Colombia y su anticuada tradición del delfinazgo

Colombia y su anticuada tradición del delfinazgo

¿Será que en el país no existen personas preparadas y capaces de ejercer el poder como los eternamente elegidos y privilegiados?

Por: German Peña Cordoba
agosto 26, 2019
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Colombia y su anticuada tradición del delfinazgo
Foto: Twitter @CarlosFGalan / @MiguelUribeT

No hay duda de que Colombia es una plutocracia (gobierno de unos pocos). De hecho, esa es una verdad indiscutible: en nuestro país los hijos de expresidentes, llamados “delfines”, se sienten predestinados a ejercer el poder, así como los reyes estaban convencidos de que su poder tenía un origen divino.

Ahora bien, los delfines sienten que son seres sobrenaturales a los cuales hay que rendirles culto y pleitesía. Estos herederos de la política creen poseer el don de decidir el destino de todos nosotros y se sienten reyezuelos y sujetos a derechos heredados y perennes. Lo único que falta en esta boba patria es incluirlos en la Constitución para oficializar lo que ellos creen un derecho adquirido.

No solo son los hijos de los expresidentes los que sienten este llamado divino de preservar el poder, el flagelo se extiende a los hijos de senadores, representantes, alcaldes, diputados y hasta concejales. Pero eso sigue sin ser todo, a la justicia también se extiende el delfinato: hijos de magistrados, jueces y fiscales son herederos en el poder judicial.

Este es un cáncer que nos carcome, hizo metástasis en la sociedad y se ve reflejado en la corrupción rampante. Los delfines sienten que son la natural solución a nuestros problemas y que ellos nacieron con el derecho a gobernar el país. Para la muestra un botón, de los candidatos a la Alcaldía de Bogotá, dos son delfines: uno, heredero de Luis Carlos Galán y otro, nieto de Julio César Turbay Ayala (el presidente que acuñó la frase: "La corrupción debe darse en sus justas proporciones"). Lo más triste de todo es que los dos son opcionados, a no ser de que los derrote en las urnas la plebeya Claudia López... cuando no existen méritos suficientes, el delfinato es corrupción. Resulta muy fácil subir y alcanzar el éxito cuando el papá es el dueño de la escalera.

Con unas pocas excepciones, en nuestra historia reciente, los expresidentes Marco Fidel Suárez, Álvaro Uribe Vélez, Belisario Betancourt y César Gaviria (que se ganó la presidencia en el cementerio) se le colaron a las tradicionales estirpes, que son las que normalmente ponen jefe de Estado. Casi siempre los presidentes tienen origen en unas pocas familias, de rancios linajes y abolengos, que han hecho del poder su sitial donde solo pelechan sus tradicionales apellidos. En este carrusel de apellidos y nepotismo, después de que los padres han ejercido el poder, inmediatamente siguen los hijos, los nietos y los bisnietos como en una especie de natural sucesión.

Casi nadie cuestiona este hecho tan aberrante. Todo se percibe tan natural, tan ético y tan diáfano en nuestra anacrónica "democracia", que nadie lo avoca ni nadie dice nada al respecto. Contrario a todo esto el electorado, que son los que los aúpan, sigue alegremente votando por ellos que son sus opresores. Muchos añoran las cadenas y aman a quien los oprime.

Si hacemos un recorrido poco ortodoxo en la historia reciente de nuestro país nos damos cuenta que después de que se terminó el periodo Estados Unidos de Colombia y se estableció la República de Colombia vino la gran hegemonía conservadora que se inició con Rafael Núñez. Este periodo comenzó en 1886 y terminó en 1930 con Miguel Abadía Méndez. Durante los 44 años que el Partido Conservador duró en el poder todo fue un carrusel e interpolación de apellidos en el poder. Los Holguín, Caro, Ospina, Restrepo y Núñez fueron los apellidos que gobernaron en este largo periodo.

Por una división del Partido Conservador entre el general Alfredo Vázquez Cobo y Guillermo León Valencia perdieron el poder ante el liberal Enrique Olaya Herrera. Con la asunción de Olaya Herrera terminó la hegemonía conservadora en 1930. A partir de esta fecha todo ha sido un gobierno de delfines y casas políticas: los Lleras con Alberto Lleras Camargo, Carlos Lleras Restrepo y Germán Vargas Lleras; los Pastranas con Misael y su enfant terrible, Andrés Pastrana Arango; los Turbay con Gabriel Turbay, Julio César Turbay y Miguel Uribe Turbay (hijo de Diana Turbay, vilmente asesinada durante su secuestro). Un pueblo bastante estoico el Colombiano el haberse aguantado tanto.

Sin embargo, existen un par delfines muy particulares: Mariano Ospina Hernández, hijo de Mariano Ospina Pérez (presidente entre 1948 y 1950, aquel de la histórica frase: “más vale un presidente muerto que un presidente fugitivo”), que nunca aspiró y nunca pegó; el gran presidente Juan Manuel Santos, delfín de su tío abuelo Eduardo Santos, presidente entre 1942 y 1946; y el presidente Duque, hijo de Iván Duque Escobar, ministro de Minas de Belisario Betancourt, gobernador de Antioquia y alcalde de Medellín.

Por su parte, parece que los delfines de Álvaro Uribe Vélez no nacieron para la política pero sí para los negocios; Martín Santos calienta motores y Simón Gaviria se encuentra madurando en Harvard, igual Pastrana hijo. Y la izquierda que nunca ha gobernado este país tampoco se salva del contagio: ya Gustavo Petro entronizó su prospecto de delfín como candidato a la gobernación del Atlántico y Piedad Córdoba Ruiz intentó con uno de sus hijos que resultó un fiasco.

¿Será que no existen otros jóvenes en Colombia preparados académicamente y capaces de ejercer el poder en iguales o superiores condiciones de inteligencia que estos eternamente elegidos y privilegiados? El delfinato per sé no es malo cuando existe mérito propio, pero en la política colombiana cada cual quiere posicionar su delfín con el único soporte del recorrido político del padre, el tío o el abuelo.

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