Claro que no merecemos ir al mundial. Alargarles la cuerda a periodistas tan irritantes como los que abundan en este país, es un crimen que no debemos seguir pagando. Ellos, los de las grandes cadenas, ya se frotaban las manos, Catar, otro mundial, otro continente, viáticos, hoteles. Viven de eso. Son mercaderes de fe. Por eso dicen mentiras y por eso me repugna que un tipo como Antonio Casale diga olímpicamente en su cuenta de Instagram, “Yo me monto” al bus de la selección. Es que son mercaderes de fe porque como los pastores venden paraísos artificiales.
Ganarle a Argentina es un imposible absoluto después de perder contra Perú en Barranquilla y luego de seis partidos sin anotar goles. Record Guiness. Y jugando mal. Ni una pared, ni un remate al arco desde fuera del área, puro centro de Mojica a la tapa tolondra, a ver si hay un autogol o si Falcao vuelve a frotar la lámpara. Y, además, cuando ocurre el milagro y el delantero está frente al arco la bota. Le pudieron los nervios a Valoyes contra Paraguay, a Duvan contra Uruguay, a Borja contra Perú. Tres goles que hubieran significado nueve puntos. Y eso lo ven los hinchas en el estadio y en la televisión. Por amor a Jehová, ¿es mucho trabajo pedirles que no nos engañen más?
Nunca patean la lonchera. Jamás lo harán estos esclavos. Por eso uno encuentra a vulgares vendedores como los que intentan meternos por los ojos adefesios tipo fútbol colombiano por Win Sport. Y eso sacan estadísticas, las que ellos les conviene. Y siguen diciendo que los equipos ecuatorianos son chicos olvidando que Barcelona de Guayaquil llegó con lujos de detalles a las semifinales de la Libertadores mientras acá ningún equipo pasa fase de grupos desde el 2018. Impactante, aterrador.
Pero ojalá lo que vendieran fuera bueno. Ojalá ellos fueran buenos. Y lo peor es que están obligados a ser buenos. Para eso les pagan una montaña de plata comparada con los sueldos de hambre que pagan los empresarios en este país. Tendrían el valor moral de serlo. Debería ser tipos de libros. De estar leyendo libros todo el tiempo. Libros no sólo de táctica y de autoayuda, sino literatura a lo grande. Nicolás Samper se ha leído los dos tomos de La guerra y la paz por eso escapa al cliché de la jerga de tomadores-de-cerveza-en-billar que adoptan ciertos faros del periodismo cuando abordan el tema. O algunos ya directamente ni ven fútbol europeo porque les aterra cualquier viso de cosmopolitismo como es el lamentable caso de Oscar Rentería en el Pulso del Fútbol.
Se supone que si son periodistas es porque les interesa leer, porque aprendieron a leer en las viejas revista de El Gráfico, con las legendarias crónicas de El Veco, de Juvenal, de Arcucci y Bonadeo. Pero ni eso pudieron leer. Y la música pues el mismo vallenato de bus y la ranchera ramplona que tiene un tipo sin ningún rasgo de sofisticación como El Cantante del Gol. El periodismo de acá está muy lejos del que forjó a Miguel Simon, a Varsky, A Luis Omar Tapia, a Santiago Segurola. ¿No les despierta curiosidad la sabiduría que destila en sus columnas el maestro Jorge Barraza? ¿Acaso no les da envidia llegar a esas cotas de excelencia? No, ellos tienen el ego grande, tan grande que se ven el ombligo y sonríen al sol. Todo está bien desde que no me compare con los demás. No son hombres de verdaderas pasiones. No creo que Hernán Peláez se haya leído el Ulises de Joyce pero es un sabio, un obsesivo del fútbol brasilero y tiene una colección de discos de bolero que envidiaría cualquier gomoso. De lo que a él le gusta lo sabe todo. Por eso es un maestro. Maestro también es Iván Mejía quien, aburrido de las estupideces de César Augusto Londoño se fue a escuchar salsa y a leer libros sobre fútbol en su refugio cartagenero. Twitteando dos veces por mes le basta para hacer presencia, aunque, eso si, el hueco que dejó en el Pulso no lo llena nadie.
Pero es que Eduardo Luis ni de fútbol sabe. Es una nulidad intelectual. No te interpreta un partido. El cree que con tan solo imitar el acento argentino tiene para parecer un erudito. Bueno, en eso se parece a su doctor Frankenstein, Carlos Antonio. Hasta se le llevó una partecita suya de las cuerdas vocales porque tiene a veces los desagradables dejos del autodenominado Analista-Número-Uno de Colombia.
Y entre los nuevos la cosa está tan mal que a mi cada vez me cae menos mal Marocco –o es Morrocoy?- Maturana decía que cada selección jugaba como sentía la vida cada país. Parafraseándolo podríamos afirmar que nosotros tenemos la selección que merecemos por culpa de nuestros periodistas. Es que si ellos son los que saben es que el resto no sabemos un culo. Por eso en el Metropolitano la única frase que saca la hinchada es el ultraboliviano “Si se puede”. Acá no hay mística, no hay tradición. En Perú sí que hay. Es jerarquía, historia. Es recuerdos tan memorables como ese 4-2 contra Brasil en Guadalajara durante el mundial del 70. Es el Cholo Sotil y Johan Cruyff, es Teófilo Cubillas contra Escocia. Por eso es normal perder contra ellos. Si tuviéramos periodistas que nos ubicaran en el verdadero hueco donde estamos hundidos no habrían delincuentes lanzándole agua a un señor venerable como el profesor Reinaldo Rueda.
La tragedia no es quedar por fuera del mundial, la verdadera tragedia es que tipos como Andrés Salcedo, a quien la envidia de un reconocido periodista nos evitó disfrutarlo más, se haya ido. Necesitamos narradores que nos cuenten las gestas de nuestros ídolos con el virtuosismo que el barranquillero contó como una vez lo miró Heleno de Freitas. Una elegancia, un cosmopolitismo que un tipo como Eduardo Luis podrá acceder jamás.
Es que ni siquiera sabe que eso pueda ser posible.