El año comenzó con varios ataques del Ejército de Liberación Nacional (ELN) contra varios oleoductos de Boyacá, que causaron graves daños, como en otras ocasiones, a la infraestructura petrolífera, pero que a la vez erosionaron la imagen de un gobierno humillado, mancillado y sumiso ante los terroristas con los que negociaba en Quito. Unos días después, Juan Manuel Santos, henchido de orgullo para ocultar sus desatinos, se retiraba de la mesa de negociaciones con los terroristas. Unos días después se caía un puente en construcción en Chirajara con el resultado de diez muertos y evidenciando el caos reinante en el programa de (supuestas) infraestructuras puesto en marcha por esta administración. Como suele ocurrir en Colombia, nadie se hizo responsable por lo ocurrido y el muerto al hoyo y el vivo, al boyo. Los días del calendario seguían cayendo y las malas noticias seguían llegando: dos taxistas fueron asesinados en la ciudad de Bogotá y pasaban a engrosar la larga lista de homicidios que se esperan para el 2018. Pese a todo, el soldado Schwejk del gobierno, el nada marcial y aguerrido Luis Carlos Villegas, exhibía exultante los grandes éxitos de este gobierno en materia de seguridad: en el año 2017 solamente hubo ¡12.000 homicidios! La cifra real será mucha alta, ya que este gobierno es experto en el arte de fullería, el cuento y el embuste.
A estas noticias sin importancia, ya que para el presidente Santos la percepción de inseguridad de los ciudadanos se debe a la mala influencia de los medios de comunicación, se le vienen a unir los datos sobre la pésima situación económica que padece el país. Pese al maquillaje de las cifras por el tahúr del régimen, Mauricio Cárdenas, no hay ningún empresario en este país, desde el dueño de Aviatur a la vendedora de arepas de la esquina, que pueda asegurar sin mentir que en el año 2017 le haya ido mejor que en el 2016. Los ingresos de la mayor parte de las empresas han decaído en todos los ámbitos; la informalidad en el empleo sigue afectando seguramente al 50% de la población laboral; el crecimiento económico está bajo mínimos -1,8%, datos del FMI- y por debajo de otros países de la región, como Perú, por ejemplo; el salario alcanza proporciones ridículas si se compara con otras economías -230 euros apenas- y las inversiones extranjeras tampoco muestran un mejor desempeño.
En lo que a la renta per cápita se refiere, es decir la riqueza media por habitante del país, según el estudio de la prestigiosa revista The Economist que analiza las economías del mundo año tras año —The World in 2018— Colombia se estanca en apenas algo más de 6.000 dólares por habitante, una cifra por detrás de la que daba ese informe en el año 2014 y siendo la misma cantidad que los dos años precedentes. Vamos como los cangrejos, para atrás, pese a que el Nerón del régimen sigue tocando la lira mientras el país arde. Mientras el mundo bulle, la economía se expande a nivel mundial y los trenes viajan ya una velocidad de 460 kilómetros horas, Colombia se estanca y consolida su atraso secular a merced de una clase política deplorable, parasitaria, inmoral y realmente tercermundista.
Otro elemento para analizar es el de la competitividad, pues si miramos el resultado final del Índice Global de Competitividad del Foro Económico Mundial para el 2017 las cosas tampoco pintan nada bien, tal como señalaba el líder conservador Miguel Gómez en una columna reciente:”En el consolidado perdimos, en el último año, cinco posiciones pasando del puesto 61 al 66. Es un balance muy pobre, pero explicable, pues el tema de competitividad, asociado con la política de comercio exterior, no ha recibido atención durante estos siete años. El informe está estructurado en 12 pilares que resumen temas económicos, sociales e institucionales. En los que salimos mejor calificados son Eficiencia de los Mercados Financieros (puesto 27) y Tamaño del Mercado (puesto 37). En el primero, es claro que la calidad de la supervisión y las mejoras en bancarización han sido importantes. En el segundo, la inercia demográfica juega un papel importante, y Colombia es hoy el tercer mercado más importante de América Latina, después de Brasil y México”.
Luego está la corrupción galopante que gangrena a todas las estructuras e instituciones del país, llegando desde los niveles más altos a los más modestos. El mismo informe ya citado del Foro Económico Mundial señala ese grave problema y al que apunta Gómez: “En el pilar institucional obtenemos nuestro peor resultado, con un dramático puesto 117 sobre 137. Por ello, conviene analizar, con detalle, lo que nos está sucediendo. De lejos, el principal factor que dificulta hacer negocios en Colombia es la corrupción mencionada por el 17,6 por ciento de los encuestados. En la medición de ‘favoritismo en la toma de decisiones de los miembros del gobierno’, ocupamos un penoso lugar 119 entre 137 países”.
El nuevo año, con apenas tres semanas de vida, nos traía también como “regalo” la fuerte y rotunda condena de Human Rights Watch al gobierno colombiano por el asesinato impune de decenas de líderes sociales el pasado año y a las FARC por sus responsabilidad en miles de delitos, entre los que destacan aberrantes crímenes, secuestros, extorsiones y violaciones de los derechos humanos, sin haber tenido que responder ante los tribunales por dichos hechos delictivos. Mientras el gobierno de Santos gasta miles de millones en escoltas y la protección de decenas de parásitos —no merecen otro nombre— en las calles de Colombia caen asesinados los líderes sociales amenazados y sin ninguna protección. Qué vergüenza estar en manos de unos sirvengüenzas.
Estamos mal, claro que sí, pero no tan mal como Venezuela, que se ha convertido en la cortina de humo con la que tapar el actual estado de cosas que estamos viviendo, tal como hace el ocupante de Casa Nariño. No hace falta ser un gran analista para verlo, sólo tiene que conectar por las mañanas las noticas y ver el caos que nos domina en todos los órdenes. Quizá como dice el escritor Plinio Apuleyo Mendoza la diferencia entre Colombia y Venezuela es que aquí reina el caos y allá el horror. Pero el camino de un estado a otro es corto, y quizá muy pronto si se cumplen los peores pronósticos y las más negras encuestas nos deslicemos sin apenas intuirlo —como le pasó a los venezolanos— hacia el más negro de los abismos. Bienvenidos al 2018, bienvenidos a la cruda realidad.