Colombia, una fábula amarga: los libertadores

Colombia, una fábula amarga: los libertadores

Durante muchos años a cada pueblo colombiano le bastó con tener tal vez dos avivatos, perdón, digo, hidalgos-vivillos, que, sin ordeñar la vaca se tomaban la leche

Por: Javier Hernandez Ramirez
mayo 06, 2022
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Colombia, una fábula amarga: los libertadores

Hubo una vez, hace muchísimos años, un país que había sido bendecido por Dios con las más hermosas tierras y paisajes; incontables espejos y venas de agua regaban su pródiga geografía llena de exuberantes selvas, montañas y valles, en los que habitaba la más prodigiosa muestra de maravillas vivas de natura, incluidos unos extraños seres empelotas, a los que la aguda sabiduría europea, pioneros en “salvarnos”, denominó salvajes o indios. No existía un nombre aún para tan hermoso país, encajado en dos mares, pero parece que tampoco hacía falta: era simplemente un paraíso con todo lo necesario para que hasta el mismo Dios disfrutara vivir allí. No había riqueza alguna que no se hallara sobre o bajo su prodigioso suelo: esmeraldas color selva dormían allí el sueño de su eternidad; oro y platino refulgían en los ríos, cuando el sol del trópico (allí quedaba el milagro) jugaba golosa a su paso por las montañas y valles vírgenes de entonces. Maderas preciosas y aromáticas yerbas, formaban un tapiz de tonos verdes que cubría el vasto paisaje de planicies y cumbres. Las abundantes aguas de aquel país de ensueño, hervían de peces de todas las especies, colores y tamaños; aves y pájaros de toda clase, color y plumaje trinaban, cantaban y volaban sobre cielos tan limpios como la conciencia de un niño de pecho.

Mientras tanto esos elementales seres, salvajes, que tuvieron el privilegio de ser sus primeros habitantes, moraban casi en paz. Convivían armónicamente con la naturaleza, porque formaban parte de ella y eran igual de elementales. Aún ignoraban ellos que necesitaran tener un nombre y una Fe, y menos aún en una lengua y de una religión que ni siquiera conocían. Por lo que parece, pues, que los pobres salvajes estaban destinados al infierno. Y entonces sucedió: se aparecieron los primeros iluminados salvapueblos de nuestra historia patria. Sí, un mal día seres ajenos a su raza y costumbres, llegaron de allende el mar: como emblema traían una cruz y como argumento principal armas hasta en los dientes.

Pero lo mejor de todo es que venían a ¡salvarlos. Sí, ¡aleluya! llagaron a redimirlos de pecados que aún no conocían...y en nombre de un Dios que también ignoraban. ¡Pero sí, llegaron a salvarlos, que suerte tuvieron nuestros ingenuos antepasados! Fue esa la primera vez que alguien se empeñó en salvar a los habitantes de este país. Como resultado de tan noble y desinteresado empeño, casi todos los salvajes o indios fueron casi exterminados. Pero antes, como no, los saquearon, los maltrataron y los envilecieron hasta quitarles no sólo su identidad, si no, la misma tierra sobre la que habían construido su pasado. Bueno, tampoco fue tan malo, sí se piensa. Al menos les quedó el consuelo que tuvieron noticias de Cristo y de su reino eterno, además de hallar quien salvara sus almas, aunque eso sí, todo lo demás, hasta su identidad, lo perdieran.

Hay que reconocer, así sea de mala gana, que no existen almuerzos gratis y evangelizarlos y salvarlos… “bien valía algunos duros” ¡Ah!, y como nuestras madres aborígenes andaban por ahí muy escasitas de ropa, y con los pulmoncitos delanteros y otras cositas al aire, sus abnegados salvadores sospecharon que todas ellas eran, aparte de brutas y salvajes, unas descocadas culiprontas, por lo que, entonces, sin mucho protocolo embarazaron a cuanta despistada india se atravesó a su paso. Fruto de tan pésima interpretación en asuntos de moda y costumbres nativas, fue la rica mezcla de tipos humanos que hoy pulula sobre lo que aún nos queda de patria. Que no es mucho, en verdad.

Y aunque algunos de nuestros primeros salvadores eran casi honestos, la mayoría tenía cierto tufillo a mazmorra y a hospicio, lo que empeoró de verdad mucho el asunto este de nuestra primera salvación, debido a la forzada “cruza de especies” Yo no digo que hoy sea igual, pero... Bueno, y  como además nadie trajo nada, pues todos vinieron fue a ver que se llevaban, no hicieron otra cosa que repartir su sangre y sus males civilizados por toda parte...llenando de plagas, de pobres e ignorantes, la todavía hermosa tierra que pisaban…o sea, esta absurda patria que aún no queremos como se merece.

Pasó algún tiempo. La revoltura de razas y culturas produjo un mestizaje tan variopinto y extraordinario, que no tardaron en aflorar todas las clases de compatriotas que hoy tenemos, y que no creo necesario enumerar al detal...con excepción de dos especies que han sido, desde siempre, estandartes vivos de nuestra historia social y económica: los avivatos y los tontos. Ya estadísticas muy serias, que no voy a rebatir, han probado, a lo largo de la historia humana, que cada minuto nace un tonto...y cada cinco, el vivo que los explote. En nuestro caso, los segundos, a los que llamaremos hidalgos-vivillos, tomaron de afán y a cuatro manos, todo lo que pudieron en tierras, riquezas y privilegios; no por tener más derechos o méritos, claro está, sino porque, simplemente, se los autoconcedieron. Y nadie protestó, (nadie, aclaremos de paso, es el nombre que desde entonces tienen los tontos resignados de este país) Entonces, tenemos que los hidalgos -vivillos, tomaron casi todo, (que entre otras cosas era ajeno) dejando a los nativos con lo peor, lo más poco y lo más inútil, de cuanto había sobre el hermoso y rico pedazo de mundo que nos había tocado, y que antes sólo tenía un dueño: los aborígenes, indios o salvajes, que llaman. Se estableció así, desde entonces, el patrón social y económico que aún perdura, y que hace necesaria la aparición cíclica y constante, de nuevos salvadores de la patria, con el piadoso afán de corregir tanta inequidad, desde luego”

Y el mundo siguió andando.

Durante muchos años a cada pueblo y aldea colombiana le bastó con tener uno o tal vez dos avivatos, perdón, digo, hidalgos-vivillos, que, sin ordeñar la vaca se tomaran la leche; y a decir verdad, con tanto tonto suelto, la vida era más que pasable. Lo malo fue cuando la cosecha de vivillos-hidalgos creció demasiado, aupada en el ocio que tanto bruto trabajando para ellos proporcionaba. Muy mala cosa, pues no resultaba buen negocio repartir lo ajeno con tantos, y además no parecía justo que otros explotaran lo que cada uno de ellos ¡ah vivillos! consideraban como algo propio: los tontos...o pueblo que llaman. Razonaron pues: de nuevo había que, salvarlos. Y barrer para casa, claro. Se inició entonces una nueva rapiña, perdón por el lapsus cálami, quise decir, otra guerra por nuestra independencia. Lo malo fue que al acabar ésta, ya había menos mugrosos indios, naturalmente, pero más hidalgos-vivillos terratenientes satisfechos. Aaah vivillos! ¡¡¡Aaah, salvadores!!!

Pasó algún otro tiempo.

A trancas y mochas se fue desarrollando el país, que para entonces había tenido ya varios nombres dados a dedo, por sus desinteresados salvadores, pero que ya ¡malhaya sea! no era un paraíso en bruto, sino el campo de batalla en que los egoísmos e intereses de los más avivatos, libraban sus guerras de liberación del momento. Y así, desde entonces, cada cierto tiempo, otros entusiastas y nuevos redentores, tratan de salvar al pueblo (nombre adjudicado, muy convenientemente, a los tontos, o nadies, en cuyo nombre se cometen las tropelías y se libran las rapaces incursiones) Siempre hay muchos de ellos, y además, los hidalgos-vivillos del momento, de nuevo, buscan despejar el panorama de molestos competidores. Es axioma, que cuando la cosecha de riqueza fácil se pone algo difícil, ocurre. Aparecen los libertadores. De nuevo pues, otra vez, hay que salvar a estos brutos…de ellos mismos. Curiosamente, y para no romper con la tradición, en cada nueva rapiña, perdón, digo, en cada nueva guerra por la libertad, la justicia y la equidad, unos pocos hidalgos-vivillos, vuelven a quedarse con la vaca y la leche, y dejan a los tontos, (los nadies o pueblo que llaman) cuidando el lazo. ¡Todo por la libertad y por el pueblo!

Y en esas estamos. Si compañero, siempre hay alguien, cada cierto tiempo, que siente necesidad de salvar al pueblo para que “esos pobres brutos no lleven tanto del bulto” ¡carajo! ¡Porque todos somos iguales... hasta donde lo permitan las diferencias de nuestras respectivas clases, aclaremos! 

Bueno, in ilo tempore, existía una ventaja: por lo menos todos sabían quiénes eran hidalgos-vivillos y cuáles eran los indios o nadies; así que las cosas estaban más claras y todos sabían quién era el otro. Hoy ya no. Vea usted. Ahora es casi imposible saber cuál es quién, o quién es cuál. Y vean ustedes que curioso, al final de tantas luchas por la igualdad parece que algo se logró, y no todo fue en vano: pues igualdad, lo que se llama igualdad, y equidad, lo que llamaríamos equidad, no es que exista, pero nos vamos aproximando. ¡Sí, aleluya! En estos violentos días de hoy, y luego de tantas y tantas guerras de salvación del pueblo, hemos logrado por fin, creo yo, igualar un poco, a los hidalgos-vivillos con los tontos o pueblo que llaman. Bueno, al menos esa es la impresión que a uno le queda, luego de ver la manera en que a todos los matan hoy por parejo, y como se matan recíprocamente entre todos, en nombre de la paz y la justicia social, como dice, graciosamente, cada bando, mientras acaban con lo poco que aún queda del país, y hasta con el nido de la perra, sin fijarse en gastos. En especial con natura, o sea, la casa común. ¡¡pero salvamos a estos pendejos!! Claro está, no todo puede ser gratis.

Bueno ¡del ahogao, el sombrero! algo es algo. Al menos hemos alcanzado algo de igualdad social y política, pues ahora nadie sabe a ciencia cierta a que bando pertenece su vecino en medio de la barbarie. Eso hace las cosas (reconozcámoslo) algo más parejas, pues vean ustedes que ya nos estamos matando por parejo, todos contra todos y sin discriminaciones odiosas. Por política, por tierras, por dinero, por, por,, por…por ¡por idiotas! Si, parece que ya, a la hora de matarnos, no se distinguen mucho el linajudo hidalgo-vivillo, de los zarrapastrosos aborígenes-tontos, pues todos mueren como chinches...sin saber quién o desde donde les mandaron la bala. Hay para todos, señores. Claro, es escore está, 10 x 1, lógico.

Y a mí me parece, si señor, me parece, que de nuevo alguien está salvando al pueblo, porque sólo se ven ruinas dolor y muerte por todas partes. ¡Nos están salvando de nuevo, aleluya! Lástima que sea tan doloroso el sistemita que usan.

Paramilitares y otros “tares”; otro tipo más pervertido de narcoguerrilla, sin una ideología visible; los corruptos de turno y de todo pelambre, andan en esas: en su loable tarea salvadora, de hoy. Y como la corrupción está en vitrina cada día, gracias a que se ejerce desde los más altos cargos…la indiamenta aprendió: “sí esos hijueputas, con esos sueldo y llenos de plata, roban, más güevones nosotros, si no lo hacemos, llave” Lección aprendida…todos podemos robar. Todo vale. Una pregunta suelta: ¿qué harán nuestros redentores de hoy, para borrar la miseria que siembran, en nombre de los que no representan? ¿Qué atesorarán esta, vez si ya no queda mucho? Nadie lo sabe, creo que ni ellos mismos, pero de todas maneras por ahora... “sigamos matando a ver que queda”: ¡salvemos a Colombia! En esas andan.  Sí, por favor, sálvenos… dejándonos solos.

Creo yo, indio malicioso, que, de nuevo, algunos están acabando con la competencia, podando el árbol de los hidalgos-vivillos, y de paso, esta vez, sin diferencia pendejas de clases, de sexo, edad o ideas, pues todo parece muy democrático. Sí, señores, la masacre es pareja. Y mientras tanto, van quedándose con lo que resta de Colombia...que es muy poco, valga la verdad, pues, hasta los redentores que nos defienden de los cultivos ilícitos, que siembran los campesinos para defenderse a su vez de la miseria, ponen su grano de arena para acabar con el país y su naturaleza, fumigando a destajo y sin misericordia alguna, la poca biodiversidad que a duras penas nos queda. Bueno, definitivamente, creo que hoy, vea usted, amigo, estamos en una nueva y dolorosa etapa de nuestra independencia. Nos están liberando.  Esperemos que, esta vez, no dure mucho tiempo y algunos indios o salvajes que llaman, sobrevivamos para contarlo.  Amén.

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