Desde hace cinco años, el colegio oficial Tenerife Granada Sur de la localidad de Usme, en Bogotá, cambió la violencia por las acrobacias de la gimnasia. El responsable es Jaime Lozano, un maestro de la educación pública que se las ingenió para reunir en un solo lugar a jóvenes de diferentes bandos, en una localidad marcada por las barreras invisibles de la violencia y el microtráfico.
‘Gimnasia Territorio de Paz’ es el laboratorio bajo el cual, desde hace cinco años, con un trampolín y colchonetas 15 jóvenes se ejercitan en reconciliación, y consiguen distanciarse de sus disputas por el control del territorio y el tráfico de drogas.
Cada día, con un leve gesto del profesor, todos hacen una fila a unos cuantos metros del trampolín. Fabián Rico, de 17 años, es el primero en iniciar las acrobacias. Toma impulso, corre, brinca y su cuerpo se enrolla en el aire en un perfecto salto.
Lo que sigue es una continua muestra de elaboradas acrobacias: velas, pescados, holandesas, cascadas, duplos, gatos, pasavallas y mortales de todo tipo, que estos jóvenes realizan con especial destreza, robándose los aplausos de los demás estudiantes del colegio Tenerife Granada Sur, que detienen sus partidos de fútbol y animadas charlas para centrar toda su atención en estos gimnastas.
Pero esto no siempre fue así. Muchos de los chicos que hoy se toman de la mano hace algunos años eran enemigos declarados, miembros de los ‘parches’ de Tenerife y Monte Blanco, dos barrios de Usme.
Transformar realidades para construir paz
De acuerdo con Sergio Guarín, coordinador de los temas de posconflicto y construcción de paz de la Fundación Ideas para la Paz (FIP), educar para la paz es fomentar a través de mecanismos formales e informales el conjunto de competencias (saberes, habilidades y actitudes) que se requieren para vivir de un modo armónico.
“Se trata de aprender a cerrar las heridas de la guerra”, dice Guarín, una afirmación que Fabián Rico y Ximena Pizo, dos de los integrantes más destacados de ‘Gimnasia Territorio de Paz’, trasladaron a su entorno para llevarla del papel a la práctica.
“Cuando yo llegué a este colegio tuve un problema enorme con Rico porque él, que era del barrio Tenerife, no se podía ver con mi novio, que era de Monte Blanco. Entonces yo terminé metida ahí en ese problema (…) Éramos enemigos porque éramos de combos diferentes, pero él nunca me hizo nada a mi, y yo tampoco a él”, recuerda Ximena, mientras Fabián, que está a su lado, asiente y agrega: “Era un conflicto sin sentido, trajimos las líneas imaginarias de la calle al colegio, es decir, ella por su lado y yo por el mío”.
Este mal ambiente fue evidente en la comunidad educativa, siendo el profesor de educación física, Jaime Lozano, el primero en percibirlo. “Era una bomba de tiempo –recuerda–. Entonces decidí adelantarme e invitar a Ximena al grupo de gimnasia que ya estaba funcionando. Eso no le gustó a muchos, en especial a Fabián, pero me las ingenié y así fue como reuní en un solo lugar a chicas y chicos de diferentes bandos. Era un lugar neutro, cuando salían ni se miraban o peleaban, pero mientras estaban en clase, se respetaban. Ese fue nuestro primer territorio de paz”.
Nada fue fácil en este proceso. Cosas tan sencillas como cogerse de las manos para practicar algunas figuras acrobáticas resultaron todo un reto, pero luego de siete largos meses, llenos de altibajos, el profe Jaime logró lo que para él es un regalo enorme: robarle chicos a la pandilla que, poco a poco, cambiaron sus horas de ocio en la calle por arduos entrenamientos de gimnasia acrobática.
El secretario de Educación de Bogotá, Óscar Sánchez, asegura que el desafío pedagógico al que se enfrentó la educación pública de la capital durante los últimos cuatro años fue precisamente el de convertir en un ejercicio curricular esos espacios de apropiación en donde estudiantes y profesores participan y viven procesos de transformación.
Según Sánchez, en ese escenario aparece el proyecto de Educación para la Ciudadanía y la Convivencia, con el que los estudiantes aprenden sobre derechos y deberes a través de la inmersión en dilemas éticos, talleres experienciales y ejercicios para la resolución de sus propios conflictos.
El funcionario explica que estas actividades hacen parte de Iniciativas Ciudadanas de Transformación de Realidades (Incitar) que “permiten que estudiantes, maestros y padres de familia se empoderen y saquen adelante iniciativas de cambio social”; y la Respuesta Integral de Orientación Escolar (RIO), con la que el Distrito brinda atención inmediata a situaciones de convivencia escolar, conducta suicida, consumo de drogas, entre otras problemáticas, a través de un tratamiento terapéutico y pedagógico manejado por grupos interdisciplinares.
Jaime es optimista porque sabe que su papel es determinante para cambiar las vidas de sus estudiantes. “Cuando uno es profesor, esta responsabilidad aumenta pues uno transformas vidas, corazones, cuerpos, mentes y pensamientos.
Competencias ciudadanas, la clave para una educación para la paz
Para Sergio Guarín de la FIP, la educación para la paz es una de las tareas inaplazables de nuestro país, que debe incluir dentro de sus estrategias educativas, la enseñanza de competencias ciudadanas. Por eso es clave, también, la inclusión de la jornada completa en Bogotá, que tiene como objetivo formar ciudadanos de excelencia.
“Esta apuesta es coincidente con el avance que venían teniendo los diálogos de paz en La Habana, donde empezamos a preguntarnos cuál era nuestra responsabilidad frente al tema de construcción de la paz desde lo cotidiano. Así impulsamos la educación en ciudadanía y convivencia en cada colegio del Distrito dentro y fuera del colegio, construir empoderamiento de estudiantes, docentes y rectores en función de generación de paz y construir una red de educación para la paz”, explica la directora de participación y relaciones interinstitucionales de la Secretaría de Educación del Distrito, Deidamia García.
El proyecto cuenta con una inversión cercana a los $100 mil millones de pesos, una red de 11 mil facilitadores, cuatro estrategias de implementación en los ámbitos distrital y territorial y más de 300 materiales que hablan de cómo integrar las capacidades ciudadanas a los currículos académicos.
Además, es uno de los insumos primordiales con los que el pasado mes de mayo se consolidó la ‘Red de Educación para la Paz y los Derechos Humanos en Colombia’, la cual cuenta con el liderazgo de la Secretaría de Educación del Distrito y el apoyo de la Alta Consejería Presidencial para los Derechos Humanos, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Colombia y la Alianza Educación para la Construcción de Culturas de Paz.
Guillermo Rivera, alto consejero presidencial para los Derechos Humanos, asegura que esta red entraña para el futuro de Colombia: “El país la requiere puesto que Colombia no obtendrá una paz estable y duradera si no cuenta con una nueva generación de colombianos comprometida con la garantía de los derechos humanos”.
La paz es mucho más que camisetas blancas
Álvaro Marchesi Ullastres, secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI), está convencido de que en un país donde no se respetan los derechos humanos, no se puede hablar de educación de calidad. Por eso, ve con gran entusiasmo que los acuerdos alcanzados en los diálogos de paz que se adelantan en La Habana porque contribuirán a generar una conciencia colectiva desde la educación.
Por esto, la OEI abrió en 2014 el Instituto de Educación en Derechos Humanos, cuya sede central está en Bogotá y tiene influencia en 17 países de Iberoamérica. Marchesi Ullastres es concluyente: “La educación es la clave del futuro y debe asegurar que las nuevas generaciones contribuyan a la reconciliación”.
Como la paz se construye con el apoyo de cada uno, decir en Bogotá ‘Somos Generación de Paz’ es mucho más que vestir camisetas blancas y apostar por un acuerdo que de fin a la guerra.
El cuidado del medioambiente hace parte del proceso; respetar la diversidad de género, de creencias, de creer en una sociedad más equitativa donde los estratos no sean la vara que decida el destino de una vida.
“La paz empieza en el primer territorio que habitas, que no es otro que tu cuerpo”, asegura el profesor Jaime, y Fabián está convencido de ello. Ahora que está a punto de graduarse como bachiller, vuelve a convencerse de que a él las acrobacias representan su nueva revolución
“Invitamos a gente que no es del colegio y que está afuera en esos parches, a practicar con nosotros. No ha sido fácil, pero sí enriquecedor, porque ahora todos sentimos que eso que empezó en este colegio ahora afecta positivamente a nuestro barrio, que se lo merece. Si nuestro entorno mejora, cada vez serán menos los que caigan en problemas”, dice Fabián que, junto a Ximena y sus otros compañeros, ahora enseña lo aprendido a los más pequeños del colegio.
Ahora Daniel, César, Ricardo, Andrés y Zharick son las nuevas promesas de la gimnasia acrobática de la localidad de Usme. Ninguno supera los cinco años, pero ya todos sueñan con ser grandes deportistas.
“Lo que pasa es que aquí el profe Jaime nos cambió la vida, nos enseñó que si vives en paz, vives más feliz, más tranquilo y puedes hacer más cosas por ti, tu familia y tu comunidad”, explica Joel Carmona, otro de los pupilos de Jaime.
A la fecha, el 95 % de las instituciones educativas del Distrito (345 de los 363 colegios oficiales) ya cuentan con Planes Integrales de Educación para la Ciudadanía y la Convivencia.
La hora cero para la paz es ahora. Así lo concluye el Secretario de Educación de Bogotá, para quien “es una necesidad imperiosa y un proyecto de transformación perfectamente viable si hay voluntad política, recursos y se dispone del tiempo necesario para generar una política pública de alto impacto”.
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