Viste de negro. Solo se asoman sus ojos vidriosos detrás de la tela con la cual cubre todo su rostro. Al ocultar su cara el mundo se entera per se, que no estaba delante de un valiente. El asesino mide dos metros y tiene la contextura de un basquetbolista profesional. Posa su mano sobre el hombro del periodista James Foley, lo tiene arrodillado y ya le ha avisado que le va a cortar la cabeza. El criminal mueve su bota derecha de un lado a otro, síntoma de que también tiene miedo. Con un cuchillo que parece una espada, apunta hacia la cámara y su marcado acento británico reza un dilapidario argumento: “Este es James Foley, un ciudadano estadounidense de su país. Como gobierno ha estado al máximo de su agresión hacia el Estado Islámico. Cualquier intento tuyo, OBAMA, de negar el derecho de vivir bajo el Califato Islámico resultara en un baño de sangre de tu gente”. Entonces el verdugo se posa detrás de Foley, no lo hace de frente como se espera de un verdadero hombre y empieza a serruchar con su cuchillo la garganta del periodista hasta que la desprende de su cuerpo.
Aquel vídeo emitido en agosto del año 2014 hizo famoso a un muchacho al que el mundo comenzó a llamar como ‘Jhon el Yihadista’. Desde aquel día el propio Presidente Obama ordenó su muerte. Con la misma cobardía –rostro tapado, víctimas sometidas, drogadas con somníferos, obligadas a leer discursos vagos y su cuchillo brillante- el Yihadista Jhon retó al mundo apareciendo en cinco vídeos más donde, con la frialdad del carnicero que sacrifica a su vaca para alimentarse, mató a Steven Sotloff, Kenji Goto, Peter Kassig, David Haines y Alan Henning. Cientos de adolescentes en el mundo comenzaron a rotar los vídeos en las redes sociales. Más tarde algunos lograron llegar a Siria y coincidían en que además de querer militar en el grupo, todo cuanto querían era solo estar al lado de Jhon. Isis aprovechó la imagen de este sujeto y le dio la potestad de ser su vocero en cada masacre. Jhon el Yihadista como Charles Manson se convirtió en la celebridad de la muerte.
Seis meses duraron las agencias de inteligencia más reconocidas del planeta en descubrir a aquel valiente cobarde del cuchillo en su mano izquierda y su inglés perfecto. Miles de fotos, acercamientos nanopixelados, cotejo de voces y correos lograron dar con el personaje: Mohammed Emwazi, su nombre real, edad 26 años, estatura 2 metros, origen británico, aunque había nacido en Kuwait. Las más de cincuenta personas entrevistadas para poder entender su personalidad y movimientos coincidían en una frase: “No puedo creer que el pequeño Mo, sea el asesino de los vídeos”. Pero lo era.
Tenía apenas cuatro años cuando sus padres se trasladaron a North Kensington, en el oeste de Londres. Su papá se dedicó a manejar un taxi y su mamá actuaba como cleaner. En casa la religión musulmana era practicada por convicción. Mohamed contaba con todas las comodidades. Fue a una buena escuela en Maida Vale, pero ahí empezó su pesadilla. El bullyng llegó desde la orilla femenina: un día unas niñas gritaron que Mo tenía mal aliento. Nunca más volvió a mirar a los ojos a una mujer, comenzó a cubrir su boca con la mano para hablar y se volvió un niño huraño. Un día, con apenas 9 años de edad, se paró en una clase de lenguas y comenzó a dictar una conferencia sobre su religión, fue la única vez que se le vio hablando en público. A los 13 años militó en una pandilla de muchachos que tomaban alcohol, fumaban cigarrillos, aunque lo que enfureció a sus papás era que se empezara a vestir con gorras de béisbol, camisas hasta las rodillas y jeans anchos.
La secundaria la hizo en Quintin Kynaston un colegio al norte de Londres. Los computadores y su religión comenzaron a ser el único espacio donde se sentía cómodo. Entró a cursos para el manejo de la ira porque en cualquier momento estallaba delante de sus compañeros. Duró seis meses y al parecer se había curado. Entonces hizo amistades adultas en un café que frecuentaban hombres mayores de origen asiático. Todo indica que allí se entusiasmó por los grupos radicales del mundo musulmán. Como el internet le daba la proximidad que necesitaba con sus gustos, en el año 2006 entró a la Universidad de Westminster donde se inscribió en la carrera de Sistemas de la Información. Sus notas sobresalientes le valieron varios elogios, de suerte que se le acercaron algunos muchachos que compartían sus gustos. Con ellos iba a los mismos bares y a las mezquitas donde al muchacho le impresionó el discurso del líder Hani al-Sibai. Se sabe que por aquellos días estuvo en la contra-protesta frente a la mezquita del Central Harrow, arengando porque algunos sectores querían detener la islamización de Europa.
En la oscuridad de su habitación militaba tras computadores en el M15 donde se hizo amigo de Hussain Osman, Abu Talib y Adel Abdel Bari. La inteligencia de Scotland Yard comenzó a seguir los pasos del trío de muchachos; escuchas telefónicas e interceptación de correos dieron con lo que se pensaba: el tal Hussain había participado en la bomba que sacudió a Londres en el año 2005, mientras que los otros dos amigos de Mohammed habían estado en cursos yihaditsas en Escocia y el norte de Inglaterra. La policía inglesa sabía entonces que Mohammed Emwazi tenía los mismos planes. En septiembre del año 2009, Emwazi salió del país con un permiso de trabajo hacia Kuwait, allí trabajó por un año en la compañía de comunicaciones TI. “Era tranquilo, un poco callado, pero se entendía por sus labores como ingeniero”.
A su regreso su apariencia había cambiado un tanto. Tenía barba larga y los jeans habían quedado atrás, se vestía con atuendos propios de la comunidad musulmana. Por esos mismos días planeó un viaje con destino desconocido, lo único que dijo a su salida era que iba de safari a Tanzania. Las autoridades británicas alertaron a sus colegas y Mohammed junto a Abu Talib, fueron detenidos y repatriados. Esa fue una de las tantas detenciones que intensificaron su odio hacia las autoridades occidentales. En Amsterdan también fue interrogado cuando se dirigía hacia Somalia, país donde se sabe que ejerce poder el Shabab, una guerrilla aliada de Al Qaeda. En sus correos se encontrarían mensajes donde advertía que su computadora había sido robada por agentes de inteligencia ingleses, que estaba cansado de la presión y que prefería tomarse un centenar de pastillas antidepresivas para quedarse dormido para siempre. Pero no lo hizo.
En el año 2012 bajo otra identidad logró evadir a las autoridades y salir de Inglaterra. Las últimas noticias que tuvieron sus padres fueron alentadoras: al parecer estaba dictando clases de inglés en Arabia Saudita. No obstante, sus perseguidores descubrieron que Mohammed había alcanzado el destino sangriento que tanto buscaba. A principios del año 2013 se había integrado a las filas yihadistas de la organización liderada por el califa Abu Bakr Bagdadi en los desiertos Siria. Su personalidad se tornó radical. Yihadistas que estuvieron al lado de Mohammed dan cuenta que era un hombre que hablaba con monosílabos, rezaba todo el día, evitaba mirar a los ojos y que el día que le pidieron que ejecutara a un hombre lo hizo como si estuviera desarmando una computadora.
A sus compañeros de evangelización nunca los saludaba y solo se le veía alegre cuando torturaba y mataba occidentales. Con tal carácter y la fuerza que poseía en sus manos el Califa mayor le encargó las primeras muertes grabadas y enviadas al mundo entero para atemorizar y sopesar el poder del Estado Islámico. Se volvió la celebridad macabra que andaban buscando. Fue el hombre que se inventó una tortura despiadada: hacía llevar a todos los rehenes a su sacrificadero. Tomaba uno a la suerte. Lo arrodillaba. Le pedía que mirara a la cámara y leyera el mensaje final en el tablero al lado de la cámara. Todos lloraban. Entonces paraba la grabación y les decía que eso les iba a suceder si sus países seguían atacando al Califato del Estado Islámico.
La prensa lo comenzó a llamar Jhon. John el Yihadista. Durante todo un año, hasta el pasado mes de octubre las fuerzas militares de los Estados Unidos pusieron todo su poder en un solo objetivo: dar de baja al verdugo de verdugos. Un correo habría delatado el lugar donde se ubicaba. Pero los cotejos de voz satelitales dieron con el punto exacto: Raqqa, Siria. La primera bomba disparada desde un drone dio sobre un simbólico reloj de la ciudad. Pero la segunda desintegró el cuerpo del yihadista mayor, aquel muchacho que le tenía miedo a las mujeres y que se cubría el rostro para enterrar cuchillos mientras era grabado. Estados Unidos acaba de confirmar que John el Yihadista no volverá a actuar con la cobardía de los que se encapuchan para matar por detrás.