Ver pasar una enorme riqueza por un territorio y no disfrutar ni un poquito de la “buena ventura”.
Ver deteriorarse cada día tu entorno ambiental y social.
Ir perdiendo poco a poco —y después de un tajo— la tranquilidad, el sosiego, la alegría, la confianza, los sueños de futuro.
Perder la libertad de circular, de celebrar, de enamorarte de quien tú quieres…
Sentir a las violencias pulular, seducir, intimidar, reclutar, convencer, contagiar, invadir la cotidianidad.
Encontrar a las pocas vecinas y amigas que te quedan en el puerto, solo en los funerales de los hijos e hijas de las demás vecinas.
Preguntarte qué será de la vida de tantas y tantas familias desplazadas y de tu propia familia que va de barrio en barrio, o recorre el país intentando salvarse de la barbarie.
Recordar con nostalgia cuando el Puerto era un lugar tranquilo, con fiestas y bailes hasta la madrugada, con procesiones, alabaos y novenas en paz.
Intentar entender cómo y cuándo el jolgorio se trocó en cruel venganza y en armas y uniformes y en odio despiadado tanta capacidad de gozar.
Despertar cada noche empapada en sudor, con el miedo apretando la garganta por la hija que crece, por el hijo que huye, por el esposo que ya no vuelve.
Presenciar cómo el terror se instala en los barrios, cómo caminan los condenados a muerte hacia las casas de pique.
Tener pesadillas con los gritos de las mutiladas, de las violadas y las despedazadas, las de las fosas y caños.
Encontrar que el horror se instala también en tu casa y familia. Que hay violencias y amenazas de los hombres a quien amas.
Saber que hay una jaula hecha de miseria y corrupción, esperar inversiones en la felicidad, en la educación, en el trabajo digno y ver multiplicarse las inversiones militares.
Ya al borde de no creer en nada, encontrarse con las otras:
con la partera, que ha traído como mil niños y niñas al mundo, con la platonera que crió 12 hijos y 15 nietos con sus ventas, con la sobreviviente de las masacres de los ríos, que por las tardes añora sus paisajes y los sabores del pescado de su tierra. Con la líder comunitaria, que ha construido barrios, andenes y pavimentos a punta de empanadas. La que de tanto poner tutelas a las EPS se volvió la abogada de los pobres. La que prepara la bebida de amor y lee el tabaco y no comprende las señales de infelicidad y de guerra. La que se vino de la costa Atlántica y se enamoró de este puerto y sus vaivenes y hoy les insiste en armar conexión de mujeres negras. Entre todas construyen una única certeza: la de que cada historia y cada herida que ha dejado en sus vidas el machismo, el racismo y la desigualdad social, puede y merece sanarse.
Recurren a los saberes ancestrales: el comadreo, estrategia con la que se protegieron y armaron vínculos durante siglos las comunidades secuestradas, esclavizadas, desarraigadas y violentadas de mil formas.
Reinventan la posibilidad de hermanarse con otras adoloridas, de buscar y brindar consuelo a quienes, como ellas, saben que merecen mejores destinos que los que esta historia les viene trazando.
Con la escucha amorosa, con la intención de perdonar viejas rivalidades, con la risa, la complicidad, la receta natural, el cuidado y apoyo mutuo, el baile y el goce, con las historias que circulan en todos los sentidos, desafían la inevitabilidad de las violencias y se atreven a proponer un futuro cargado de equidad y respeto a los derechos.
Son las “Mariposas de alas nuevas construyendo futuro”, red de mujeres que en Buenaventura le apuestan a acompañarse unas a otras y fortalecer la posibilidad de protegerse de las huellas que las violencias y las discriminaciones dejan en sus vidas. Ellas, que trabajan con las uñas, han sido las ganadoras del Premio Nansen para los Refugiados 2014, la más alta distinción de ese tipo en el mundo.
Ellas, que intentan cada semana animarse unas a otras para no claudicar ante las arremetidasde las amenazas y los dolores por cada golpe, violación, desplazamiento y feminicidio, que mientras se sanan unas a otras piden rendición de cuentas a los entes de investigación y protección de derechos, se merecen una tregua de celebración por este bienvenido y justo reconocimiento a su tenacidad y empeño.
Que se destape el viche y el arrechón y se callen las metrallas que queremos oír y bailar un currulao. Todo mi amor y respeto a estas grandes mujeres y mi orgullo por ser de su estirpe.
P. D. Otra vez las vaginas (pintadas en los uniformes de las ciclistas colombianas) generan escándalo y rechazo y una ola mediática que no se genera contra los feminicidios y otros delitos. Es más: me parece más escandaloso ver uniformes deportivos con logos de transnacionales que atentan contra los ecosistemas y que patrocinan guerras. Pero nunca he oído una voz del periodismo en contra de esto. Comprendo que deben estar silenciados por la pauta, pero en el caso de las vaginas, por lo menos concéntrense en la noticia deportiva y dejen su doble moral a un lado. Y cubran con el mismo interés y sin morbo los deportes protagonizados por mujeres, aunque no haya escándalo de por medio.