En el ángulo superior izquierdo del continente sudamericano se encuentra un país que, como todos sabemos, es una de las más importantes muestras de majestuosidad natural de este planeta. Dudo que alguien diga que no sería soñado despertar, todos los dias, con la magia autentica de un lugar como San Andrés. Dudo que alguien se atreva a desconocer la maravilla metida entre montañas que es el eje cafetero. Pero, lamentablemente, en ese país hay algo que es más fácil de encontrar en cualquier departamento, municipio, barrio, familia, etcétera. Por supuesto estoy hablando de nuestra enorme hipocresía.
Colombia es un país en el que, desde su propia independencia, la hipocresía se clavó entre una de sus más sensibles fibras. Parece que se es hipócrita en el país que me vio nacer, desde que se nace; aunque creo que es un proceso de adquisición del antivalor potenciado por las instituciones. Principalmente la familia, como eje de la sociedad colombiana, es el germen que madura a los más grandes hipócritas del planeta. Se le enseña a expresar falsos sentimientos a los niños, desde el preciso momento en el que se les presiona para que sean "educados" con personas que sus padres no llegan a soportar. En la adolescencia, la doble moral ya está consolidada en el ser, por eso podemos encontrar a jóvenes que rezan 25 padre nuestros, en presencia de sus padres, y consumen la misma cantidad de líneas de cocaína, en ausencia de sus familiares. En la edad adulta, el ejemplo más claro de hipocresía es la actual generación de uribistas; dicen amar a Colombia, pero han llevado a la Presidencia y Senado al señor de las sombras, algo que indudablemente no puede ir de la mano. La mayor muestra de amor de cualquier colombiano, hacia su país, es abrir los ojos y dejar de elegir a ese sujeto en consultas populares.
Hace poco, como colectivo, se dio una muestra importante de cuán hipócrita puede llegar a ser una sociedad. Tras el suicidio del joven Sergio Urrego, todos se declararon personas defensoras de los derechos de la población homosexual en el país. Algo que me hacía indignar, porque es una muestra de doble moral absurda. A sergio no lo hizo tomar esa decisión la presión de su enfermo colegio, al joven lo llevaron al suicidio todos los que discriminan diariamente en el país. No en vano un de las ofensas más comunes de Colombia es: marica. Lo mismo sucede con la memoria. Un gran porcentaje de colombianos, ahora sí, recuerdan al gran Jaime Garzón. Un numero enorme de hipócritas que lo dejaron matar hace más de una década. Lo mismo le va a pasar, aunque lo diga con dolor en el alma, a León Valencia; y nadie hace o dice nada. Pero, seguramente, cuando los rastrojos o la clase política de este país llene la cabeza del columnista con balas, todos lo van a llorar y exigir justicia, en lo que será una nueva página del enorme libro llamado: hipocresía en Colombia.
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