Ocupo gran parte de mi tiempo pensando en las historias, las que se han escrito y las que falta por contar. Escojo autores, estilos y biografías que sugieran las más interesantes. Creo que existe maravilla en las fábulas, los cuentos y los relatos.
Hace poco me regalaron una colección de Edgar Allan Poe con la particularidad de haber sido traducido por Julio Cortázar. Luego, encontré algunos cuentos policiacos del recomendado; varias veces citado, y prologado por J.L. Borges, G.K. Chesterton, que realmente me llevaron a pasar mañanas agradables camino a mis compromisos diurnos en un bus que me lleva de Castilla a Chapinero. Decidí solamente interrumpir mi lectura cuando me aproximaba a la calle 13 avanzando por la Av. Boyacá en el sentido sur-norte, en donde hay un gran lote que por alguna razón no ha sido explotado, (por alguna razón).
Mirando por la ventanilla veo unos árboles jóvenes de tamaño de no más de dos metros que decoran el aspecto de tan congestionado lugar. La naturaleza le imprime belleza, no sin fatiga, a tan ruidoso espacio lleno de miles de personas que van y vuelven de sus obligaciones diarias. Estos pequeños árboles los destaco en mi camino y les dedico los segundos que tardo en recorrerlos alimentándome por sus formas naturales y perfectas, válgame la redundancia, y aliviándome de los motores y las bocinas que dan la atmósfera a este punto geográfico. Sus troncos se erigen decididos, pacientes, errantes e irregulares. Sus ramas, en una obligada personificación, se extienden como brazos igualmente irregulares, aunque más delgados, dando soporte a glamurosas hojas que encienden con distintas tonalidades de verde y amarillo el aspecto general de estos jóvenes.
Su vano y fatigoso esfuerzo por alimentar de oxigeno el lugar llena de vicisitudes su crecimiento, y sólo les queda vivir como cualquier ciudadano, aspirando a no enfermar y prevalecer a través de un tiempo misterioso que llevará a la muerte y a la enfermedad. Aunque a veces, se puede morir joven y sin enfermar, si el deseo de crecimiento y prosperidad industrial, deciden talarlos para que ‘no estorben el éxito económico’ de algún ajeno a estos lugares.
Hace no más de diez días, encontré en un espacio recóndito de mi biblioteca un pequeño libro con tres ensayos de Alexander Von Humboldt, un naturalista Alemán que dedicó sus años a caminar por todo el continente americano con el deseo científico de explorar y describir la basta geografía de esta región; pero también con la noble intensión de transmitir la dignidad de estas tierras y culturas a una élite europea que la veía como torpe, degenerada y bestial. Humboldt entendía que por la vía de la razón se quedaría corto para intentar disuadir la opinión de aquellos ‘ilustres’, por lo que decidió, no con poca estrategia, recurrir a la mera descripción en prosa no mágica aunque poética, como estilo que le daría el respeto y dignidad que esta región merecía. Quizá porque sabía que no hace falta imaginar con fantasía el mundo, pues es un trabajo redundante cuando la misma naturaleza ya es mágica y poética.
En sus ensayos describe las formas del Salto del Tequendama en 1801, y los caminos selváticos del Quindío con tanta satisfacción, sorpresa y deleite, que llevaron a varios curiosos y estudiosos por años a buscar sus apuntes conservados aún en la Biblioteca Nacional.
Hoy, doscientos años después, los naturalistas quizá no se instruyan en taxonomía leyendo los ensayos de Humboldt, pero pueden alegrar sus días con su prosa sobre la naturaleza. Los peruanos, los ecuatorianos y los argentinos son otros afortunados que atesoran algunos textos de Humboldt sobre la geografía de sus países.
Y es que lo que quizá he querido resaltar acá, es que la fantasía y la ficción son recursos y estilos literarios maravillosos con los que nos permitimos narrar historias. Con las fábulas, por ejemplo, personificamos seres en un intento por entendernos tomando distancia de nosotros mismos, sin embargo, la sola descripción no fantasiosa nos invita a ver que el mundo ya es poético y que a veces basta una mera transcripción del mismo para permitirnos asombrarnos con nuestro alrededor, que afónico, nos intenta transmitir con su lenguaje y con sus formas, su propia historia abundante de increíbles narraciones extraordinarias en espera de ser escuchadas.