Como Beethoven, para Elisa y de paso para todos
Opinión

Como Beethoven, para Elisa y de paso para todos

Valoro enormemente la capacidad que poseen ciertas personas para estremecerse con la tragedia de otros, de sentir como propios su dolor y angustia

Por:
julio 24, 2024
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No conozco personalmente a Elisa Pastrana, la editora de Opinión de Las2Orillas, aunque semanalmente intercambiamos correos electrónicos mediante los cuales le envío mi columna y ella me responde. Solo en contadas ocasiones hemos hablado por teléfono, la mayoría relacionadas con necesarias correcciones del texto. Algún tinto compartido nos hemos llegado a prometer, sin materializar nunca esa intención debido a nuestros respectivos roles.

Comienzo así porque en estos días he hallado en mi teléfono el aviso de dos llamadas perdidas suyas. Juro que me he prometido devolvérselas, pero, cada vez que tengo el propósito, algo viene a distraerme y ocuparme. Siento que debo disculparme. Intuyo a qué obedece su insistencia, quiere comunicarme su alarma, afecto y solidaridad por el frustrado atentado de que fui víctima el viernes anterior. Conociendo por instinto su corazón, sé que no puede ser de otro modo.

Quizás también ella, mediante el mismo recurso, conozca también el mío. Pienso que somos muy distintos, por muchas razones. Ella es Pastrana, de la familia de expresidentes conservadores. Yo soy un hombre de izquierda, con una vida muy diferente a la suya. Cofundador de la Unión Patriótica en el Cesar, luego militante de las FARC durante 30 años, después firmante de paz e integrante de Comunes. Probablemente solo nos hayan aproximado las letras.

Tal vez el mismo sentido de humanidad, algo que he reconocido en nuestros escasos intercambios. Valoro enormemente, más que cualquier otra cualidad, la capacidad que poseen ciertas personas para estremecerse con la tragedia de otros, de sentir como propios su dolor y angustia. Puede que algunos se queden solo en las lágrimas, en el fuerte abrazo de cariño, o incluso más allá, en el grito y la protesta indignada. Pero algo los une, sin duda, el sentido de lo justo.

El desacuerdo íntimo con lo que no ven bien. A veces, un ligero dejo en la voz o un solo cruce de miradas basta para comprenderse. Me gusta la gente así. Recuerdo a un médico muy importante de la costa, director de un hospital, con quien logré relacionarme para averiguar por la suerte de una guerrillera gravemente herida, que se hallaba detenida y bajo vigilancia policial. Pertenecía al Partido Conservador, era lógico que nos hubiera denunciado. Pero nos ayudó mucho.

Aún a riesgo de verse judicializado. Jamás volví a verlo, pero todavía late en mí el recuerdo afectuoso de su desinteresada bondad. No se atrevía a juzgar, solo sabía que el Ejército, en un combate, había destrozado la cadera a esa muchacha con un tiro de fusil. Los muchachos que bregábamos a apoyarla desde afuera, con quienes el doctor conversó y fraternizó, debían tener poderosas razones para estar en lo que estaban. Por eso colaboró, sin preguntar más.

Es que la vida no merecía ser machacada de ese modo por otros, fueran cuales fueran las razones. Es inevitable que en esta tierra exista gente codiciosa, avarienta, dispuesta a cualquier cosa por enriquecerse más, elementos perversos para quienes los demás solo cuentan en la medida en que sean útiles para aumentar su fortuna. Y que haya quienes, tocados mentalmente por esos, los envidien y quieran imitarlos. Riqueza, poder y vileza suelen andar de la mano.

Pero son muchos más los que piensan distinto, los que no se interesan por ello, razón por la cual suelen llevar vidas más bien modestas. Los que sienten que la palabra empeñada tiene más valor que cualquier otra cosa, que de nada sirve vivir si se trata de maltratar y pisotear a otros, que la grandeza personal reside en servir y apoyar a los más débiles. Los que pese a toda la pompa de Israel comprenden que la razón pertenece a Palestina. Y lo dicen.


Han sido tantas las voces de respaldo, apoyo, solidaridad, afecto y hasta amor que he recibido después de los hechos del viernes, que casi me siento tentado a agradecer a los que planearon mi muerte


Los que por encima de los odios, señalamientos y violencias levantan la mirada y claman paz. Los que se atreven a pedir perdón cuando descubren que ocasionaron un daño. Los que a pesar de las diatribas, calumnias y ofensas persisten en defender la causa de los desvalidos. Los que no tragan entero el discurso del imperio, ni se comen el cuento con que justifica sus guerras de saqueo. Como la vieja canción, digan lo que digan, es más la gente buena que la mala.

Sin caer en maniqueísmos. Han sido tantas las voces de respaldo, apoyo, solidaridad, afecto y hasta amor que he recibido después de los hechos del viernes, que casi me siento tentado a agradecer a los que planearon mi muerte. Me han dado la oportunidad de conocer la dimensión del cariño con que cuento. Por mi edad, sé que me resta mucha menos vida que la vivida hasta hoy, así que la posibilidad de morir no me asusta. Perderían más mis tercos asesinos.

Adivino lo que vas a decirme, Elisa. De antemano, te lo agradezco mucho, como a todos los demás. Te devolveré la llamada ahora.

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