En Colombia, el país del Sagrado Corazón de Jesús, la mujer ha venido desde mediados del siglo XX ocupando escenarios importantes que hacen creer que estamos en la dirección correcta, en cuanto a las metas que el feminismo moderno ha pretendido alcanzar: libertad, igual, autonomía. Sin embargo, a pesar de este panorama, se ve muy lejos que en nuestro país exista la posibilidad de que una mujer pueda alcanzar la gerencia del máximo ente público: la Presidencia de la República.
- Colombia a pesar de estar, después de la independencia, en la constante búsqueda de perfeccionar la función del Estado y abarcar al máximo [el Todo, en términos Hegelianos] los problemas de la sociedad, aún mantiene una estructura de poder dominada por el patriarcado. El modelo político de la familia aún se mantiene en el ideario colectivo y, como en la casa, son los hombres los que deben tomar las riendas, el poder y, sin mediar, ni explicar, ni concertar con los demás, debe estar a la cabeza del Estado. Entre otras cosas quien rompe con esta idea de mando, porque no se considerar gobernar, es señalado como ‘alguien’ (porque pierde la categoría de hombre) con falta de carácter, sin temple, ni pantalones para poner a funcionar su hogar, o grupo social bajo su responsabilidad. Como si la democracia no aboliera la fuerza como medida de dominio e impusiera el diálogo como herramienta de civilización.
- Muchas de nuestra mujeres, quienes históricamente han soportado todo tipo de expresiones de violencia por su condición de género, consideran que su papel como ‘sujeto político’ es una tarea que aún corresponde a los hombres y, aunque son mayoría en un país donde los hombres se acaban por la guerra, no han sido consientes que pueden alcanzar el cargo de la presidencia, sólo si se disponen a organizar el Estado, tal como lo hacen en el hogar (esto en caso de repetir y mantener la idea de la estructura política familiar). El sistema ha estado perfectamente estructurado para impedir que exista una correcta concientización de la mujer para alcanzar su estatus político. Hoy, muchas mujeres, se mantienen en las labores del hogar y pendientes de problemas de farándula, repitiendo y consintiendo el problema de la masculinización del ejercicio político.
- El papel de la mujer se confunde con la intención de igualarse, desde una perspectiva biológica y genérica, a los hombres. Una mujer como ‘sujeto político’ no pretende ser hombre. Más bien reclama la igualdad al nivel que le da, la única expresión democrática de la misma, el voto. Esta es la única expresión de igualdad entre hombre y mujer, porque todos valen uno. Además no se tiene en cuenta estrato, niveles de escolarización, ni apellidos. A este tipo de igualdad es la que muchas mujeres reclaman al Estado para ser tenidas en cuenta.
- Una de las grandes dificultades hoy de esta conciencia política, además de que muchos hombres desacreditan, es la falta de interés de las mismas mujeres. Esta condición se ha apoderado de gran parte de la mujeres colombianas que solo muestran interés por sus derechos políticos al momento de garantizar el puesto en la universidad o de trabajo de su hijo o esposo. Nutriendo y repitiendo los altos índices de corrupción de nuestro país.
- No se sabe hasta qué punto una interpretación teológica del papel de la mujer, dentro del cristianismo, ha jugado un papel importante en esta forma de comprender la función de la mujer en el Estado moderno. Se ha entendido la sumisión, la obediencia y las responsabilidades dentro del hogar de una forma tergiversada y sin trascendencia. No entraremos a hacer exégesis bíblica, pero es absurdo pensar que hasta la deidad, entre otras cosas bajo la figura masculina, se complace en condenar a la mujer al trabajo de casa. No porque esta tarea carezca de importancia, sino porque minimiza su esencia como alguien distinto al hombre.
- Esta podría ser una de las debilidades que tendrían las aspirantes a la presidencia de la república en Colombia. Sobretodo Claudia López Hernández, quien, a pesar de tener las competencias académicas y, por qué no, administrativas para gobernar este país, tiene sobre sus hombros la doble negativa de ser mujer y, además, reconocida abiertamente por ella, su condición homosexual. Lo de la doctora Claudia es un reclamo a la igualdad política, no a la condición de género. O caso, ¿se hace mejor política dependiendo la condición sexual? ¿No se trata de organizarnos de manera que podamos estar tranquilos y tener espacio y oportunidades donde la diferencia no sea un problema, sino el reconocimiento de la imperfección y diversidad de la humanidad del hombre?
Analicemos las razones:
En suma, muchos hombres hemos reconocido que las mujeres son más inteligentes o, si se quiere, más hábiles para tareas donde la raza masculina es poco diestra. Sin embargo, cuesta pensar en la posibilidad que en nuestro país pueda hacerse realidad la elección de una mujer como presidente. La mejor expresión del Estado moderno o la llegada de la modernidad a nuestra sociedad sería dar un papel protagónico a la mujer como ‘sujeto político’. No significa que debamos votar por Claudia, todos asuman sus posiciones políticas, se trata de apartarnos de la idea de pensar la política de una forma patriarcal y abrir espacios a otras manifestaciones de humanidad que están presentes en la mujer.
