Nos encontramos frente al telón rojo (teñido de sangre), esperando ansiosos la aparición heroica de alguno de nuestros villanos. El recuento de cada detalle desde que somos el ejemplo vivo de una tragicomedia resulta tedioso e innecesario.
La tragicomedia como género literario comprende elementos trágicos y cómicos que forman la historia de un héroe, héroe que se encarga de superar obstáculos para finalmente lograr su cometido.
Lo interesante de la pieza a la que nos enfrentamos en este caso es que contiene todos los elementos de este género a excepción de los héroes; llevamos más de cincuenta años contemplando una obra en la que no cambian los actores, en la que no evolucionan las historias, y en la que nosotros, como público, escudriñamos en el escenario en busca de minas amarillistas que nos exploten un poco la monotonía de la realidad que conocemos, mientras mantenemos la ilusión de un final feliz que nunca llegará.
¿Queremos, entonces, continuar pagando entradas para ver el envejecimiento lento de cada uno de los personajes que conforman esta burla disfrazada de política?
¿Para escuchar cada día los discursos que ya nos sabemos de memoria?
La necesidad de un cambio político es inminente, y para lograrlo tenemos que reconocer las nuevas caras, las nuevas propuestas que surgen; debemos permitirnos elegir sin caprichos y sin miedos a líderes diferentes si realmente queremos obtener resultados diferentes; líderes que podrían llegar a abrirnos paso entre los caminos del progreso, o que por lo menos pasarían la hoja de este libro.
No deje que elijan los mismos que eligen siempre; no deje que los dirigentes impongan sus deseos de poder a costa de sus sueños de cambio; no permita que el país se hunda en un diálogo infinito; en las manos de cada uno hay un derecho y una razón para cambiar el rumbo de esta historia.
Piense en la Colombia que quiere, en la que ha soñado para usted, para sus padres y para sus hijos; permítase generar un cambio significativo en la historia de nuestra patria, y dele fin a la obra de cual Eurípides ya debe sentirse más que orgulloso.