Ya José Saramago advertía acerca del “factor Dios”. El escritor no condena la idea de dios en sí, sino el factor, aquella idea misma de Dios que puede generar los más absurdos fanatismos y negatividades, pero también las más benevolentes acciones. Con ello en mente cabe la pregunta: ¿cuál será realmente la posición de la divinidad frente a la noche de brujas?
Contando con la resistencia de ciertos movimientos de corte fanático, se ha generado una mentalidad ambigua con respecto a la celebración de la noche de brujas o Halloween, tildándola de satánica o pagana para mayor ambigüedad, y señalando como “inauténtico” el cristianismo de cualquiera que se atreva a celebrarla.
Naturalmente, el origen de la celebración sí tiene cierto talante obscuro y en lo que la mentalidad cristiana podría llamarse pagano. No obstante, reconocer el origen pagano de la celebración no significa hacerla depender de la ideología de tales movimientos; no todo origen se convierte en principio, ni todo proceso es asumido sin más en la estructura. Como resultado del proceso de evolución que la celebración misma ha sufrido, tenemos como resultado una celebración típica de los niños, en la cual los pequeños disfrutan personificando a sus personajes favoritos y reciben las más variadas golosinas de los adultos que aún conservan el espíritu festivo. Tal felicidad colectiva en los pequeños solo puede ser del agrado del Dios todopoderoso enarbolado por los creyentes como el dador de vida y protector de sus criaturas.
Naturalmente, los más fervientes cristianos acuden a citas tomadas del antiguo testamento para fustigar la celebración, sin tener en cuenta el contexto histórico en el cual tales escritos fueron consignados y en los cuales imperaba el miedo por ciertas prácticas de corte oscuro que imperaban en las zonas donde el judaísmo empezaba a fructificar. Sin embargo, es natural que el Dios de Jesús, visualizado como el amigo de los más pequeños y a quienes prometió el Reino de Dios, no puede estar en desacuerdo con una celebración en la cual los pequeños, a quienes debemos asemejarnos si queremos heredar el Reino, son felices y esperan con ansia para compartir y celebrar. La ilusión de un niño disfrazado y entonando los consabidos mantras para recibir sus dulces es lo más cercano al Dios de Jesús, aquellos niños a quienes Jesús pedía que permitiesen acercarse.
Decirle a un pequeño que no celebre el Halloween porque no agrada a Dios y es una celebración del diablo es llenar de misticismo y pensamientos primitivos la mente de alguien que no tiene la culpa del fanatismo de personas incapaces de comprender la voluntad del Dios de la vida y la alegría, y en el fondo de todo ello se encuentra la visión castigadora y terrible del dios del antiguo testamento, poco compatible con el Dios de Jesús. Un Dios que está en contra de la felicidad de los pequeños es sin duda un dios que no merece el más mínimo respeto. Por tanto, con ello en mente, me preparo para celebrar el Halloween por todo lo alto, convencido de que al Dios cristiano nada lo alegrará más que la felicidad de las más débiles de sus criaturas.