La Colombia que tenemos no es un accidente de la historia, no es una casualidad, ni está escrita en la dinámica de los astros, es el esfuerzo de muchos, y el de todos nosotros; una estructura política, una tierra de derechos y una realidad constitucional que nos une irreversiblemente, con una lengua, una cultura y un territorio.
El fruto de una lenta elaboración que se construye «haciendo camino al andar», que implica compromisos, entusiasmos y, a veces, desilusiones.
Colombia es un país que anhela cambiar el miedo por la esperanza, que lucha por sus valores y que confía en la supremacía del estado de derecho, el orden constitucional y la democracia, que busca equilibrar y hacer compatible la seguridad colectiva con la libertad y la dignidad individual tan fundamental para el futuro.
Los ciudadanos de la Colombia comparten el deseo de vivir y trabajar en una democracia fuerte, vigorosa, comprometida. Tanto las mujeres como los hombres deben poder vivir en un país pacífico y seguro basado en la justicia, la seguridad para todos y oportunidades para el pueblo, donde la convivencia democrática, el derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad personales se antepone a todo lo demás.
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Esta Colombia se halla, sin embargo, en una fase crítica de su desarrollo y encierra riesgos inherentes que amenazan la vida cotidiana de los ciudadanos, los bienes y sus derechos o la seguridad nacional; no hay otra forma de decirlo.
Hay bastantes razones para ser extremadamente preocupados por la situación de violencia creciente, la impunidad, la falta de cohesión y la enorme inseguridad que vive el país.
El peligro reside en la ausencia de toda reacción contra los que tratan de imponernos su agenda de miedos, la ideología fundamentalista y extremista, desestabilizaciones y permanente inseguridad son las amenazas más directas contra la libertad y varios derechos humanos.
Hoy las amenazas a las libertades humanas son de una naturaleza muy diferente de lo que eran hace poco y la sensación de amenaza para el ciudadano ya no es liviana.
La amenaza a la libertad procede del interior de nuestro país. Las injusticias y el miedo constante, la violencia, el terrorismo y la gran delincuencia van a seguir representando una amenaza importante para nuestra democracia si no llegamos a un consenso muy amplio para combatirlas, si no existe una voluntad firme de cooperación entre nosotros y si no adoptamos una estrategia de conjunto para erradicarlas y, para ello, Colombia tiene que dotarse de medios eficaces.
La Inseguridad permanente es realmente la nueva dictadura del siglo XXI, una dictadura y una amenaza que trata de limitar nuestras libertades y atacar los derechos fundamentales de las personas –el derecho a la vida y a la integridad física–.
Resulta paradójico que afrontar los graves problemas de seguridad para garantizar los derechos humanos de sus ciudadanos sea identificado con una reducción de la libertad para los ciudadanos y el subsiguiente recorte de los derechos fundamentales.
No es la guerra librada democráticamente, con decisión y respetando el Derecho, la que representa un peligro; las acciones de prevención y represión si están debidamente justificadas y basadas en una evaluación de necesidades que apoye las medidas en cuestión, centra la atención en la libertad de las personas y contribuye a salvaguardar la libertad y a garantizar la seguridad.
No caigamos en la trampa de quienes sueñan con destruir tanto los ideales en que se fundamenta la Colombia como la existencia de una sociedad libre y segura para justificar lo injustificable.
Debemos evitar el sacrificio de la seguridad en el altar de la eficacia, velando al mismo tiempo por no obstaculizar la eficacia en nombre de tópicos amables.
La cuestión de la libertad y la seguridad en la Colombia está directamente relacionada, se complementan recíprocamente, pero ha estado a menudo en conflicto irreconciliable la una con la otra. Seamos honestos, no se puede concebir la libertad sin seguridad y sin que se haga justicia.
Este mínimo permitirá a todos los ciudadanos sentirse seguros y confiados la mayor parte del tiempo, sentirse tranquilizados.
La seguridad es un aspecto de la libertad - la aspiración a vivir en un entorno que garantice su seguridad -, pues ninguna persona que no esté segura es libre, pero la libertad también es un elemento de la seguridad, están inextricablemente ligados.
La seguridad no se limita exclusivamente a la lucha contra la delincuencia, sino que también requiere que la libertad esté asegurada.
Debemos adoptar medidas que realmente promuevan la libertad de todos los ciudadanos y abstenernos de cualquier medida que aumente la seguridad solo en apariencia; una política que dé respuesta a las inquietudes de los ciudadanos. Esto permitirá echar a un lado las objeciones que muy a menudo sirven de pretexto para justificar la inacción.
Debemos encontrar fórmulas para defendernos y proteger nuestra seguridad, pero garantizando al mismo tiempo que nuestros derechos civiles y humanos y nuestra libertad no sean víctimas de esa lucha.
Estos son los verdaderos temas y los problemas reales que es preciso resolver. A veces parece que estemos jugando con un rompecabezas del que ni siquiera conocemos todas las piezas.
No tenemos que permitir una situación donde el miedo es el factor que define el pensamiento y la actuación de los ciudadanos, donde estaríamos dispuestos a ceder y a comprometernos con quienes no nos respetan, debido al miedo.
El miedo es el peor enemigo, paraliza a la población y afecta a su sensación de seguridad, también reduce la resistencia y la fuerza de los Gobiernos.
Primo Levi nos lo explicó muy bien en un magnífico libro. "Comprender -decía Levi- es imposible, pero conocer es necesario y recordar es un deber".
Me inquietan mucho los ejercicios intelectuales abstractos que no van a ayudarnos demasiado a resolver los citados problemas. Los partidarios de la retórica de los derechos humanos temen las posibles repercusiones de la ampliación sobre la seguridad, en el ámbito policial y del sistema judicial.
Dichos temores son injustificados. La cuestión es si nosotros en Colombia despertaremos a estas contradicciones demasiado tarde.
El principal riesgo que tiene la Colombia es la parálisis, la inacción, no tener claros los principios, los valores, sin un proyecto político de futuro para abordar esta gran cuestión que afecta al presente y al futuro, pero eso no es lo que, en mi opinión, debemos hacer.
El gobierno central y local no pueden hacer oídos sordos, tienen que hacer cuanto esté en su poder por asegurar esta libertad. ¿Se darán cuenta los dirigentes políticos de que es necesario una estrategia diferente para abordar el terrorismo, la delincuencia y reforzar la seguridad?
La lucha operativa contra el terrorismo y el crimen organizado corresponde al Estado que debe garantizar la libertad y la seguridad de los ciudadanos.
Es sumamente importante que los ciudadanos tengan derecho a la protección, si se deja de lado el Estado de Derecho o la calidad de los sistemas judiciales y se le da la espalda, se permite en efecto a los terroristas y delincuentes que ganen en otro frente. Esto no es admisible.
Necesitamos una gestión mucho más adecuada de la seguridad en el futuro. Esta es la forma de considerar la paz, la seguridad y la justicia para todos.
Sin olvidar también la protección de las víctimas de delitos y muy especialmente de las víctimas del terrorismo. Sin embargo, el gobierno central y local todavía no han manifiestado el mismo celo a la hora de fomentar de la libertad que a la hora de fomentar la seguridad, como es el derecho a que la sociedad persiga sin cuartel a quienes ponen en peligro la vida y la seguridad de los ciudadanos.
Tenemos que hacer honor con palabras y con hechos a la retórica de los derechos humanos, cargadas de prejuicios, que tan a menudo ha servido para justificar ciertos actos terroristas en contradicción con las normas jurídicas establecidas, así como con los principios de la moral y la ética. Julián Marías lo ha resumido en una fórmula espléndida:
"La libertad concreta no consiste, [...] en la ausencia de constricción, sino en la posibilidad real de proyectar y realizar la vida así proyectada...''
Políticamente hablando carecemos de timón en Colombia y la crisis real en Colombia consiste en la ausencia de liderazgo político.
Si existe una lección que aprender de esta crisis, es la de una gobernanza deficiente o poco democrática entrampada en los juegos de poder, la falta de legitimidad democrática, los prejuicios y el odio.