelante en esta columna, también evitamos terapéuticas cuando sabemos que vamos a morir.

Tampoco somos siempre el mejor ejemplo de hábitos saludables. Horarios de seis de la mañana a nueve de la noche, para llegar a la casa a seguir estudiando el caso que nos tiene inquietos, no es exactamente modelo de salud mental, emocional, familiar. Quienes fuman en el consultorio, quienes se saltan las comidas, los que somos sedentarios, no tenemos autoridad completa para instruir a los pacientes, y sin embargo, lo hacemos con convencimiento total, real, y con "en casa de herrero, cuchillo de palo". La prevención está en nuestro intelecto, poca en la práctica personal. La obesidad del médico ha sido tema debatido e incluso se ha vetado el ingreso a entidades de salud a médicos obesos para ejercer, bajo la premisa del mal ejemplo. No estoy para nada de acuerdo con ello. Los médicos necesitamos el mismo trato humano que cualquier otra persona.

Esto me conduce al tema de tratar al colega (nuevamente y me disculpan por ser reiterativo al tema), con temor. El temor a que se cumpla el adagio de "si es médico o familiar de  médico, se complica", esto hace que nuestra enfermedad sea mal diagnosticada, mal tratada, mal enfocado el proceso total. Nos produce más estrés, y es obvio, tener que dar una mala noticia al colega y al amigo. He visto a colegas rehuir al médico, antes que enfrentar su enfermedad progresiva e incurable. Somos cautelosos en afirmar un diagnóstico. De pronto hasta más prudentes al prescribir. Los médicos enfermamos diferente.

Aunque ya hemos bajado del pedestal la imagen de tener que ser seres perfectos, modelo, ejemplo para los demás, también impide, paradójicamente, que cuidemos nuestro cuerpo. No queremos mostrar debilidad, dolor, malestar. En fin, no nos gusta que nos vean enfermos y hacemos lo que sea para continuar trabajando, aparentando bienestar, con el pretexto de servir a la humanidad. Si no nos servimos a nosotros mismos, ¿cómo podemos hacerlo bien hacia los demás?

Supe de un estudio que confirma: los médicos tenemos entre tres a cuatro años de expectativa de vida menos que  la población general. Esto muestra que vivimos el proceso de salud-enfermedad diferente, que somos menos precavidos en nuestro autocuidado.

¿Por qué o para qué?, es esta diferencia. Prefiero el para qué. Para acercarnos a la coherencia, para tomar conciencia de que somos seres en desarrollo antes que médicos. Que precisamente el ser médicos es una forma de reconocer aquello que tenemos que sanar en nuestro interior. Para caer en cuenta que aplicar al paciente la misma filosofía que se aplica a si mismo, es el camino correcto.

Respecto al morir —no creí que saliera tan largo el enfermar, ya voy pasado del número de palabras permitido en una columna de opinión— los invito a leer la continuación dentro de ocho días.

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