Para entender la infancia desde el romanticismo, debemos, primero, remitirnos a las condiciones estéticas de este movimiento. A lo largo de la historia han sido varios los autores que han defendido la nueva expresión y el nuevo entendimiento de la razón que empezó a partir del movimiento romántico, no obstante, para otros, el romanticismo formó una creencia utópica del mundo, los sentimientos y el comportamiento mismo del hombre dentro de la sociedad.
La estética del romanticismo se rige, de manera resumida, bajo dos parámetros muy marcados: la exaltación del sentimiento y el enaltecimiento de la emoción por encima de la razón, si bien esto es así, la idealización del mundo y el comportamiento humano hizo que la sociedad misma empezara a tratar de adaptarse a un nuevo estilo de vida que, para muchos, era nuevo y apasionado, mientras que para otros menos realista y utópico, no obstante la génesis de esa adaptación recae en la población más joven —los niños— haciendo que alrededor de la infancia y la adolescencia misma nacieran y se desarrollaran ciertos tipos de “reglas” de comportamiento, pensamiento y crianza para que así, desde temprana edad la comunidad entendiera y se adaptara al movimiento romántico y su estética.
Luego de que la ilustración y su conductismo encausaran a los infantes en un periodo de orden y saneamiento social que tenía como misión la conservación de un orden político, el romanticismo desarrolló una idealización de la infancia dándole a esta un toque más fantástico, tal como afirma Claudio Guerrero Valenzuela, “…los primeros escritores románticos, quienes escriben sobre la infancia e idealizan ese periodo, sacralizándola, volviéndola eterna y mágica…”.
Si bien los románticos idealizaron la infancia como un periodo de magia y fantasía, también se puede considerar que esta se convirtió en un escape de la realidad adulta, pues “…los románticos constituyeron un auténtico sistema de ideas alrededor de la infancia en el que se vertieron múltiples y diferentes fuentes, logrando una síntesis original e influyente.” (Aguirre Romero, J.M; 1998). Dichas fuentes legitimaron una libertad y un pensamiento menos racional hacia los infantes, además de poetizar y encontrarle un sentido más especial al mundo. Lo que permitió el romanticismo fue darle un rol especial a la niñez y crear una reacción más moderna y menos grotesca hacia esta, dándole un portazo a las posiciones ilustradas frente a este tema.
La infancia fue tomando un lugar “sagrado” dentro de la sociedad, los niños se convirtieron en la cuota mágica y poética de la época y poco a poco fueron creando las maravillas mágicas que se relacionaban directamente con el utópico mundo de cada niño, sin embargo, esa idealización se usó como “…mecanismo de producción estética para fundir la poesía con la vida y, más especialmente, con los aspectos desconocidos y ocultos de la vida. En palabras de Nerval, en Aurelia (1853), “forzar las puertas místicas… que nos separan del mundo invisible” (Aguirre Romero, J.M., 1998).
La sed del hombre por hacer real lo irreal o, quizás, por querer ahondar más en un mundo desconocido, acabó creado un universo al parecer perfecto para cada niño, no obstante, dicho universo forzó a cada infante a vivir bajo unas reglas o normas que, si bien eran más amigables, adiestraban mentes y creaban formas de vida supuestamente ideales para, no solo la vida infantil, sino también para la vida adulta.
Estéticamente hablando, el romanticismo le dio un papel muy importante al mundo de los niños, pues, permitió, incluso, en la vida adulta, que muchos se refugiaran en la poetización del infante, sin embargo, el movimiento fue dando, de a poco, las bases para lo que considero, la idealización comercial del género desde muy temprana edad.
La infancia misma y la evolución de este concepto no pueden analizarse sin tener en cuenta lo que significó para la revolución industrial que llegara la formación de un pensamiento infantil en la sociedad, “la creciente industrialización…” hizo que “…las ideas cósmicas de los primeros románticos acerca de la visión idílica de la infancia tuvieran un fuerte retroceso material, especialmente en las clases más pobres…” (Guerrero Valenzuela C., 2008, 182). Esto así debido a que la industria empezó a tomar partido de la magia que había nacido y había sido implantada durante el romanticismo en los niños.
La materialización del mundo idílico y la explotación de los niños para tener en sus manos ese universo creó un mercado cada vez más apetecido industrialmente hablando, pero además, dicha industria desarrolló, como mencioné anteriormente, unas bases sociales que “guiaban” desde temprana edad a la sociedad hacia los comportamientos y formas de vida que debían de tener en la adultez. “Hay en ellos, una orientación hacia las formas de juego del niño, a su distracción o diversión y que determinan modos de ser: las muñecas, los juegos de té, los camiones, los soldaditos de plomo, etc., diversos objetos que anticipan y moldean al niño hacia la vida adulta…” (Guerrero Valenzuela C. 2008, 183).
Para cerrar, es claro comentar que, si bien el romanticismo volcó el pensamiento y el comportamiento del mundo ilustrado hacia un concepto más utópico y le dio valor y peso al sentimiento y a la emoción, contribuyó a la creación de un juicio basado en la niñez que poco a poco fue forjando nuevos tipos de vida contribuyendo a la utilización de la infancia misma para el control y la construcción de un mundo que se queda, como he dicho en varias oportunidades, en algo ilusorio.