Colombia vive en una dictadura con elecciones

Colombia vive en una dictadura con elecciones

Muchos teóricos, analistas, periodistas, políticos y académicos desestimarían esa consigna lapidaria, pero tengo mis razones para enarbolar tan escandalosa frase

Por: Sebastián Acosta Zapata
diciembre 05, 2018
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Colombia vive en una dictadura con elecciones

En primer lugar, estamos sometidos y adoctrinados por la influencia implacable de los grandes medios de comunicación que son parte de los grupos empresariales más poderosos de este país. Ellos, quienes “educan políticamente” y orientan la opinión pública desvirtúan, apuntan a otro lado, crean cortinas de humo o “cajas chinas” como las llaman cuando ocurre algún escándalo que afecta los intereses de quienes ejercen el poder en esta Colombia. Son los mismos que en la semana donde más álgido debería estar el debate en la opinión pública acerca de los conocimientos que tenía el señor Néstor Humberto Martínez Neira de los hechos de corrupción en la concesión de la Ruta del Sol, hacen un cubrimiento especial sobre los “migrantes” venezolanos, que no son migrantes sino exiliados y desplazados por un régimen igual de corrupto. Esta cortina de humo pretende esconder la podredumbre de los dueños del poder, privado y público, y achacar todas las responsabilidades de las desgracias de Colombia a los vecinos. Claro que esa estrategia sirve, porque es más visible un grupo de venezolanos en una calle de cualquier ciudad colombiana, que la transferencia bancaria de algo más de 2.700.000 de dólares de Colombia a un banco en Estados Unidos y luego a Panamá.

Solo Noticias 1 denuncia de manera crítica, mordaz y pertinente los hechos de corrupción que ya son paisaje en esta “República”, y tal cual le pasa a Pepe Grillo, la voz de la conciencia, casi nadie lo escucha ni lo toma en cuenta. Pero ¿de qué sirve la verdad y la razón en tiempos de posverdad?

En segundo lugar, las elecciones son casi saludos a la bandera. En la circunscripción nacional, los presidentes desde hace unos 30 años, para ser condescendiente, han sido cercanos al poder económico de los banqueros. El mito, que tal vez sea real: Sarmiento Angulo dona a las 2 campañas más opcionadas una suma considerable de recursos para que sea cual sea el que llegue, esté endeudado con los bancos y sobre todo con él. Posiblemente Petro haya sido el único candidato opcionado que no recibió dádivas de aquel admirado banquero. Pero todos los demás han tejido sus presidencias con la pertinente colaboración del señor Sarmiento, sus empresas y, fundamentalmente, sus medios de comunicación.

En estas mismas esferas han estado las mismas familias casi desde que se fundó la “República”, o antes. Apellidos como Santos, Samper, Gómez, López, Ospina, Valencia, Lleras son recurrentes en las múltiples historias de Colombia y ha influido el país no solo desde la política, también desde la cultura, la economía, la ciencia, las artes, y demás disposiciones sociales y humanas. Por tanto el trabajo de ellos, de esos apellidos y familias ha sido el de controlar al país, no el de gobernarlo. Se han otorgado y les hemos otorgado el legítimo derecho de ser los únicos poseedores de este país, por eso son inmunes a las críticas, a las opiniones, a la justicia, a la vergüenza y a la ética.

En el plano regional las cosas no son muy distintas, familias que se han convertido en empresas electorales, atornillan su grupo a una serie de cargos en la administración pública, en los entes de control y en cualquier entidad pública, gastan contingentes recursos públicos en cultivar a su clientela para acrecentar su impacto político y garantizar el ejercicio de su poder. No hay debate público, ni propuestas, ni andamiajes ideológicos. Así conquistan consejos, alcaldías, asambleas, gobernaciones, y curules en la Cámara de Representantes y en el Senado.

Y en último lugar se encuentran los “ciudadanos”, categoría genérica que uso para referirme a las personas mayores de 18 que tienen cédula. Principalmente instruidos noche tras noche con la programación de aquellos canales de televisión movidos por los intereses de los grandes medios de comunicación. Noticieros aduladores de los poderosos y azuzadores de los pensares y sentires críticos, realities planos, sencillos y sin mucho contenido, y telenovelas extremadamente fácil de digerir, incluso de predecir, todo alineado con la reducción del pensamiento crítico.

En época de elecciones, momento único en el que creen que existe la democracia, salen a votar: regionalmente motivados por dádivas, puestos, comida o dinero, y nacionalmente movidos por la influencia mediática. Es una ingenuidad cómplice, una ignorancia malsana, y un ejercicio moralmente limpiado con la excusa individualista que a todos nos atañe del qué comer.

Esa parsimonia, esa indiferencia, esa poca solidaridad con las causas de todos y para todos hace que hoy tengamos la gasolina más cara del planeta (en Francia han protestado por su alza), producto inelástico que se necesita para transportar por vía terrestre alimentos, bienes, personas, animales y que todo encarece. Hace que tengamos una educación pública desfinanciada y vapuleada, donde ni el ciudadano de a pie ni el presidente de la República con sus ministros y congresistas se conmueven por la construcción de un futuro de conocimiento. Hace que los escándalos de corrupción sean parte de una cotidianidad surreal donde nos preguntamos el por qué no estamos inmersos en esa red para tener uno que otro millón en nuestras cuentas, y donde el que quiere denunciar es perseguido, amenazado, presionado y asesinado en dudosas circunstancias, y quien se alinea con el poder y corrupción está rampante en altas posiciones sociales y económicas de Colombia.

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