La inequidad, las deficiencias para llevar el Estado a todas las regiones y la poca atención a las necesidades de los ciudadanos son una constante en todos los gobiernos de Colombia desde el inicio de la república a la fecha.
Y se agravan con el paso del tiempo porque cada vez somos más ciudadanos con menos oportunidades, más políticos con mayores ambiciones, más enriquecidos con menor conciencia social, mayores necesidades menos cubiertas. Crece la insatisfacción.
Ahora, sin dejar de lado que en 2019 nuestro PIB es mucho mayor que hace 30 años, que existe gratuidad en educación media, que hay muchos subsidios para estratos bajos, que la cobertura en salud es casi total, que los servicios básicos cuentan con mayor expansión entre la población, que la clase media es mayoritaria y que hasta hemos podido atender en niveles básicos a un millón y medio mal contados de hermanos venezolanos que huyeron del chavismo hacia nuestro país.
Todo es cierto. Se tienen resultados y se tienen insatisfacciones. Ninguna medida económica, social o política parece ser suficiente. Parodiando a la bella Celia Cruz, en Colombia ¡no hay cama pa’ tanta gente! ¿Será cierto?
Veamos: del lado gubernamental existen medidas, leyes y programas variopintos, para atender las necesidades de las comunidades, que se ejecutan y se muestran resultados. Pero no son suficientes. Del lado de los políticos existen promesas e ilusiones de candidatos, mesías, caudillos o promeseros que cuando llegan al poder no se concretan o se transforman en saludos a la bandera.
De parte de los empresarios existen medidas insuficientes de justicia social y redistribución de utilidades, un egoísmo expresado en desmejoramiento de la contratación laboral, de las primas y beneficios que en nada se corresponden con las altas utilidades anuales de las empresas, en especial del sistema bancario. La avaricia de muchos empresarios le va ganando al ejercicio de la redistribución y la justicia social que debe mantenerse para contener el caos y mejorar la existencia de todos.
De parte de los ciudadanos existen necesidades básicas insatisfechas aún para muchos, con cifras muy tristes y resultados desastrosos como la muerte de menores por desnutrición. Pero también existimos una gran masa con nuevas necesidades creadas por la sociedad de consumo, los medios, la tecnología y la ambición desmedida. Dos décadas de convivencia alegre e irresponsable con el narcotráfico nos dejaron por lo menos una generación perdida entre el olor del dinero mal habido y las ansias de más, siempre más, con la creencia de que todo se compra con dinero, hasta la conciencia.
Y nada es suficiente porque el deseo y la ambición cotidiana es muy alta, vivimos en un constante black friday de tonterías y arrogancias. Y no me refiero a los de mayores ingresos, sino a toda la población. Lo viví cuando trabajé con una comunidad en el sector de Aguablanca en Cali, donde uno de los chicos se me quedó mirando y luego exclamó: “¡Usted si tiene unos tenis muy chichi! Aquí todos usamos es Nike”. Y ese chulo de Nike lo tenían hasta en las puertas de sus casas, era su “marca”.
¿Entonces? Llega el grito. Un grito enorme como el de las obras de Edvard Munch. Un decir por todo, por muchas cosas, razones, ira, resentimientos, odios, ansias y descontentos. Y todo es cierto.
Y, como en La casa de papel, abrazamos cualquier ideología que nos diga que ya no seremos los pobres de la tierra, que ya no comeremos hambre sino que tendremos ríos de leche y miel. No importa que sea falso, es mejor la ilusión a la realidad.
Por eso temo que las protestas, muy válidas y muy razonables, deriven en beneficio de los políticos que, pescando en este río revuelto, nos quieren llevar al cielo socialista mientras entonamos Bella Ciao, aprovechando nuestra rabia por décadas contenida.
Y cuando ya no nos importe más si nos dirigimos a un precipicio peor que el nuestro, estaremos en nuestra casa de papel, construida con nuestros odios e injusticias, que alimentarán al dictador de turno. Y será muy tarde. Y tendremos razón en todo. Y ya para qué.