En políticos no es que haya mucho para creer. Ni para crear. Todos en campaña dicen recibir una m…. y juran elaborar un postre.
Son gente al servicio de lo que S. Bauman (no precisamente un loco desalentado, sino uno de los grandes humanistas de nuestro tiempo) denominaba el Estado parásito, un modelo de Estado que toma cuanto puede del ciudadano y le retribuye nada; uno que está al servicio de las corporaciones, a la orden de las exigencias de empresarios, mejor decir, un tipo de Estado que, bien sea de derecha o de izquierdas, tiene claro que la partida está perdida, que hay mucha gente de sobra, una muchedumbre que deambula las ciudades como hongos histéricos peleándose entre sí por espacio, por trabajo, por comida, por un sitio en la acera, y que siendo prácticos dedicarle esfuerzo a todo esto no tiene sentido y es mejor hacerlo para pocos mandamases que tienen la visión de llevar el concejal a alcalde o al alcalde a presidente. En este modelo de política al servicio de la economía, no se gobierna para gobernar, sino para escalar.
Y ahí está Bogotá, una mole de desechos, de medias obras, de sobras, de proyectos prometidos; una ciudad sin gobierno, pensada para la mitad de la mitad, echada a su suerte desde hace rato, un laboratorio de iniciativas siempre nuevas e incompletas.
Y ahí está Claudia López, la horma de la nueva política, una política que prescinde de los hechos, pero entiende las redes sociales, los mensajes, las palabras, las hojas de cálculo, las fotografías del futuro, una fórmula de gobierno todo el tiempo en bocetos de descarte.
Todos harán el metro, otra línea, más líneas, con facilismo como si de líneas de droga sobre una mesa se tratara. Una ciudad limpia, segura, transitable. Habrá trabajo, salud, colegios y días soleados
Y están también los candidatos a ser alcalde. Unos, simplemente, peores que otros. Todos harán el metro, otra línea, más líneas, cosas dichas con facilismo como si de líneas de droga sobre una mesa se tratara. Todos harán una ciudad limpia, segura, transitable, amigable. Habrá trabajo, salud, colegios y días soleados para todo el mundo.
Todos bailarán la danza ritual de la prosperidad; dejarán la inseguridad en el pasado, duplicarán la policía, trabajarán con los jóvenes, con los diversos, con los alternos, Bogotá será Copenhague, Berlín, Manhattan, pero más feliz y organizada.
Leí en alguna parte, no recuerdo dónde o cuándo, que loco es quien hace todos los días lo mismo esperando obtener un resultado diferente. Cómo creer entonces en gente que siempre jura y devuelve caos, gente que promete todo y sabe de qué manera hacer nada.
El manual de la corrección dirá que el escepticismo no sirve, que es un deber ético y comunicativo invitar a votar, a creer; dirá, así mismo, que es un sinsentido hacer una página de estas solo para criticar sin proponer.
Eso es irrefutable. Aún así, aunque este sea mes de tratos y trucos, hoy en realidad no hay mayor cosa por creer. De modo que solo resta esperar que quien gane la alcaldía de Bogotá lo logre en primera vuelta. Dos tandas de lo mismo sería un exceso.