“Manuela Beltrán acompañaba el 16 de marzo de 1781 a los vecinos del Socorro, que se reunieron en la plaza principal para protestar que no pagarían los nuevos impuestos, ni obedecerían las órdenes del Regente, encabezados por José Delgadillo, que tocaba un tambor, Roque Cristancho, Roque Ardila, Pablo de Ardila y Miguel de Uribe. A las reflexiones del Alcalde creció el tumulto y Manuel Beltrán arrancó y rompió las armas reales, y desgarró el edicto del Visitador-Regente, al grito de “Muera el mal gobierno”. El Alcalde se ocultó aterrado, la multitud recorrió las calles de la población vitoreando la Libertad, y el Cabildo se reunió durante la noche para elevar una representación pidiendo la rebaja de los nuevos impuestos. La insurrección estaba consumada, y las armas de Castilla, rotas por aquella heroica mujer, debían quedar sustituidas en el glorioso campo de Boyaca, por las armas vencedoras de la República, treinta y ocho años después”.
Con su desgarrador grito libertario, Manuela Beltrán contagió de fervor a una multitud temerosa que todavía la víspera se doblegaba ante las armas reales. Los puños en alto, esta mujer desafió a la autoridad y entonces sí, los campesinos se levantaron, vieron su fuerza, se impregnaron de ella y se llenaron de razones para arrinconar a las tropas del virrey casi hasta la derrota. Solo pudo acallarlos la conjura traidora de Berbeo.
Años después, ante el paredón de fusilamiento alzado por Morillo en el sitio donde hoy se erige el Capitolio Nacional, otra mujer apostrofó a la muchedumbre con palabras que aún retumban en la memoria:
“¡Pueblo indolente!, cuán diversa sería hoy vuestra suerte si conocieseis el precio de la libertad! Pero no es tarde. Ved que aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más, y no olvidéis este ejemplo”.
Cuando un soldado español quiso ofrecerle un vaso de agua, dignamente lo rehusó exclamando: “Ni un vaso de agua quiero merecer a los verdugos de mi Patria”.
Sus últimas y conmovedoras palabras, llenas de sentimiento y de amor por la patria y por la revolución, fueron:
“No lloréis por mí, llorad por vuestra esclavitud y prisión de vuestros compatriotas; sírvaos de ejemplo mi destino, ¡levantaos y resistid a los ultrajes que sufrís con tanta injusticia!”
¡Qué imágenes tan bellas y qué maravilloso ejemplo de mujeres! Y no fueron solo ellas. Tanto en la Revolución Comunera como en la Guerra de Independencia, miles de voluntarias estuvieron siempre al pie del cañón. La historia de nuestra independencia contó con el papel definitivo de cientos de mujeres que dentro y fuera de las filas del ejército apoyaron la construcción del proyecto libertador y patriota contra el imperio colonial de España. Las mujeres libraban una batalla doble: una, aportar al proyecto independentista de la nación colombiana y dos, la lucha continua por obtener protagonismo en la actividad política, mal vista por los ojos moralistas de la sociedad de entonces.
De la Independencia y sus preludios son pocos los nombres de mujer que se recuerdan: los dos más insignes, el de Manuela Beltrán y el de Policarpa Salavarrieta, que además, por ser mestizas, se codeaban mal que bien con la alta sociedad neogranadina. Pero la historiografía se ha quedado corta con aquellas mujeres que siendo negras, indígenas, mulatas, campesinas, revendedoras, madres, sin saber ni cómo ni cuándo, se rebelaron contra la Corona, pero primero tuvieron que librar otra batalla y fue contra el destino que la sociedad las había proscrito por ser mujeres. Todas ellas pasaron de la crianza de los hijos y el cuidado de las gallinas a encontrarse codo a codo con sus hombres en las calles, disparando desde los tejados y lanzando piedras en la plaza pública, con una valentía que atemorizó a la tropa invasora.
Definitivamente, el papel que estas mujeres desempeñaron se vuelve fuente de inspiración para la sociedad actual. Hoy más que nunca nuestro país necesita librar las batallas que sean necesarias para conquistar la tan anhelada independencia. Emulemos a Manuela Beltrán, a Policarpa y a las miles de mujeres anónimas que han entregado su vida a la causa por conquistar una sociedad mejor. Hombres y mujeres, atrevámonos a perder el miedo, a perder las cadenas, rebelémonos contra el orden preestablecido, rompamos los edictos hoy representado en las imposiciones que traen para el país los TLC y las imposiciones de la OCDE, gritemos con fuerza ¡abajo el mal gobierno! ¡Fuera los Santos, los Duque y los Uribe!
La Pola tenía razón. Reconozcamos el precio de la libertad, dejemos los lloriqueos y resistamos los ultrajes que hoy sufrimos. Que su vida nos sirva de ejemplo para que nuestro grito soberano retumbe en la plaza, porque será la plaza el escenario donde nuevamente podremos escribir días de gloria.
¡Vivan Manuela Beltrán y Policarpa Salavarrieta y todas las mujeres que aspiran a seguir su ejemplo! ¡Vivan las mujeres del pueblo! ¡Feliz día de la mujer!