Con el aberrante caso de la niña hoy del hospital Santa Clara, violada y maltratada de la peor manera en barrio Santafé de Bogotá, queda claro que seguimos siendo un país malo, lleno de gente mala... un país que aún tortura, viola y mata niños. Ya no se trata solo de ausencia del Estado. Somos nosotros los ciudadanos, cómplices por acción y omisión.
"Una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que se destruye ella misma desde adentro". Al repasar esta frase de W Durant, se me ocurre que es dura, pero fríamente cierta. Se me ocurre que nos estamos cercenando como sociedad. Que cada vez nos asombran menos las malas noticias, las malas acciones de los malos hombres.
Nos hemos hecho patrocinadores pasivos de la barbarie y lo peor es que el fenómeno del abuso sexual va a seguir, porque desde el seno del hogar perdimos el norte. Hoy, en pleno siglo XXI, seguimos levantando hijas mujeres prestas más a lavar platos y hacer la casa, de paso cocinando, antes que levantar niñas que se hagan mujeres emprendedoras; son niñas a las que no damos ningún valor o espacio al interior de nuestra propia familia, salvo el que ellas mismas se vayan ganando contracorriente.
Estamos plagados de madres que tienen que dejar a sus hijitas al cuidado de cualquiera, porque regularmente el papá de esa niña es un borracho o drogadicto irresponsable, si no es la misma mamá quien se entrega a los placeres del hedonismo. Son niñas irrespetadas y maltratadas hasta por sus hermanos, primos tíos, etc.
En el caso de los niños hombres estamos peor. Seguimos criando hijos machistas, agresivos, dominantes. Niños que no respetan a su madre, a sus hermanas, tías, vecinas. ¡A nadie! Este tipo de conductas permisivas de nuestra parte, llevan a esos niños a futuro, a convertirse en potenciales abusadores, de esos que cual Rafael Uribe Noguera, Luis Alfredo Garavito y tantos otros enfermos mentales que andan por las calles de nuestros barrios sin Dios ni ley. Son esos que ven a una niña como un objeto del deseo; como un cuaderno de hojas blancas al que cualquiera puede rayar sin importar con qué lápiz o con qué clase de tinta...
Admitámoslo, somos una mala sociedad, devenida de hogares disfuncionales, de esos que nunca debieron crearse. Somos esa humanidad en la que tal vez quede gente buena, pero que es a la vez gente cobarde; un pueblo que calla ante la barbarie predadora de tanto monstruo que nosotros mismos hemos creado.