En la Política consideró Aristóteles que hay malos y buenos gobiernos. Los primeros son la tiranía, oligarquía y democracia y, en los segundos se encuentran la monarquía, aristocracia y república. A partir de lo anterior, me parece bastante curioso que de Colombia se diga que es una república y se añada que es una democracia. Cuestión contradictoria ya que la democracia es de las peores formas de gobierno, al mismo tiempo que la república es de la más excelsas. Claro que por estos lares todo es posible, todo está permitido. No debe por lo tanto extrañar el oxímoron político, es decir, la figura política que consiste en complementar una forma de gobierno con otra que tiene un significado contradictorio y opuesto, verbi gratia, “Colombia república democrática”.
De la democracia se asegura que es el sistema político defensor de la soberanía, es decir, que el pueblo tiene el poder de decisión, al mismo tiempo que elige y controla a los gobernantes. Más esto se convierte en que el pueblo es controlado por los elegidos y, el pueblo no decide. Muy distinta es la forma republicana de gobierno en la cual no hay pueblo, tampoco caudillos, sino ciudadanos inscritos en la supremacía de la ley, cuya finalidad es aumentar la riqueza común, en otras palabras, la res pública. Más la república se desmorona cuando se da la metamorfosis del ciudadano al hombre, a quien no interesa la res publica, y dice: “busco y defiendo mis derechos”.
En el espíritu republicano los ciudadanos son sencillos. Sus costumbres están conformes con el carácter de la república, no están interesados en el enriquecimiento personal, sino que cada uno se cree obligado a aumentar la riqueza común. Pero en el horizonte de la “república democrática” vale preguntarse quién es el “caudillo”, “líder”, “jefe natural” o “figura política”. Más no hay que ir muy lejos, ni por la vía equivocada de preguntarle que piensa, pregona o dice. Basta con ir a la casa, mirar la vida privada del “servidor público”, y observar que la morada no se caracteriza por la sencillez y la austeridad, ya que el compromiso no es con lo público, sino con el enriquecimiento personal.
No sé si es una ironía encontrar en los billetes la inscripción Banco de la República. Y el sarcasmo no es por lo del banco sino por la “república”. No hace mucho, en el pasado siglo, que el bohemio, Clímaco Soto Borda (1870-1919) percibía la desapacible realidad política: “Si pública es la mujer/que se reputa de puta/ la República ha de ser /la más grande prostituta. / Y, siguiendo al parecer, /de esta lógica absoluta, /todo aquel que se repute/ de la República hijo/ha de ser, a punto fijo, /un hijo de la gran puta”. En los últimos procesos electorales escuché a alguien tratando de persuadir al vecino para que votara por determinado personaje: “Votemos por él, puesto que no tiene empleo”.