Despiertas en la mañana, es un hermoso día. Escuchas, ves y sientes cómo la naturaleza y la vida te dan la bienvenida a un nuevo día. Lo primero que haces es tomar el celular, encenderlo y saber qué ha pasado en el mundo mientras estabas ausente. Llegan notificaciones de distintas aplicaciones, algunas de estas son noticiosas (como la DW, la BBC o el New York Times) y otras son del famoso Parchís o de esa aplicación que descargaste para practicar inglés pero que rara vez utilizas. Cuando decides ver qué información contienen estos portales noticiosos encuentras referencias al coronavirus o, por variar, la captura de la esposa del difunto pederasta Jeffrey Epstein.
Luego, cuando entras a Twitter o a cualquier plataforma, te das cuenta de que en realidad nada de lo que es noticia en el mundo es realmente importante: en Colombia las noticias son muy superiores a las otras mencionadas. Te encuentras con soldados que no están protegiendo a los más vulnerables sino que por el contrario los violentan de distintas formas: a las niñas indígenas las violan y a los campesinos los matan sin contemplación (para luego asegurar sin sustentos sólidos que se trataba de un guerrillero, aun cuando este se encontraba desarmado). Así mismo, te encuentras con información sobre un presunto cartel del COVID-19, algo que demuestra que incluso ante una pandemia estamos dispuestos a mirar cómo sacar provecho de esto sin importar a quienes afecte. En medio de todo eso, encuentas múltiples comentarios y referencias sobre un fiscal que se siente por encima de la ley y que no le importa utilizar a su hija como escudo para justificar sus faltas como funcionario público, además de señalamientos desde distintas orillas políticas (unos de centro, otros de izquierda, otros de derecha, etcétera) y una férrea defensa de unos seguidores que al final serán ignorados para cuando aquellos a los que tanto admiran logren sus cometidos.
Así, como hace el presidente desde sus ya showseras alocuciones, terminarán perdiéndose en una realidad a la alterna a la que tienen que vivir los de a pie, el señor o la señora que día a día deben despertar en un país que con el pasar de los días solo les entrega un ambiente desesperanzador, donde deben buscar por sus propios medios cómo conseguir para el pan del desayuno y en el que no pueden soñar con irse de paseo con sus hijos a San Andrés, así como lo hizo el fiscal de turno (pasando por encima de todos y recordándonos a todos la pesadilla de país en el que vivimos, a menos de que estés al lado de los que tienen poder).