El potente movimiento social en curso desde el pasado 21 de noviembre, con acciones intermitentes pero efectivas, nos está descubriendo asuntos de lo que es y será esta nación hacia el futuro.
Primero un irreversible derrumbe de la hegemonía política de la elite tradicional que ejerce prioritariamente una dominación violenta; un quiebre de la gobernabilidad del régimen político; una emergencia del partido de los “ciudadanos no electores” o “subpolíticos”, derivados del modelo neoliberal, reemplazo de los walking dead o vivos muertos, que no son más que todos los partidos y sindicatos tradicionales, de izquierda-derecha y los ciudadanos tradicionales; la insurgencia de una contrahegemonía popular con sus propuestas y alternativas de transformación; y una “guerra de posiciones” (gramsciana) bajo el liderazgo de Gustavo Petro en los escenarios extraparlamentarios.
Con el quiebre de la hegemonía tradicional muchas instituciones se tornan inocuas e inviables.
La más visible de ellas hoy es el Escuadrón Antidisturbios de la Policía, el Esmad. Verdadera máquina de violencia y destrucción de los derechos civiles y los humanos.
Hay un reclamo mayoritario de la sociedad civil y política democrática para que se le disuelva. Está en curso un amplio debate en el Congreso de la República en el que se reclama su inmediata sepultura.
Sus defensores, todos de la ultraderecha fascistoide, afirman que esa idea es inviable, que el Esmad no es más que la réplica de otros aparatos de la misma índole funcionando en 110 países del planeta.
Otra falacia de estas facciones oscurantistas y feudales.
El problema es más de fondo. Es la concepción filosófica que sustenta ese dispositivo violento; verdadero semillero neonazi como lo comprobamos con el asesinato de Dilan en la capital y en el secuestro de ciudadanos para desaparecerlos en Bogotá, al frente de la Universidad Nacional, reviviendo el viejo sistema de las dictaduras del cono sur, que secuestraban a la gente y la lanzaban al mar.
El Esmad es una idea comprada a la doctrina norteamericana de la contrainsurgencia neonazi, y su constitución está asociada al Plan Colombia y a la Seguridad Democrática de Uribe Vélez, origen de los casi 5 mil falsos positivos conocidos, del paramilitarismo, de las masacres, de las desapariciones de miles de ciudadanos, del exterminio de líderes sociales y de las comunidades indígenas en el norte del Cauca y otros territorios.
El Esmad es un aparato terrorista contrario a la convivencia y la paz. Su organización, su funcionamiento, el adoctrinamiento fascista e inconstitucional de sus integrantes es incompatible con la idea de paz que se pactó en La Habana.
El Esmad es la negación violenta de los derechos ciudadanos; es el tratamiento de guerra de las protestas y la legítima movilización ciudadana que demanda la solución de los más graves problemas, recogidos en el pliego de los 13 puntos del paro que el gobierno del señor Duque se niega a tomar en serio.
En otros países, en más de cien, hay esquemas para evitar catástrofes en el orden público, pero nada que ver con este engendro que está muy hermanado con los Carabineros de Chile, una máquina pinochetista experta en violaciones sexuales y en agresiones oculares a casi cuatrocientos ciudadanos chilenos.
Hay que sepultar cuanto antes el Esmad planteando una alternativa de seguridad coherente con la paz, con la convivencia, con el respeto a los derechos ciudadanos, con el tratamiento democrático de la protesta y la movilización social.
Con el entierro del Esmad debe venir una depuración generalizada en la Policía y en otros cuerpos armados para excluir de allí tanta mente asesina y violenta que no comparte el estatuto democrático de la Carta de 1991.
Depurar la policía no es algo extraordinario en la vida institucional. En su momento otros gobiernos lo hicieron con importantes resultados.
Hay que dar paso a una nueva oficialidad civilista y sensible con los reclamos contrahegemónicos de la nación y su pueblo.
Si fue posible liquidar la nefasta Brigada 20 de inteligencia del Ejército, autora del exterminio de la UP; si fue posible enterrar el siniestro Das, después de que se lo tomaron los paramilitares de Castaño y Mancuso, cómo no va ser posible dar sepultura a este monstruo violento que se convirtió en el instrumento de la facción más retrógrada de la política nacional, me refiero al uribismo y sus fanáticos de la ultraderecha despótica.