En el mundial de 1966, en Inglaterra, llegó a su máxima expresión la visión de asimilar el fútbol a una guerra en la que todo vale con tal de ganar.
En medio de la carnicería en que se convirtieron los partidos, el rey Pelé fue sacado en camilla desde el primer encuentro, después de recibir espeluznantes barridas y codazos con la complacencia de árbitros, que entonces no disponían de las tarjetas amarillas y rojas para ajustar la disciplina en la cancha.
Rattin el defensa argentino de Estudiantes de la Plata, fue el emblemático defensa matón, agenciando métodos —que a nuestros país, traería su compañero de equipo Bilardo— como el dar pata venteada y golpes a granel, untarle Vick Vaporub en los ojos a los delanteros rivales para obnubilarles el arco y pincharlos con alfileres para provocar su reacción y hacerlos expulsar.
La política y las elecciones son muy parecidas al fútbol. Cuando de ganar se trata, los rivales no escatiman recursos legales, ilegales y antiéticos, como se evidenció con el escándalo Watergate, en los Estados Unidos, cuando debió renunciar el presidente Nixon que aspiraba a la reelección, después que se descubrió que sus hombres habían chuzado las comunicaciones de la sede de campaña de los demócratas; o como lo hizo Trump, con sus bodegas de fabricar mentiras replicadas por medios como Fox News, no aceptando la derrota e insistiendo que Biden ganó con fraude.
Y más en Colombia, un país donde el irrespeto a la ley es la ley y antes que mataran a Gaitán en 1948, durante gobiernos conservadores, imponían barreras legales y amenazas para que no votaran los liberales y a favor de los candidatos del gobierno votaban hasta los muertos; siguiendo la frase de “que el que escruta elige”, en 1970 le robaron la presidencia a Rojas Pinilla.
En 1996 los paramilitares con ayuda de funcionarios del gobierno, fuerzas armadas y empresarios mataron a Jaime Pardo Leal, candidato presidencial de la UP.
En las de 1990 fueron asesinados tres candidatos presidenciales opuestos al régimen: Luis Carlos Galán Sarmiento, Carlos Pizarro y Bernardo Jaramillo; en 1996, Ernesto Samper Pizano fue elegido con aportes del Cartel de Cali.
En el 2000, Álvaro Uribe subió gracias a la alianza de paramilitares, narco-hacendados, políticos y empresarios y fue pionero al poner el DAS y la inteligencia militar a su servicio para espiar a magistrados, jueces, periodistas y rivales políticas.
Además, intentó utilizar los medios de comunicación gobiernistas y las redes sociales, aprovechando el internet para desacreditar a sus rivales y viralizar noticias falsas, como las difundidas durante la campaña a favor del No en el plebiscito por la paz, “para sacar a votar a la gente verraca” tal como lo reconoció el coordinador de la campaña.
Los escándalos posteriores a la divulgación de los petrovideos, después que fue infiltrado su equipo coordinador de la campaña y se conocieron las tácticas sucias para ir eliminando rivales en el camino a la presidencia, y la divulgación de las interceptaciones a Rodolfo Hernández, su hijo y socios con relación al escándalo alrededor de las basuras de Bucaramanga, hacen parte de esa guerra sucia que acompañó a la política, nos recordó que “las longanizas saben sabroso sin saber cómo las hacen”.
Petro para poder ganar se alió con fogueados camaleones y “perros” provenientes de partidos tradicionales que conocen misterios y los ingredientes ácidos y alcalinos con que se cocinan las campañas.
Buenas personas ingenuas como Fajardo, en este arrabal no tenían futuro.
Al final, la mayoría de la población no apoyó al candidato del gobierno y del uribismo con sus fracasadas propuestas de seguridad y justicia social, y se decidió por el cambio que tiene coincidencias en los esbozados programas de los finalistas, en puntos tales como la lucha contra la corrupción, el cumplimiento pleno del Acuerdo de Paz, que desconoció Duque.
En puntos como las reformas agraria integral, política electoral, a la salud, justicia, el cambio en la lucha antidrogas, la reanudación de negociaciones con el ELN y de relaciones con Venezuela, el estímulo a la producción agropecuaria e industrial debilitadas por los TLCs, entre otros aspectos.
El país votó por un cambio y con la esperanza de poder manejarlo el oficialismo que apoyó a Duque y manipulado por Uribe, escogió a Rodolfo.
Con todos sus defectos, por su conocimiento de lo que es el Estado y el gobierno, creo que para iniciar el cambio que urge Colombia el más indicado es Petro.