Columna para marchar dos días después
Opinión

Columna para marchar dos días después

Noticias de la otra orilla

Por:
noviembre 23, 2019
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El Observatorio Nacional de Colombia, a través del narrador, ensayista y artista plástico Guillermo Linero Montes, me ha invitado a participar en una serie de publicaciones que responden a la pregunta ¿Qué es Colombia, Infierno o Paraíso? Una inquietud “fundada – como lo expresa su marco referencial - en una necesidad superior: la de hablar del país y hacerlo sin artilugios ni sensiblerías…”

Al ejercicio también han sido invitados los escritores Juan Manuel Roca, Mery Yolanda Sánchez, Alberto Salcedo Ramos, Efraím Medina, Mario Serrato, Fernando Linero, María Matilde Rodríguez, Fernando Herrera, Jorge Villa, Álvaro Marín y Jorge Mario Echeverry, entre otros.

Y mi respuesta -que también comparto ahora con los hipotéticos lectores de esta columna– quiero convertirla en las razones de mi marcha el pasado 21 de noviembre, ya que por motivos de fuerza mayor me fue posible hacerlo. En ella expreso lo que sé que piensan muchos colombianos que marcharon pacíficamente para manifestarse, no por la especificidad de un motivo, sino por un gravísimo “estado” de cosas.

Razones de sobra hay para que muchos afirmen indistintamente que Colombia es lo uno y también lo otro. Es decir, que es al mismo tiempo infierno y paraíso. Desde la falacia idiota que la propone como el país con la gente más feliz del mundo, territorio propicio para vivir bien y hacer dinero, hasta quien la vive y la padece como un vividero peligroso, acosado por la injusticia y la violencia.

Aunque, saliéndonos un poco de esa perspectiva bipolar, en la que en términos generales se enmarca nuestra realidad, que es en la que se debate el país de manera permanente (sí y no, violencia y paz, derecha e izquierda, buenos y malos, riqueza a borbotones y miseria extrema) hay por otra parte una circunstancia tal vez mucho peor; me refiero a esa mixtura perversa que permea los conceptos esenciales de la vida civilizada: el delito que se cocina entre los altos jueces; la seguridad pervertida por el crimen desde el alto gobierno y las fuerzas armadas; los curas y pastores saqueando arcas, violando fieles y manoseando niños; un solo individuo, uno solo, investigado, cuestionado, acusado de todo tipo de crímenes y delitos –pero que a pesar de ello detenta el más alto poder a todos los niveles-; y los políticos y gobernantes, empresarios e industriales, dirigidos como marionetas por una mano mafiosa que tiene la clave única de la gran caja fuerte.

 

Todo converge en una gran cloaca de corrupción
en la que sucumben
la confianza y la dignidad nacional

 

Es decir, todo converge en una gran cloaca de corrupción que no sólo se traga billones y billones de pesos que pudieran servir a mejorar la vida de muchos, sino en la que sucumben también la confianza y la dignidad nacional. No recordamos en la vida colombiana una crisis institucional más grave y más peligrosa que ésta en la que hoy nos debatimos.

Aun así, y a pesar de los resultados esperanzadores en algunos aspectos de las más recientes elecciones territoriales, estos no alcanzan a cambiar la perspectiva del horizonte oscuro. Pareciera que alguien hubiera jugado a permitir estos resultados para inducir un consuelo de tontos y hacernos pensar que no todo está perdido; aunque la muerte sigue su marcha para acabar con los líderes sociales, con los reinsertados que han querido dejar atrás la guerra, y con los indígenas que no quieren tranzar sus territorios ni con el narcotráfico, ni con la guerrillas, ni con los agentes del estado. Un sancocho mortal en el que esos y otros muchos colombianos sucumben sin que sepamos bien de dónde viene la sistematicidad de estos crímenes.

Ahora bien, ¿de dónde surge entonces la posibilidad de conjurar esta crisis?, ¿de dónde vamos a sacar poder como ciudadanos, como pueblo, para salir al otro lado? Yo no dudo que en el marco de este terrible desprestigio de la vida política y administrativa del país, solo la cultura hará posible los resortes que nos permitan reaccionar hacia la paz y hacia la vida civilizada y plural.

Estas fuerzas que nos hace posible la cultura son, precisamente, el cultivo de las formas de estar juntos: la celebración de los sentidos, la inteligencia a través del conocimiento y el arte, las enormes posibilidades ciudadanas de la cultura popular, la música, el baile, la fiesta, el goce, la reconciliación entre educación y cultura para construir conocimiento, conciencia y sensibilidad, y el encuentro con el otro, y su reconocimiento y aceptación.

Son los elementos que se salvan de este problemático panorama de la vida en el país y que ayudan a sostenerlo en medio del mierdero. En fin, son los recursos de la vida y la cultura, los que nos permiten pervivir en este tremendo desajuste de lo colectivo y de lo individual, y son también los que van ayudarnos a no seguir matándonos entre nosotros mismos. No podemos dudarlo: la apuesta tendrá que ser por la cultura. O no habrá un país viable.

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