Hay un dicho popular que dice que la sopa es buena, pero en demasía cansa, y eso justamente es lo que ocurre con la política colombiana, en la cual se enquistan individuos y clanes familiares que usufructúan el poder en su máxima extensión.
Y es que la democracia como sistema de gobierno no es perfecta, como toda creación humana está inmersa en el error, sobre todo cuando en ella confluyen todo tipo emociones y sentimientos de los cuales los hombres estamos presos.
Desde que tengo uso de razón, cuando pequeño escuchaba hablar de política en Barranquilla, oía decir que X o Y entidad pública pertenecía al barón electoral Z, en mi imaginario inocente creía que ese señor Z había comprado esa institución a la cual se referían.
Con el pasar de los años y la experiencia, uno se estrella con la pared, así como cuando te enteraste de que el pelaito Dios es tu papá, y entonces adviertes que todo obedece a un ejercicio maquiavélico propio de la política, que se fundamenta en que cuando te sientas en un cargo de elección popular pareciera que automáticamente se disparara en ti el querer apropiarte como señor y dueño de instituciones y recursos públicos del Estado, digno de aquellos reyezuelos de pequeños feudos.
Y eso ha venido ocurriendo en Barranquilla durante décadas, dentro del marco de una aparente cultura democrática, que no es más que el resultado de una compra perversa de votos, favores, puestos y contratación pública, que sostiene a los mismos con las mismas, utilizando el mismo discurso pobretón del cambio, reservado a los incapaces por reinventarse.
En estos días, he advertido por redes sociales, que el príncipe de uno de esos pseudofeudos que manejan la ciudad, sería candidato a la presidencia, y no es que la costa no se merezca tener un presidente, por supuesto que sí. Barranquilla y la Costa se merecen un individuo con el peso intelectual para dejar la región en lo más alto. La noticia estalló en mi cabeza como la revolución francesa, hastiado de sentir que la ciudad, el departamento y ahora el país nos lo quieren embutir bajo la concepción y proyección de un grupo familiar y no de una construcción conjunta donde el ciudadano se erige así mismo, como pieza fundamental de la ciudadanía.
Para que la democracia consagrada en nuestra constitución política encuentre su real significación es necesario darle espacio a otras personas con ideas nuevas y frescas, que alimenten la ciudad y por supuesto al ciudadano. Colombia y su población tiene el derecho a respirar nuevos aires, visionar un nuevo norte y de una buena vez terminar con el señorío feudal de estos clanes políticos que no son más que de lo mismo.
