Adultos jóvenes colombianos, con sus familias, están empacando maletas y se van a Canadá, Australia, Alemania, Estados Unidos, entre otros destinos en los que buscan futuro para sus familias. Más de medio millón de compatriotas emigraron en el 22. Dentro de ellos, ingenieros, médicos, músicos, enfermeros, abogados, arquitectos, administradores…
Resulta absurdo que otros países atraigan jóvenes con formación y que en Colombia no tengamos la mínima inteligencia de reconocer el inmenso valor que para la sociedad y su economía representan, haciendo lo necesario para retenerlos.
Impensable que Alemania, tan basada históricamente en el jus sanguinis (el derecho a heredar la nacionalidad de los padres), esté promoviendo hoy, por redes sociales, la inmigración de hombres y mujeres con formación en áreas de la salud.
Ganan por partida doble aquellos países que logran atraer el talento colombiano: no han tenido que invertir en su educación, por una parte, y cubren los déficits de jóvenes en sociedades que han envejecido, por otra. Se van nuestros compatriotas, sin francés, para Quebec, aprovechan las oportunidades que reciben y a los dos años están instalados trabajando con brillo, en inglés y francés.
Colombia pierde, como corresponde, también por partida doble: disminuye su bono poblacional, es decir, esa valosísima proporción de gente joven que se va, y se diluye la inversión que la sociedad realizó en su educación.
Colombia es, si cabe la comparación, una gran empresa incapaz de retener el talento, que lo regala a su competencia en este mundo feroz cuya riqueza depende, cada vez en mayor medida, del conocimiento.
Las cifras del DANE sobre la situación de los jóvenes en el mercado laboral son recurrentes. Hace años, décadas, que la tipología es la misma, con cambios menores. Nada apunta a resolver el problema, a generar futuro para niños y jóvenes colombianos.
Lo básico, repetido mes a mes: las tasas de desempleo para la población joven (de 15 a 28 años) son mayores que la tasa promedio para la sociedad en su conjunto. Y para las mujeres, siempre es mayor que para los hombres jóvenes.
Si la tasa de desempleo en una capital como Quibdó es de 22,7 %, la de los jóvenes quibdoseños es de 33,2 % (datos para julio 2023). En Bogotá, una ciudad con relativa tasa baja de desempleo (10,6 %, en cualquier caso alta para los estándares OCDE), la de los jóvenes es superior al 14 %. Un verdadero drama para jóvenes de la costa atlántica, los tolimenses, los del eje cafetero… los de todo el país.
Sobra decirlo: no es responsabilidad exclusiva de Petro; la sucesión de gobiernos indiferentes al drama de la gente joven sin futuro, que no contribuyeron a mejorar su situación, tiene cuentas pendientes.
Y la informalidad, esa terrible angustia de la inestabilidad, que asociamos a esa criolla expresión del rebusque: el 56 % población ocupada labora en condiciones de informalidad, situación que “heredan” los jóvenes.
Los jóvenes necesitan apropiarse de las tecnologías, tienen ópticas y anhelos diferentes respecto al trabajo, que no corresponden a los antiguos cánones de enganche
Y los ninis, ese lugar común al que ya nos acostumbramos: más de dos millones y medio de jóvenes, cerca de la cuarta parte del total, que ni estudian ni trabajan. Una tragedia.
Ya lo dije: no es culpa del actual gobierno. Pero ni la reforma laboral, hecha al estilo sindical ochentero, ni los pagos que se realizarán a algunos jóvenes para “disuadirlos” (¿100.000 mi?) de la violencia moverán un milímetro la situación. Los jóvenes necesitan oportunidades de embarcarse en el “aprendizaje de toda la vida”, de apropiarse de las tecnologías, tienen ópticas y anhelos diferentes respecto al trabajo, que no corresponden a los antiguos cánones de enganche.
Las elecciones están encima. Los clanes regionales están en su salsa en lo que saben hacer: reproducirse como empresas políticas. Los jóvenes no caben en sus plataformas políticas. No hay a la vista planes poderosos en el orden nacional para combatir la informalidad y retener el talento, misión imposible sin los empresarios, de modo que, qué pena decirlo, los informes del Dane seguirán diciendo lo mismo.