¡Cómo caminar con una espina en el pie!
Opinión

¡Cómo caminar con una espina en el pie!

“Tal vez las espinas más difíciles están en nosotros mismos; no en el pie sino en el cerebro”.

Por:
agosto 12, 2015
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No todo el mundo se ha clavado una espina en el pie, y a quienes les ha sucedido corren a sacársela aunque no sea el sitio, aunque no sea el momento, aunque nada se lo permita… ¡porque hay que seguir el camino!

En estos días de vacaciones me encontré, como siempre, de frente con la reflexión en su punto máximo y concluí que constantemente hay ese algo incómodo que pareciera no dejarnos avanzar, pero que no necesariamente obstaculiza todos nuestros pasos, o que definitivamente nos hace detener como sea y donde sea para tomar medidas, para cambiar el rumbo.

Entendí que la vida nos enseña cómo caminar con la espina en el pie, por insoportable que parezca, pero no nos damos cuenta; no lo aterrizamos y menos lo compartimos. Y de eso se trata esta columna hoy.

Los seres humanos nos movemos en diferentes escenarios que básicamente se enfocan en la familia, el trabajo, los amigos y uno mismo como ser individual, racional y espiritual. En todos los espacios hay espinas que pueden ser tan pequeñas como soportables, y tan grandes como incapacitadoras.

Encontramos espinas en la familia a través del papá irresponsable, del hermano calavera, del primo ladrón, solo por mencionar algo, y esas como no dependen de nosotros, están siempre ahí; no nos las podemos quitar.

Qué decir en el trabajo: el compañero recostado, el jefe maltratador, el sapo, el de la puñalada trapera, el lambón y también las políticas de la empresa que muchas veces van en contra de nuestros propios intereses: malos salarios, cero beneficios y compensaciones, etc., etc., etc.

¿Y los amigos? Claro que existen, pero qué difícil encontrarlos. En ese camino no solo hay espinas sino tropiezos. Aquí sí que aplica “tras de cotudos con paperas”. Pero se encuentran, se construyen y se disfrutan. ¡Sí los hay!

Pero tal vez la espinas más difíciles, obstructoras de caminos, destructoras de rutas, castradoras de éxito y felicidad, están en nosotros mismos; no en el pie sino en el cerebro. Son esas que debemos combatir con mayor fortaleza cuando descubrimos dónde están enterradas, bien sea dejando que hagan cayo y acostumbrándose a ellas porque no hay nada que hacer, o sacándoselas, curando la herida, asumiendo la cicatriz como la huella de un aprendizaje y seguir caminando como queremos en la vida.

Al final todas las espinas, sin excepción, nos distraen y nos desvían de nuestra misión que es avanzar y dejar huella, o nos alertan sobre los pasos que debemos dar, y aprendemos.  No todo es tan terrible, hay cosas sensacionales que vienen del chuzón de una espina. Experiencias invaluables y eso es ser armónico porque las cosas no son buenas ni malas. Hay que mirarlas desde diferentes ángulos y determinados momentos, y ahí sí mejor desde la perspectiva del vaso medio lleno.

Quiero terminar diciendo que hay que agradecer las espinas, aunque a veces parezcan dagas. Así tengamos una espina en el pie, estamos caminando y solo eso hay que agradecerlo. Es parte de reconocer lo que el universo es para nosotros y nosotros para nuestro entorno, para el universo mismo como parte de ese incalculable sistema al que pertenecemos.

He aprendido a través de la vida a quitarme las espinas que me puedo arrancar y a aceptar las callosidades y las cicatrices que me han dejado las espinas que permanecen conmigo. Ellas me han hecho crecer, enfrentar la vida y ser más fuerte.

¿Usted qué ha hecho con las suyas?

¡Hasta el próximo miércoles!

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