La crisis entre Ucrania y Rusia comenzó en marzo de 2014, cuando la península de Crimea se independizó de Ucrania, alentada, jaleada y animada por el ejecutivo Vladimir Putin, quien nunca ocultó sus ansias territoriales con respecto a ese territorio, y posteriormente se la anexionó violando todas las normas del derecho internacional.
Más tarde, tras una serie de decisiones erróneas con respecto al uso del ruso en Ucrania por parte del ejecutivo de Kiev, Moscú apoyó la secesión por la vía militar de las regiones de Donetsk y Lugansk, que en la actualidad han constituido una entidad política no reconocida internacionalmente denominada “Nueva Rusia” y que genéricamente se denominan como Donbass. A nadie se le escapa que esta entidad alzada en armas recibe ayuda política, económica y militar de Rusia que, quizá, en un futuro podría pretender anexionarse ambos territorios como ya hizo con Crimea. En total, esos territorios suponen algo menos de 15.000 kilómetros cuadrados y dependen totalmente de la ayuda rusa.
En estos siete años de tensiones y enfrentamientos bélicos entre el gobierno ucraniano y las fuerzas rebeldes ha habido miles de bajas, habiéndose llevado el ejército de Kiev la peor parte y siempre en una posición más a la defensiva que a la ofensiva. La OTAN, junto a otros servicios secretos occidentales, asegura tener pruebas fehacientes de la implicación de Rusia en el conflicto e incluso de la presencia de oficiales y asesores de esa nacionalidad en esas dos entidades “independientes”.
La situación la describe muy atinadamente el diplomático sueco Carl Bildt:"Desde entonces, los esfuerzos para lograr un consenso político (a través de los Acuerdos de Minsk) fracasaron. La sostenida guerra de baja intensidad acabó con 14.000 vidas y obligó a millones a huir de sus hogares. Aunque el público ucraniano tuvo dificultades para aceptar algunos de los compromisos que implicaría cualquier acuerdo, la verdadera barrera a los avances ha sido al rechazo del Kremlin a renunciar a sus enclaves en Ucrania. Al segmento nacionalista de la opinión pública rusa, base del apoyo a Putin, le resultará difícil asumir una «derrota» en Ucrania".
La estrategia con respecto a Ucrania
Ucrania era la línea roja que Moscú no iba a tolerar que Occidente cruzase para que extendiera su influencia en esta nación después de haber aceptado que los tres países bálticos independientes tras la implosión de la extinta Unión Soviética -Lituania, Letonia y Estonia- y toda la antigua Europa del Este -Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Bulgaria y Rumania- se hubieran integrado en la UE y más tarde en la OTAN. Moscú se sintió aislada y, en cierta medida, “rodeada” por sus antiguos enemigos. Sin el control de Ucrania, sostiene la soterrada doctrina “imperial” rusa, Rusia deja de ser una potencia euroasiática y queda en una posición de inferioridad con respecto a Europa, siempre vista con recelo y sospecha.
La estrategia de Rusia con respecto a Ucrania pasaba, entonces, por debilitar al gobierno ucraniano, socavar su base territorial -algo que ciertamente ha conseguido sobre el terreno- y mantener una guerra de desgaste sin apenas costos humanos y materiales, toda vez que los combatientes son ucranianos y que la guerra se desarrolla lejos de su territorio. Así ha conseguido anexionarse Crimea, debilitar a Ucrania, crear una gran base territorial -Donestk y Lugansk- desde la cual hostigar a Kiev en una guerra de desgaste y mantener por ahora alejada la posibilidad de que este país se integre de una forma pacífica y sin contenciosos pendientes en la UE y la OTAN.
Pese a todo, Rusia no ha salido indemne de esta situación creada por Putin y ha sufrido importantes daños, tanto en el frente interno, en lo que respecta a su situación económica, como en su proyección exterior. La UE y los Estados Unidos han impuesto draconianas sanciones económicas y políticas en los últimos años contra Rusia y han tratado de compatibilizar el palo con la zanahoria, es decir, al tiempo que se intentaba negociar una vía política para desatascar el conflicto ucraniano se iba subiendo el listón de las sanciones para presionar a Moscú en la búsqueda de una solución más conciliadora y acorde a los intereses de ambas partes. Se calcula que la economía rusa podría haber perdido en estos siete años algo más de 60.0000 millones de dólares en contratos perdidos, el crecimiento económico tiende al estancamiento e incluso a decrecer con respecto a años anteriores y la moneda rusa, el rublo, ha perdido más de un 50% de su valor desde el comienzo de esta crisis, pasando de los 50 rublos por unidad de euro en el año 2014 a los 90 actuales.
Pese a todo, según señala el analista Gustav Gressel, los objetivos de Rusia no apuntan a una guerra total:"Una guerra aunque posible, no es el resultado preferido por el Kremlin. Están haciendo el esfuerzo militar de forma bastante pública y creo que lo que buscan es ejercer coerción. Ven cuán lejos pueden ir con esa presión. Más que una guerra, sí podrían darse pequeñas batallas, ofensivas limitadas por grupos armados afiliados pero para ejercer presión política".
Vladimir Putin, claro ganador de una guerra sin fuerzas sobre el terreno
Sin embargo, el máximo líder ruso, Putin, hábil jugador y siempre muy atento a los cálculos políticos, ha salido por ahora ganador en esta contienda. Por una parte, Putin ha conseguido legitimarse en clave nacionalista ante su sociedad y se ha erigido en una suerte de inesperado defensor de una identidad rusa que se presentaba en peligro ante los enemigos foráneos, pero principalmente los pérfidos norteamericanos y sus aliados europeos, siempre deseosos, en la creencia exhibida por el líder ruso, de extender su influencia en los mismos límites de Rusia.
Sin embargo, Estados Unidos ahora, a diferencia de la anterior administración, parece estar más involucrado en la crisis ucraniana. "Está reforzando la inteligencia militar sobre Rusia, informando a los ucranianos de lo que pasa sobre el terreno y advirtiendo a los rusos que no cometan ninguna estupidez. Los europeos sí parecen increíblemente más débiles y hasta indiferentes", señalaba el ya citado Gressel.
La UE, los Estados Unidos, la Alianza Atlántica y otros países occidentales, entre los que destaca Canadá, apoyan abiertamente a Ucrania y han aplicado duras sanciones contra Rusia que han tenido fatales consecuencias para la economía rusa, tal como se ha dicho antes. La influencia de todas estas acciones, sin embargo, no han llevado a Rusia a mostrar una actitud más diplomática y conciliadora, sino más bien lo contrario: Moscú ha incumplido reiteradamente los acuerdos de Minsk I y II que pretendían poner fin al conflicto en la regiones separatistas en el interior de Ucrania.
Previsiones nada optimistas para Ucrania
Las previsiones con respecto a la evolución de esta crisis no son nada optimistas ni favorables hacia los intereses de Ucrania. Si examinamos lo que ha ocurrido desde la defunción de la Unión Soviética, allá por el año 1991, hay que reseñar que Rusia siempre ha salido victoriosa en todos los conflictos que tuvo con sus vecinos y antiguos aliados. En Moldavia, Rusia instaló en un pequeño territorio arrebatado a los moldavos al XIV Ejército Ruso e instaló una administración fiel a sus designios en Tiraspol, “capital” de la “república de Trasnnistria”, una entidad fantoche no reconocida internacionalmente y que se impuso en una cruenta guerra contra Chisinau. Hoy esas fuerzas rusas sigue ahí y nada induce a pensar que algún día se irán.Tampoco a Georgia le fue mejor en su pulso con Rusia: ha perdido definitivamente los territorios de Abjasia y Osetia del Sur que le fueron segregados en la década de los 90 y que trató arrebatar infructuosamente a los rusos en una guerra corta, disparatada y con ribetes de absurdo en el año 2008. Rusia nunca se retira de los territorios que ocupa y tampoco lo hará en Ucrania.
¿Y la vía militar? Aparte del factor nuclear que le otorga una ventaja clara a Rusia frente a Ucrania, la capacidad militar de los ucranianos está muy limitada materialmente frente a los rusos, que gozan de una gran ventaja en todos los campos: terrestre, aéreo y naval. Ucrania apenas gasta unos 5.200 millones de dólares anuales en su defensa, mientras que Rusia gasta unos 65.000 al año. Sin embargo, Ucrania debería prepararse militarmente. "Necesitar hacer creer al Kremlin que cualquier movimiento militar tendrá costos desproporcionadamente mayores que los beneficios. Tienen que estar tranquilos, prepararse y ser fuertes, pero para eso necesitan ayuda", sigue señalando el analista Gressel.
Kiev no está luchando contra unos rebeldes atrincherados en varias regiones de su país, sino contra el segundo país militarmente más poderoso del mundo. Una iniciativa insensata y a la desesperada, como la de los georgianos en el año 2008, está condenada al más absoluto de los fracasos. Pero también Rusia puede medir mal sus cálculos y arrastrar a una guerra no deseada a los Estados Unidos, que apoya abiertamente a Kiev, y generar una dinámica de incalculables consecuencias que incluso genere un conflicto mundial. ¿Acaso no fue la ocupación de Polonia por Hitler, en 1939, la chispa que prendió una contienda mundial en la que perdieron la vida sesenta millones de seres humanos?