Muy a mi pesar, y con la venia de los psicólogos, psiquiatras y profesionales de la salud en general, y hasta de mi propia ex (profesional en el campo), es que pretendo diagnosticar a la mayoría de ciudadanos en este país con una enfermedad de la psiquis: gran parte de la sociedad colombiana sufre de sociopatía; siempre ajena de toda realidad, elevada y enajenada en el sofisma de sus propios problemas, como si los de los demás no fuesen importantes.
Según numerosos textos psicológicos, el Trastorno de personalidad antisocial (TPA) o sociopatía como usualmente se le conoce, es la incapacidad del afectado de tener empatía o remordimiento por el otro, por las personas que le rodean y sus situaciones en general. En este rasgo la megalomanía, el egocentrismo y hasta el hedonismo, son los factores predominantes de la personalidad del individuo en cuestión. Ahora bien, cuando intentamos diagnosticar no a un solo sujeto, sino a una sociedad en general es donde viene el meollo del asunto.
Para nadie es un secreto que “la cosa política ha estado muy movida”, tal como lo diría Vicky Dávila; desde la resistencia civil en Buenaventura, pasando por el paro de taxistas, hasta el movilización de educadores que hasta hoy recorre Bogotá. Con esto en mente, la sociopatía sale a relucir en la reacción adversa que tienen los ciudadanos en general respecto a las causas justas que hoy son protesta; que según ellos en poco o en nada les afecta, o que de afectarles atribuyen mal las causas y su responsabilidad.
La reacción adversa a las causas sociales, y por consiguiente al bien común, no solo toca a individuos específicos, sino que se ve en agrupaciones tales como el Gobierno nacional y en los medios de comunicación tales como El Tiempo. La característica general de estas personas, aglomeradas o no es: “la culpa es de esos vagos por no trabajar”, “ya quieren más plata”, “por eso estamos como estamos, porque nadie quiere laborar”, “no hay más recursos” (Presidente); o la tergiversación de los medios: “8,5 millones de menores se han visto afectados por el paro de maestros” (El Tiempo).
Muy a mi pesar esta sociedad colombiana ha olvidado la ‘relación simbiótica’ que existe entre todos los seres vivientes. Según esta definición, los seres simbióticos obtienen uno o más beneficios de su relación. El ejemplo más común es el de algunos parásitos que viven en nuestro organismo y que obtienen su alimento de bacterias malas, los populares probióticos anunciados en el yogurt. Al alimentarse de toda bacteria mala, la buena realiza una tarea de limpieza que le ayuda al anfitrión a tener mejor salud y le previene de futuras enfermedades. Si aplicamos esto a nuestra vida en comunidad es que entenderemos que el individuo A no podrá estar bien si al individuo B le va mal o está sufriendo. Por consiguiente y por obvias razones, la calidad de trabajo y el aporte del B ya no serán las mismos, y la vida y el desempeño del A decaerá.
Por fortuna, y sin ánimo de querer vender optimismo tipo ‘libro de autoayuda y superación’ la sociopatía puede ser curada y tiene tratamiento. Contrario a los expertos en la salud, mi recomendación no pasa por los medicamentos o pastillas en general. Siento y creo que lo que necesitamos es eso tan simple que hemos escuchado, pero que nunca nunca hemos aplicado: póngase en los zapatos de los demás. Analice qué pasaría si fuese usted el que estuviese en la relación desigual, desprotegido y abandonado por el gobierno; qué pasaría si usted, señor lector, fuese el que tuvo que verse obligado a movilizarse porque no le quedaba de otra.
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22, 39), pero no de la forma de enviarle chocolates y hacerle llamadas, sino no hacerle eso que a usted no quisiera que le hiciesen, en este caso: ignorarlo.