Había algo que deseaba hacer con el alma este año, ir al festival vallenato.
Este no solo es un paseo que ya había hecho y que todo colombiano debe hacer alguna vez en la vida —donde se puede disfrutar de todos los aires del valle del cacique Upar, del calor de su tierra, del calor de sus gentes, de su gastronomía, del baño en el Guatapurí, de las sombras de sus bellos árboles, del desfile de las piloneras y de tanto paisaje hermoso— sino que este año era el homenaje a Carlos Vives, alguien al que he admirado profundamente.
Desde que supe que mi muy idolatrado Cholo Valderrama haría parte de tan merecido homenaje comprendí que este año valdría la pena ir. Y aunque no pude, en lo que sí acerté es en que fue la máxima de las expresiones de calor humano, de entrega artística y que Vives llenó todas y cada una de las expectativas con sobrado talento y ese amor que parece dar en cada una de sus presentaciones.
Hoy, cuando mi hija me mostró el vídeo que post mortem que Carlitos había hecho con el gran Martín Elías, en donde también hicieron gala de creatividad y recursividad, no solo no pude evitar que mis ojos se volvieran a aguar, sino que no pude evitar recordar lo absurdo e injusto de su accidente.
En la pasada campaña estuve allí en el sitio donde él murió y pude certificar el estado de esa vía y el cobro enorme que me tocó pagar en un peaje por hacer uso de esa carretera en mal estado.
No quise subir el vídeo a redes sociales que hice ese día en ese lugar por respetar su memoria y para que quienes, como yo, nos dolió su partida, no hubiesen sentido que se estaba haciendo política con su muerte.
Pero hoy no solo ya no estoy en campaña, sino que me siento en la obligación de publicarlo porque no es justo que los colombianos nos sigamos matando en unas vías en mal estado, por las que pagamos peajes horrorosamente absurdos y carísimos, sin el menor remordimiento del Estado.
No me cansaré de seguirle exigiendo al Estado una revisión de los peajes en Colombia porque no es justo hacer uso de las mismas sin dejar de sentir que nos atracan cada vez que pagamos un peaje.
Si bien el carro en el que murió Martín Elías venía a enorme velocidad, también es cierto que el elevarse por los aires fue fruto de tomar un hueco en la vía que los elevó de forma mortal. Algo que resulta por demás absurdo cuando no muy lejos de allí se paga un peaje de 12.200 pesos.
Lástima no haber podido ir, pero me queda el consuelo que esa obra artística hecha por Carlos Vives en honor al hijo del Cacique va a perdurar y sobrevivir a los tiempos y podremos disfrutarlo cada vez que lo deseemos y con tan solo un clic.
Gracias Carlos Vives por tanto talento.