Desde enero pasado hubo quejas por la anticipación de la campaña presidencial de 2018, y no faltaron los cuestionamientos por la insistencia en meter la paz como tema de debate de los precandidatos, siendo tan crítica la situación de la economía y gigantesca la corrupción que se destapó a propósito de la invasión de Odebrecht al mercado colombiano de sobornos y coimas. Sin embargo, el espectáculo cotidiano del fiscal machacando sobre el curso de las investigaciones, deja la sensación de que también se adelantó la campaña de 2022.
No hay la menor duda de que Néstor Humberto Martínez es un prominente hombre de Estado: superintendente bancario, ministro de Justicia, ministro del Interior, ministro de la Presidencia y ahora fiscal general. Un tránsito venturoso que confirma la tesis según la cual los estadistas se forman en el Gobierno y en las altas dignidades públicas. Entre el Ministerio del Interior y el de la Presidencia, el esclarecido jurista Martínez Neira convirtió su bufete en un emporio con tentáculos intercontinentales y clientes pagados de su poderío como Luis Carlos Sarmiento.
Abandonar el emporio para regresar a la empinada burocracia obedeció a una razón íntima, más seductora que los jugosos honorarios de un litigante eminente y, naturalmente, que el salario de los empleos ocupados. La historia electriza y el único destino que le falta a Martínez por ocupar es la Presidencia de la República. Para obtenerla tiene que preparar el terreno con un protagonismo incesante, y desde una vitrina como la Fiscalía, así le despierte escaso interés una política criminal idónea.
El cálculo martinero estuvo acertado. Nada anhela más el país que los buenos resultados de los órganos de control, dada la magnitud de la ola corruptora que nos ahoga, y que, con el affaire Odebrecht, alcanzó su punto de ebullición. Cada comunicado, cada rueda de prensa y cada novedad informativa es una exhibición óptima para la aspiración de una personalidad que no da puntada sin dedal, ni ha fracasado, hasta ahora, en la conquista de sus sustanciosas presas.
De sonarle la flauta a Vargas,
Néstor Humberto tendría a su favor
la máquina del Estado para 2022
Su jefe político, Germán Vargas Lleras, está en el abanico de las candidaturas y es, por lo mismo, una alternativa con probabilidades de triunfo. De sonarle la flauta a Vargas, Néstor Humberto tendría a su favor la máquina del Estado para 2022, más el duro puño económico y periodístico de su cliente estrella, sin cuya bendición no habría hospedaje en la Casa de Nariño, donde sesiona, con media luz de penumbra, su segunda sala de juntas.
Por otra parte, habrá mucho humo de quema en 2018, pues los fieles tenientes de Santos y Uribe quedarán, en su mayoría, políticamente incinerados, y el orfebre Nestorache gozará, al contrario, de tres años más de batuta en el proscenio nacional. Carece, además, de los defectos de Alejandro Ordóñez, que no supo enmascarar, durante el reparto arbitrario de sanciones, inhabilidades y anacronismos en la Procuraduría, su delirio de ser presidente. El hombre del Búnker está hecho de otra madera, inmune a las derrotas y al ridículo. El episodio de la encuesta Sancho BBDO corroboró su señalamiento inicial contra la campaña Santos presidente.
Ojalá Dios me dé vida hasta 2022 para regresar a la palestra como activista sin segundas intenciones. No cobro, como muchos de mis excolegas magistrados, votos corporativos ni personales con contratos posteriores de prestación de servicios. Sería la primera vez que trabaje y sufrague por un candidato que no sea de mi partido. Pero el patriotismo del aspirante justificaría mi circunstancial acto de indisciplina. A veces soy, como Juan Carlos Onetti, desobediente hasta el orgullo, sobre todo porque un candidato como Néstor Humberto sabe que sufrirá lo indecible por hacernos el favor de gobernar a Colombia.