La clave de Álvaro Uribe es que sabe, a cabalidad, que el éxito político radica en la “cultura”, no como expresión artística, sino como manera en la que un individuo, una colectividad, un pueblo o una nación, perciben la realidad que los circunda, a sabiendas de que “la realidad es imaginación”. De ahí la presencia actual de las falsas noticias, las fake news que distorsionan la percepción de la realidad.
Es por ello que ahora se enfrentan Uribe Vélez y el Centro Democrático a Fecode, para impedir que los estudiantes, a través de los institutos educativos públicos, adquieran conciencia política, lo que no significa adoctrinamiento, sino criterio para juzgar el rumbo de los acontecimientos nacionales e internacionales. Es adquirir una cultura analítica.
Es por ello mismo que el subpresidente ha nombrado, en gesto de memoricido, como director del Centro de Memoria, a Darío Acevedo.
A Uribe Vélez no le interesa que la ciudadanía tenga formación crítica ni memoria, requiere —para que el sistema perdure— que no se explore en la realidad circundante, que no se examinen los hechos, que no se haga disección de la realidad, que se distorsione la historia. Esa es la clave de su poder. De ahí también que se ocupe de la publicación de textos escolares, como el que acaba de editar Santillana, donde se graban ideas preconcebidas para perpetuar el statu quo.
Por esta misma razón Uribe Vélez liquidó el Centro Gaitán (Colparticipar), porque allí se trabajaba en torno a la ingeniería cultural, ciencia que se ocupa de forjar conciencia cultural, siguiendo las huellas de Jorge Eliécer Gaitán.
Por ello mismo utilizó las fake news para desacreditarme en mi condición de directora del centro, tratando de legitimar la liquidación, ya que ahora a los gaitanistas no nos califican de “comunistas” o “fascistas”, sino que nos aplican el nuevo sistema, el de enjuiciarnos jurídicamente. De ahí que Uribe Vélez, a través del Ministerio de Educación, me interpusiera 44 demandas fiscales y administrativas, señalándome en la prensa como corrupta. Salí airosa y totalmente exonerada de todas las acusaciones, pero lograron matarme en vida. A partir de ahí nunca me volvieron a convocar a ninguna actividad política. Estoy señalada con el dedo de la ignominia. No ha valido que la Fiscalía, la Contraloría y la Procuraduría me hayan eximido de todo cargo, incluso con elogios por mi gestión. ¡No! El daño está hecho y esa era la intención. Ya no necesitaban asesinarme —como hicieron los antecesores de Uribe Vélez con mi padre— bastaba imputarme falsas acusaciones. No importaba si finalmente salía airosa de su torticera maniobra.
Así es como la Casa-Museo Gaitán está ahora en manos de quienes la utilizan como herramienta para borrar la memoria ideológica de mi padre. La tienen sucia y lóbrega y a los visitantes les cuentan nimiedades y mentiras, ocultando deliberadamente el mensaje liberador y revolucionario de Jorge Eliécer Gaitán. Lo han convertido en personaje inofensivo al sistema. Utilizan una estrategia efectiva: la de invalidar su figura vaciándola de contenido.
Callan el hecho de que Gaitán logró que el Movimiento Gaitanista derrotara aplastantemente al oficialismo liberal y al conservador, debido a su formación como psiquiatra forense, que extendió en profundidad al estudio e investigación de la psicología de masas. Por eso mismo planteó que, para alcanzar su objetivo de lucha, de sustituir la Democracia Representativa por una Democracia Directa, lo primero que había que hacer era cambiar la cultura delegataria —que aún prima en Colombia— por una cultura participativa. Así dirá: “Lo que queremos es la democracia directa, aquella donde el pueblo manda, el pueblo decide, el pueblo ejerce control sobre los tres poderes de la democracia burguesa: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial y que, además, garantice la equidad en el aspecto económico. Allí donde el pueblo es el pueblo, el pueblo ordena y ejerce un mandato directo sobre y en control de quienes han de representarlo. Todo esto exige trabajar honda y apasionadamente en el cambio de una cultura que despierte en el pueblo voluntad para regir directamente sus destinos y exige un profundo cambio constitucional para disponer de una Constitución acorde con la necesidad de un mandato popular directo sobre los destinos de la patria, que elimine los filtros que la democracia burguesa establece y defiende”.
Toda su militancia se enfocó en forjar en el pueblo colombiano una cultura de autodeterminación, autoestima, autosuficiencia y disciplina.
Centrarse en la cultura explica que un diario enemigo suyo, como El Tiempo, cuando el gaitanismo barrió en las elecciones parlamentarios de 1947, colocara en primera página un titular de seis columnas donde se lee: El fenómeno Gaitán.
Ese fenómeno es fruto de entender que es la cultura la herramienta fundamental en la lucha política, a la que definió en sus memorias de Ministro de Educación diciendo: “Entendemos por cultura, no la adquisición de conocimientos decorativos y vagamente educativos, sino un régimen de convicciones que rigen realmente la existencia de un pueblo. Este, con sus condiciones peculiares es el supuesto humano sin el cual no es posible la cultura, porque perder de vista la vida afectiva del hombre y sus ineludibles urgencias es, precisamente, la negación de la cultura. Cultura no es lujo, es pura y esencialmente una necesidad vital, es menester imprescindible de la vida humana, es adquirir conciencia de sus convicciones y del medio histórico en que se actúa, es elevar su nivel de vida de acuerdo con su tiempo”.
Si los progresistas, la gente de avanzada, los izquierdistas, los reformadores, los de vanguardia, queremos derrotar a Álvaro Uribe, debemos trabajar el tema de la cultura y la mejor manera para dominar el tema es estudiar a fondo a Jorge Eliécer Gaitán. Álvaro Uribe lo sabe, por eso le teme tanto a su ideario. Por ello, violando la ley y la Constitución, liquidó el Centro Gaitán y sus áulicos han convertido la Casa-Museo Gaitán en un cementerio de sus ideas y de su proyecto político. El memoricidio es una herramienta clave en el mantenimiento de Uribe Vélez como figura política, superando en poder su prontuario delincuencial.