Colombianidad de la maluca
Opinión

Colombianidad de la maluca

Nadie ha salido bien parado del enredo de las cartillas

Por:
agosto 18, 2016
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Nadie ha salido bien parado del enredo de las cartillas.

Ni el Ministerio de Educación, ni la Procuraduría, ni el Plebiscito, ni las Naciones Unidas, ni las Iglesias, ni la población LGBTI, ni el Congreso –el debate de antenoche fue una caldera hirviendo-, ni los despistados que no tenemos idea de lo que la ideología de género significa, ni los columnistas que resultaron científicos (uno habitual de este portal, filipichín él —como diría mi mamá—, merece el Nobel de la pedantería), ni los colombianos en general...

Nadie, nada.

Mucho menos el sexo, a cuya sola mención se revuelca el cotarro como si lo rociaran con polvo picapica. (Sufre mamón….., o te revolcarás en el polvo picapica. Ricos los tiempos de los Hombres G).

Con la que se armó la semana pasada quedó demostrado que esa palabra corta sigue siendo la palanca con la que se mueve el mundo, aunque pocos sean capaces de pronunciarla —aún de escucharla— sin sonrojarse o escandalizarse. Más que con las acostumbradas tragedias diarias: violencia intrafamiliar, maltrato infantil, corrupción, impunidad, hambre, etcétera.

Que la televisión muestre a un niño en un basurero, peleándose unos desechos con un gallinazo, se aguanta. Pero que muestre una manifestación decente de cariño entre dos personas del mismo sexo, ¡vade retro! (Subrayo “decente” para marcar distancia con el exhibicionismo grotesco del que muchas veces hacen gala públicamente homosexuales y heterosexuales, que el irrespeto por los demás no tiene exclusividad).

La cosa empezó cuando la Corte Constitucional, luego del suicidio del joven Sergio Urrego,  profirió el Fallo T-478 de 2015, ordenando la revisión de los manuales de convivencia de los colegios del país, para asegurar que los menores, sea cual sea su condición sexual, sean respetados por profesores y compañeros.

Hasta ahí todo bien. Pero el fallo era un mandato para el Ministerio de Educación. Y le tocó acatarlo a la ministra Gina Parody, cuya relación sentimental con la exministra Cecilia Álvarez era un secreto a voces que, con frecuencia, generaba su descalificación en ciertos corrillos. Como aquí ser buen ciudadano poco importa si, al mismo tiempo, no se hace alarde de la heterosexualidad...

Con la señora Parody se puede discrepar, por supuesto que sí, sin miedo a que por ello le chanten a uno encima la etiqueta de homofóbico. Que la critiquen mal o bien, como a cualquier funcionario, por lo que ha hecho o dejado de hacer; por la sostenibilidad o no de sus programas bandera; por sus intromisiones o no en política; por el manejo adecuado o no —fatal, a mi juicio— que dio a este incidente; por haber dejado que los tales manuales se le salieran de las manos… El debate no solo es enriquecedor, sino que es necesario cuando de políticas públicas se trata. Y nada tiene qué ver con el sexo, a pesar de que en este caso haya sido el detonante y siga siendo la chispa que lo mantiene al rojo.

 

El debate nada tiene qué ver con el sexo,
a pesar de que en este caso haya sido el detonante
y siga siendo la chispa que lo mantiene al rojo

 

(Ojalá en un futuro próximo vuelva la discusión alrededor del contenido y el lenguaje de las cartillas promotoras del respeto por las diferencias: sexuales, étnicas, religiosas, sociales, físicas, familiares… La discusión civilizada, valga la precisión. Porque mientras frente a cada tema espinoso que se presente, dejemos salir la colombianidad maluca: la pendenciera, excluyente, fundamentalista, visceral, incluso ignorante, ¿de qué paz estamos hablando? Denme los ingredientes que nosotros les armamos el conflicto, parece ser la consigna de los camorristas profesionales que tan silvestres se dan en la tierrita. Y no hablo de las Farc).

Lo que sí es inconcebible es que por estos lados haya hecho carrera la creencia de que “homosexual” y “corruptor” son sinónimos. Una creencia tan perversa como podría ser la de que “cura” y “pederasta” igual lo son. (Sería muy edificante que jerarcas del catolicismo respaldaran manifestaciones multitudinarias de apoyo a víctimas de sacerdotes abusadores, con el mismo entusiasmo con el que respaldaron la que, a pesar de que los padres de familia estaban en libertad de expresar sus inquietudes, terminó por ser manipulada para atacar a Parody y hacer proselitismo por un partido político).

Lo dicho: nadie ha salido bien parado del enredo de las cartillas, ministra GP, diputada Hernández, procurador Ordóñez —qué desorbitada la que se pegó el martes en la noche—, representante Cabal, senadora Guerra, cardenal Salazar…

(A todas estas, la ideología de género, ¿qué es lo que viene siendo?)

COPETE DE CREMA: Y no es que ahora tengamos que enarbolar en barra las banderas de la comunidad LGBTI. El derecho que les asiste a sus miembros de hacerlo, nos asiste a quienes no lo somos de no hacerlo. Con respetar y hacer respetar —no tolerar, que es diferente— a esta y otras minorías, una batalla decisiva para lograr la convivencia pacífica estará ganada. Por lo demás, bienvenido el disenso.

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