La riqueza de los países y sus pueblos, en la mayoría de los casos, es el resultado de producir bienes agrícolas e industriales, y comercializarlos en los mercados internos y externos. Por eso, las naciones han promovido el intercambio de las mercancías, como mecanismo para disponer de una diversidad de productos. Pero ningún país que haya alcanzado la prosperidad, ha definido como forma de lograrlo la realización de malos negocios.
Un mal negocio es, por ejemplo, tener suficiente territorio y excelentes condiciones para cultivar y aun así comprar a otros países los alimentos de su población. Un mal negocio es renunciar a la posibilidad de elaborar las mercancías industriales que abastecen el consumo local. Un mal negocio es establecer relaciones económicas con otros países, a las cuales se les ofrecen recursos naturales, extrayéndolos del subsuelo, a cambio de mercancías fabricadas gracias al conocimiento acumulado, la tecnología y la mano de obra capacitada. Es decir, es un mal negocio vender carbón, petróleo y banano, para comprar electrodomésticos, automóviles y maíz. Es tan mal negocio que las naciones del mundo que establecen sus relaciones internacionales de esta forma son las más pobres, como Guinea Ecuatorial, Burundi, Sierra Leona y Burkina Faso. Por el contrario, las naciones más ricas, como Japón, Alemania y Estados Unidos, aunque tienen relaciones con muchos países, se cuidan de no hacer negocios que pongan en riesgo sus fuentes de riqueza en la producción y el trabajo. Cuando no lo han hecho, aparecen las crisis económicas, como le sucede a España y a otros países europeos en la actualidad.
Rechazar que los pueblos comercien entre sí es casi tan insensato como impedir que los seres humanos se relacionen. Pero más absurdo es creer que un país puede lograr el bienestar de su población haciendo negocios que lo empobrecen cada día más. Uno de los argumentos utilizados por los defensores de los malos negocios es que los consumidores se benefician de la libertad comercial. No dicen, por dogmatismo o por astucia, que la categoría de consumidor requiere una condición ineludible: ingresos, los que se obtienen de la producción y el trabajo. Producción y trabajo que se eliminan cuando los malos negocios conllevan a traer del extranjero lo que los nacionales pueden hacer.
Los TLC son los malos negocios que los gobiernos colombianos han realizado y quieren seguir haciendo. Frente a ellos, la única posibilidad de soñar con una sociedad próspera y abundante, es pausar la firma de nuevos y renegociar los existentes.